Álvaro Salas Chaves, Médico.
A todos nos gusta el trabajo, pero cuando ya está hecho.
Marco Tulio Cicerón (106-43 a C.), orador y estadista latino.
Hacia 1513, el capitán y explorador, Gil González Dávila, se sintió gravemente enfermo, y ordenó desembarcar de inmediato, porque creía que moriría pronto. Su enfermedad había sido causada por consumir únicamente carnes saladas, agua guardada en estómagos de vaca y la total ausencia de vitaminas provistas por las frutas y los vegetales. Todas estas carencias, complicaban el cuadro clínico, muy conocido por los marineros de entonces.
Efectivamente, sus hombres construyeron albergues con maderas obtenidas en las frondosas montañas de la región, desconocida por el explorador, que, hoy sabemos, que se ubicaba en las proximidades de la desembocadura del Río Térraba, en la zona sur del país.
Según relatan las Crónicas de Indias, durante varias semanas lo alimentaron con carne fresca, producto de la cacería abundante de la zona. Por otra parte, el consumo de agua fresca de manantial y el suministro de pescado, de una gran variedad de peces de río, le permitieron recuperarse aceptablemente.
Una mañana de invierno, empezó a llover intensamente, de una manera que no paró en toda la noche. En medio de aquel temporal terrible, el explorador ordenó abandonar el caserío y dirigirse de inmediato a las naves. Según refieren las crónicas, se sentía una fuerte vibración en la tierra. El experto explorador interpretó el hecho correctamente: iba a producirse una inundación.
Una vez en los botes, se dirigió hacia las naves que se encontraban afuera, en alta mar. El explorador vio, con asombro, cómo una inmensa cabeza de agua cubría el poblado en que ellos habían permanecido hasta poco antes. Observó como todo quedaba destruido a su paso.
A su arribo a la nave insignia, el capitán Gil González Dávila llamó al escribiente y le dijo:
-“Que se escriba -y se sepa en todo el Reino- que no ha de construirse pueblo alguno, en estas tierras inhóspitas, so pena de perder la propia vida”.
Sin embargo, lo primero que hicimos los costarricenses fue construir Puerto Cortés en el lugar señalado por el explorador, ignorando así todo tipo de advertencias. Desde entonces y hasta hace apenas cuatro años, se empezó a trasladar el pueblo, a las alturas de las estribaciones de la Cordillera de Talamanca en la zona sur del país. Durante la conquista y la colonización, la independencia y el desarrollo de las instituciones del país, cada año sin faltar uno, se produjeron inundaciones en Puerto Cortés.
El viejo hospital de la bananera conservaba una pared sin pintar, donde se dejaban las marcas de las crecidas del Río Térraba, con la fecha bien clara, para comparar y establecer cuál año había sido el peor, porque las marcas más bajas quedaban borradas por la más alta.
En el primer invierno fuerte, durante la administración de don José María Figueres, Puerto Cortés se inundó como pocas veces se había visto. Para entonces, ya había planes para trasladar la ciudad a una finca que se compraría para el efecto, en una zona de altura, cercana a la carretera costanera sur. La idea era que el nuevo pueblo con su hospital, quedaran equidistantes entre las tres comunidades principales: el propio puerto, Palmar Norte y Palmar Sur.
El Presidente ordenó, a toda la administración pública, “raspar las ollas (buscar fondos en el presupuesto) para apoyar financieramente a Cortés en la reconstrucción a que obligaban los graves daños ocurridos por “la llena” (es decir, por la inundación).
Había que construir caminos, rehabilitar puentes, reparar o construir casas que hubiesen sido destruidas, comprar equipos nuevos para el Hospital de Cortés, reparar el tendido eléctrico y el telefónico, reconstruir las escuelas, los CEN-CINAI (Centros de Educación y Nutrición), entre otras tantas necesidades.
Como parte de la catástrofe, la Carretera Interamericana había sufrido un extenso hundimiento, en el descenso del Cerro de la Muerte, en dirección a Pérez Zeledón. De tal manera, que no había paso de San José hacia el sur, exceptuando la Costanera, que aún no estaba terminada y había sectores que no tenían puentes. Esto hacía que Puerto Cortés se encontrara aislado, de los principales centros de ayuda del centro del país.
Se recogieron comestibles en todas las ciudades importantes. La Comisión Nacional de Emergencias suplió de frazadas, “diarios” (raciones de almentos para el día), agua embotellada para su distribución por todas las comunidades que se encontraban aisladas. El gobierno disponía de un viejo helicóptero soviético, cedido por doña Violeta Barrios de Chamorro -a la sazón, Presidenta de Nicaragua- al Gobierno de Costa Rica. Con este “tanque volador”, se trasladaron los suministros hasta el sur, a las diferentes comunidades afectadas por la inundación. La operación consumía cientos de galones de combustible, pero no teníamos otro recurso para cumplir con esa importante misión.
En uno de esos viajes, el Presidente Figueres decidió incorporarse al grupo para visitar la zona y evaluar personalmente cómo avanzaban los trabajos de salvamento y reconstrucción. Salimos –porque yo iba también- de madrugada de Base Dos hacia Puerto Cortés. Aún había partes de la ciudad que estaban sumidas en el agua. “El Jefe” organizó una asamblea general, para conocer detalles de los trabajos, luego organizó a la gente en grupos por temas: salud, educación, vivienda, electricidad y telecomunicaciones, suministros, etc. Fue una larga jornada que nos dejó exhaustos y en ayunas, porque no íbamos a consumir la comida que llevábamos para la gente necesitada.
Alrededor de las tres de la tarde, se aproximó uno de los dirigentes de la comunidad y le dijo:
-Señor Presidente, hemos preparado una pequeña fiestecilla para celebrar su visita. Tenemos unas pianguas buenísimas, pescado frito, un “vigorón” muy bueno y unas cervecitas para acompañar esta comida. ¿Qué le parece, Presidente?
Don José María se enfureció como pocas veces lo había visto. Y preguntó:
-¿Quién puede estar pensando en fiestas, cuando la mitad de la gente está sin comer, sin casa, y todavía bajo el agua? Aún más: ni los carros de la Dos Pinos han podido entrar a dejar la leche para los niños, por los hundimientos en la carretera interamericana. ¡Y ustedes hablando de cervezas! ¿Pero no comprenden la situación que estamos viviendo?
-¡Ay Presidente!, ¿Cuál es el problema? Las cervezas no tienen atrasos: ¿no ve que las “aguilitas” vuelan? (Se refería a que la cerveza Imperial era conocida popularmente como Águila.)
Ante esa situación, el Presidente ordenó al piloto del helicóptero, un nicaragüense muy colaborador, salir inmediatamente hacia San José. El piloto le dijo:
-Señor Presidente, tenemos muy mal tiempo, creo que deberíamos quedarnos. Está muy “escuro” y se pronostican fuertes lluvias en la ruta hacia la capital.
-De ninguna manera, comandante. Nos vamos de inmediato, antes de que esta gente mate un chancho y empiecen a hacer chicharrones. ¡Es lo único que falta!
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