Editorial: Adiós a Don Rodrigo Madrigal Montealegre

Su enorme estatura en todo sentido, hablar pausado, acento grave, mirada dulce y jocosidad de niño, acompañada de la reflexión profunda y forma de transmitirnos tanto vivido y leído, dejó una huella imborrable, un vacío imposible de llenar.

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Nos encontramos de luto por la partida del querido profesor, humanista y persona de cualidades excepcionales, Don Rodrigo Madrigal Montealegre. Abatidos recordamos sin embargo con afecto, que el proyecto de La Revista, nació precisamente con el apoyo de varios de sus discípulos más cercanos de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Costa Rica, liderados entonces por el apreciado compañero Eugenio Herrera.

Don Rodrigo fue un distinguido miembro de  la academia, forjado en la fragua de prestigiosos campus académicos internacionales. En el pasado fue empresario, también servidor público entregado a la cultura, y al pensamiento político, escritor… muchos espacios donde dejó incontables enseñanzas. Su formación, experiencia, conocimiento histórico e internacional, junto a su extraordinaria fisga y sentido del humor, nos hizo a sus educandos mejores personas. Por su pasión a navegar y parafraseando al poeta Rafael Alberti, podemos decir que la vida hizo de él, un extraordinario marinero en tierra.

Muchos años después de abandonar las aulas universitarias, nuestro grupo se mantuvo unido en virtud de las charlas y los convivios con Don Rodrigo, en su casa de habitación. Allí en noches de solaz esparcimiento, compartimos estudiantes, profesores, líderes de partidos políticos, sindicalistas, artistas connotados, personajes de reconocida trayectoria pública y otras personas con inquietudes políticas en el ámbito nacional e internacional.  Los temas diversos, las discusiones sobre el rumbo de la nación, la frustración; así como el enojo sobre la arrogancia y  la displicencia de los grupos en el poder y de algunos conservadores medios de comunicación, fueron parte del menú en aquel improvisado Ateneo. Diálogos, charlas, discusiones; momentos inolvidables con él, nos dejaron exquisitas enseñanzas. Esas horas imborrables marcaron una pauta en nuestras posiciones, pero también sobre nuestra cultura y valores, gracias al sendero trazado por sus ideales y gran corazón.

Su enorme estatura en todo sentido, hablar pausado, acento grave, mirada dulce y jocosidad de niño, acompañada de la reflexión profunda y forma de transmitirnos tanto vivido y leído, dejó una huella imborrable, un vacío imposible de llenar. Extrañaremos sus gentiles llamadas telefónicas invitándonos a su casa…Eugenio Herrera, su más devoto discípulo y para quien fue como un buen padre, Carlos Carranza, Ronald  Fernández, Jorge Urbina, Guillermo Barquero, Francisco Barahona y tantos otros. Es nuestro deber seguir encontrándonos en su memoria y diseminar la obra y el pensamiento  que nos legó. Lo haremos inspirados en  el recuerdo y en su obra escrita, pletóricamente documentada.

De nuestra parte; mirando hacia lo alto, la gratitud imperecedera al Maestro, al hombre, al profesor, al humanista, al filósofo, al compañero y al amigo, quien pudo ver en nosotros la cosecha propia, tan afectuosamente cultivada por él durante muchos años. Gracias a su tesonero esfuerzo y cariño es que también nosotros hemos permanecido juntos por décadas. A los suyos nuestra solidaridad, bajo la promesa de que en nosotros su luz nunca podrá apagarse. En La Revista todos sus amigos y colaboradores le  decimos hasta luego, o hasta que nos encontremos de nuevo, en alguna otra dimensión de luz… Gracias al Maestro, gracias al amigo, por tan maravilloso legado.

Descanse en paz don Rodrigo.

 

 

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