Álvaro Salas Chaves, Médico.
De las más cosas lindas y agradables, los parques de Atenas y la vecina Grecia. El de Atenas por la frescura que dan sus árboles y el de Grecia por la limpieza. En los primeros años del siglo XX, los muchachos se quedaban hasta tarde conversando en el parque de Atenas. No había otra cosa que hacer. No había otro entretenimiento. El billar ya estaba cerrado, las cantinas también, ya eran las seis de la tarde y a esa hora ya todos se habían ido a sus casas. La única excepción era un baile, pero eso solo ocurría en las fiestas patronales de San Rafael, el 24 de octubre. Otra oportunidad era la navidad o el año nuevo. No existía la radio y mucho menos la televisión, que ni siquiera se visualizaba en el futuro. De manera que la tertulia en el parque, era la oportunidad para pasarla bien con los amigos. Se trataba de hablar puras tonterías, de contar chistes y de reírse un rato.
Por supuesto que todos esperaban a que llegara Nayo. Siempre tenía un nuevo repertorio de chistes, usualmente buenísimos. Siempre tenía un montón de historias que contar. Era una barrita compuesta por los muchachos de entonces: Felo Fonseca, (el maestro Rafael Ángel Fonseca) quién llegaría a ser nuestro mejor músico y compositor; nuestro querido Umañita, (Juan de Dios Umaña) futuro diputado, boticario y médico de Atenas, una de las personas más recordadas de la empobrecida Atenas de entonces; Juan Rafael Alfaro, futuro finquero y caficultor y posteriormente empresario; Primitivo Rojas, el próximo dueño de la cantina frente al parque; Mario Arredondo, posteriormente exitoso empresario autobusero en Guanacaste. De él se decía que era el hombre más “cabreado” del mundo, los demás decían que era simplemente Arredondo, suficiente para entender que tenía un carácter de rayos. En fin, la barrita de muchachos de la época.
El parque tenía una parpadeante iluminación eléctrica, que ante la inmensa oscuridad de la noche ateniense de entonces, apenas permitía distinguir las caras de los parroquianos.
Se reunieron como siempre y conversaron de todo: de los partidos de fútbol del fin de semana pasado; de lo malo que había estado el porterillo ese traído de Orotina; del viaje en tren a Turrúcares que había hecho para conocer una finca que le ofrecían en un alejado caserío conocido como San Miguel. De las inundaciones allá por Limón que había destruido la línea del tren y había dejado incomunicado al puerto con la capital; del montón de muertos por malaria que decían que estaban llegando de Matina.
De repente mi abuelo, bajó la voz y les dijo: -acérquense, para contarles un cuento buenísimo. Pero arrímense más, hombre, arrímense más, que no puedo hablar muy duro. -¿Pero de qué se trata? -dijo Juan Rafael; –carajo, arrímense o no les cuento nada, insistió. Con aquella suspicacia que se había creado, todos se hicieron un puño, para oír el famoso cuento.
No se oía ni una mosca volar, casi ni respiraban, para escuchar bien. Y el abuelo comenzó: -se acuerdan de aquella macha, aquella que vivía allá por el Cajón, ¿cómo se llamaba? -¿Cuál? -preguntó Felo. -Acordate, aquella machota, la guapa- continuó. -¿Pero cuál, Nayo? ¡Arrímense más, con todo el carajo! ¿Se van arrimar o no? -Si si, pero contanos rápido, -dijo alguién. Buena, esa muchachota resultó ser la novia de… pero arrímate Umañita, no ves que no puedo alzar la voz. Umañita se arrimó todo lo que pudo, por la insistencia de Nayo. Bueno, fíjense que… Cuando de repente se escuchó fuertemente: -Jueputa Nayo, nos estás meando, sos un cabrón, espérate que te agarre.
Para entonces el abuelo iba corriendo a toda velocidad allá por detrás de la municipalidad. Todos se volvieron a ver en medio de la penumbra que dejaban los bombillos del parque. Con dificultad podían ver, pero claramente se notaban los grandes lamparones de “miaos” que les había dejado aquella pesadísima broma del abuelo. El problema era aquel olor nauseabundo. ¿Que iban a decir en sus casas? ¿Qué explicación dar? -Cabrón Nayo, para peores nos meó en la pura jareta, mirá que cuadro. ¿Qué le voy a decir a mama? Vas a ver Nayo, ya nos la pagarás. – ¡Eso les pasa por “averigüetas”, nadie los tenía¡ Se oía a lo lejos, donde iba muerto de risa, corriendo por el palacio municipal. Una más, resultado de aquella oscuridad y de un temperamento dispuesto solo para la guasa y la jodedera.
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