Vladimir de la Cruz, Historiador y politólogo.
El 4 de julio y el 14 de julio se celebra, en la conciencia universal, dos grandes acontecimientos históricos que, de distinta forma, pero concatenadamente, influyen de modo decidido en la conformación histórica de nuestro tiempo. Cada una de estas fechas fue el resultado de un proceso particular.
Al recordarlas, evocamos en la Revolución Americana, de 1776, de la independencia de las 13 colonias y, de la Revolución Francesa, de 1789, los aspectos históricos concretos que permitieron el desarrollo del republicanismo, y destacamos el movimiento intelectual e ideológico que inspiró estos procesos revolucionarios, que continúan dando su luz y que son una guía de acción para la mejor comprensión de nuestro tiempo.
Valoramos en ellos aquellos elementos que hicieron tomar conciencia y permitieron la organización para liquidar los regímenes políticos absolutistas, conculcadores de las libertades y de los derechos de las personas y, apreciamos la voluntad de organización contra la opresión política y social que se vivía. Sin estas dos banderas, el ideario revolucionario de libertad y la organización para alcanzarla, no hubieran sido posibles estas gloriosas revoluciones y movimientos de lucha popular.
¿Qué situación, en breve, hizo posible estos grandes movimientos revolucionarios?
Quienes poblaron los que es hoy parte del territorio de los Estados Unidos a principios del Siglo XVII, la Nueva Inglaterra, huían de persecuciones religiosas y, en el siglo XVIII, fueron enviados presidiarios de deudores, facilitando desde entonces procesos de colonización, que hicieron que a finales del Siglo XVIII dos terceras partes de dicho territorio perteneciera a Inglaterra.
Las colonias inglesas eran muy heterogéneas tanto por el origen como por el carácter de sus habitantes: católicos o protestantes, esclavistas o antiesclavistas, cultivadores o plantadores. Sobre ellos pesaba la opresión del gobierno inglés que los cargaba de impuestos, les negaba el voto y la palabra en lo relativo a los gastos. Se sacrificó el comercio sometiéndolo a los intereses británicos, que para los colonos se tornaban extranjeros, se mantenía el lucrativo negocio de la trata de esclavos negros contra la oposición de los virginianos.
Las leyes favorecían los intereses británicos sobre los intereses de quienes construían y formaban las colonias inglesas y perfilaban el nuevo país. El poder del gobierno británico se fortalecía, el autoritarismo se imponía y la terquedad del monarca se acentuaba. Tal situación empezó a enardecer los ánimos contra el gobierno, por lo demás colonial y opresivo y extrajerizante para quienes habitaban en América.
La represión aumentó en Lexington deteniéndose a los jefes y provocando los primeros combates, generándose de esta forma, la revolución americana y levantando los colonos el grito de Independencia, que se materializó en la Declaración de 1776.
La rebelión de los colonos ingleses recordó en Europa lo transitorio de los regímenes políticos y revivió la idea de la naturaleza efímera de los gobernantes.
La monarquía francesa había florecido sobre la injusticia a que tenía sometido al pueblo francés. La clase gobernante, la nobleza y los sacerdotes, como los monarcas, se libraban de impuestos. Un sistema de exenciones hacía que las cargas tributarias recayera en los trabajadores, en las clases medias de esa época y en los campesinos que sufrían terriblemente la política impositiva.
El pueblo no solo era oprimido sino que vivía en constante humillación, a cuenta del derroche, la pomposidad, la ostentación y suntuosidad desbordante de quienes le gobernaban. El descontento del pueblo crecía.
Las disputas entre los diferentes grupos gobernantes y entre los que constituían los Estados Generales, algo parecido al Parlamento, era tal que permitió que la Asamblea Nacional frenara ligeramente a los monarcas como lo hiciera el parlamento inglés con los suyos.
La reacción de los gobernantes no se hizo esperar. El Rey movilizó las tropas desde las provincias y el pueblo de París y el de Francia desarrollaron la insurrección, los campesinos quemaron los castillos de la nobleza, se procedió a destruir los títulos de dominio de los propietarios, se derrumbó el régimen absolutista y en pocos días se cayó el gobierno. Los dirigentes de gobierno que pudieron huyeron al extranjero.
Se constituyeron gobiernos provisionales en las ciudades y se desarrolló una nueva fuerza militar para resistir a las fuerzas del gobierno. El absolutismo francés también fue derrotado. Con ello se abolió el sistema de exenciones impositivas y los privilegios tributarios de quienes gobernaban, los títulos nobiliarios, la servidumbre feudal existente; también el sistema de torturas, la prisión y la persecución arbitraria, los privilegios eclesiásticos, se tomaron por parte del Estado las tierras de la Iglesia y hasta edificios religiosos se destinaron a la educación.
El Rey y la reina, reducidos en su poder, no dejaron de conspirar contra la nueva situación y huyeron. Su captura y posterior traslado a París elevaron el patriotismo republicano que se materializó en la ejecución de los monarcas.
A partir de entonces, el castigo a la realeza que fue desmedido, y ejemplarizante para los monarcas de su época, se constituyó en vivo recuerdo para cualquier gobernante, en cualquier parte del mundo, que las notas de la Marsellesa, pueden encenderse si persisten las condiciones de opresión, miseria y vasallaje, no solo material sino también espiritual, que hicieron del pueblo francés, de su juventud, de sus mujeres y de sus trabajadores, que se recuperara el espíritu del patriotismo.
Desde entonces, con la celebración de estas dos revoluciones, se encendió, para siempre, el derecho a la rebelión de los pueblos contra la opresión, la injusticia y los privilegios de los gobernantes; se encendió el derecho a la resistencia de todos los seres humanos, que hoy vivimos bajo las banderas del espíritu republicano. La resistencia no para decir NO, sino para actuar consecuentemente y derrocar la tiranía, la dictadura, la humillación y burla de los gobernantes de sus gobernados o del pueblo y, también, el absolutismo gubernativo en cualquier forma que se presente.
Estas revoluciones enseñaron que sobre los derechos positivos, restrictivos de los ciudadanos, estaban aquellos naturales, que por su esencia siempre inspirarían el actuar, no solo en conciencia, contra lo que atentara contra la propia naturaleza de las personas sino también contra el gobierno de las clases especiales, porque el gobierno que sirve a ésas solo está al servicio de determinados intereses de clase.
Estas revoluciones enseñan tener fe en el pueblo y en la democracia como forma de gobierno. Desarrollaron el constitucionalismo. Fomentaron la Igualdad, la fraternidad, la Legalidad. Impulsaron el control de los monarcas y gobernantes, así como el sistema de controles entre los poderes del Estado. Estimularon la representación del pueblo y a ello le dieron al parlamento, como institución, la supremacía jerárquica del ordenamiento político moderno y a los diputados la condición de sus delegados.
Estos procesos, pero especialmente el francés, desarrolló también en el campo de las ideas, la filosofía de la democracia, las doctrinas de la voluntad de la mayoría, de la autonomía local. Hicieron surgir la idea y la materializaron de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y así lo proclamaron urbe et orbi. También desarrollaron la idea de gobiernos de autoridad mínima y de descentralización (Jefferson). Enseñaron a condenar y rechazar el Estado leviatánico. Estimularon la Libertad y con ello los movimientos liberales. También enseñaron que la democracia no puede sacrificarse al individualismo egoísta.
El concepto de soberano cambió. Antes de estas revoluciones designaba al Rey. Después de ellas al Pueblo, porque era el pueblo quien en adelante gobernaría. Incluso en los regímenes que mantuvieron al rey éste se sometería a la Constitución, la cual emanaba del pueblo. La revolución se convierte en el poder político colectivo. Estas revoluciones enseñaron, finalmente, que los pueblos son invencibles.
Estos procesos revolucionarios popularizaron la democracia y la universalizaron. Ya, lo decía un gran revolucionario norteamericano Thomas Paine: “puesto que las revoluciones han empezado, han de continuar”.
(Publicado en Revista Rumbo No.602, de 8 de julio de 1996 )
Vladimir de la Cruz
Político, historiador, profesor universitario y ex embajador de Costa Rica en Venezuela. Escribe para varios medios de comunicación. Fue candidato presidencial del partido izquierdista Fuerza Democrática en tres ocasiones.
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