Antonio de la Cruz. Director Ejecutivo de Inter American Trends
Asociado Senior (No Residente), Programa para las Américas de CSIS
En el transcurso de un año electoral, la política argentina se ha convertido en un teatro de sombras, donde las formas se distorsionan y el contenido de las propuestas queda oscurecido por la personalidad de los candidatos. Esta tendencia, lejos de ser una excepción, parece haberse convertido en la regla en el panorama político contemporáneo.
La carrera hacia la presidencia de Argentina, que ahora entra en su recta final, ha demostrado ser una lección en la humildad para aquellos que presumían una victoria anticipada basada en la premisa de que un buen programa político es sinónimo de éxito electoral. Pero como la historia y la práctica han enseñado a los estrategas políticos, los programas detallados son a menudo relegados a un segundo plano en favor de mensajes que capturan el espíritu de cambio y la emoción de los votantes.
El candidato Javier Milei ha emergido como un estandarte de ese cambio, personificando una revuelta contra el sistema, apelando a emociones más que a la razón pragmática. Esto ilustra un fenómeno mayor en Occidente: la búsqueda de figuras disruptivas que prometen un cambio sin definición precisa, algo que resuena con electores cansados de los políticos tradicionales y sus promesas incumplidas.
Sin embargo, el riesgo inherente en la retórica de cambio es la amplitud de su interpretación. No todo cambio es positivo o deseable, como demuestran los casos extremos como la Revolución Islámica de Irán. Este ejemplo extremo sirve para ilustrar cómo la promesa de cambio puede llevar a consecuencias que distan mucho de los ideales democráticos y progresistas.
Mientras que el candidato oficialista, ministro de Economía, Sergio Massa, se presenta como alguien independiente que no tiene nada que ver con uno de los peores gobiernos de la Argentina desde el retorno de la democracia. Con Masa, el kirchnerismo considera que puede “confundir y enredar a todo el mundo” para seguir usufrutuando la nación.
Por lo tanto, la polarización política se intensifica cuando los partidarios de Milei y Massa se centran más en desacreditar al otro que en presentar sus propias visiones para el país. A medida que la elección se acerca, se vuelve evidente que los errores de campaña y las alianzas políticas apresuradas pueden tener un efecto significativo en los resultados finales.
El apoyo de figuras prominentes como Mauricio Macri y Patricia Bullrich a Milei no ha sido unánime dentro de su coalición, Juntos por el Cambio, lo que demuestra la complejidad del panorama político actual. Con los electores que no se identifican completamente con ninguno de los dos candidatos resultantes para la segunda vuelta, el resultado de la elección presidencial es más incierto que nunca.
Mirando hacia el futuro, la fractura en el Congreso sugiere un camino difícil para quien sea que gane la presidencia. La ausencia de una mayoría clara obligará a las negociaciones y al compromiso entre las distintas facciones. Este escenario destaca la necesidad de un diálogo inclusivo y constructivo si Argentina espera superar su actual división política y enfrentar los desafíos que se avecinan.
En conclusión, las lecciones de esta campaña electoral deben ser un llamado a la reflexión para los líderes políticos y los ciudadanos por igual. La política no puede ser reducida a un concurso de personalidades o a una competencia de promesas vacías. Debe tratarse de una discusión sustantiva sobre el camino a seguir, un camino que sea inclusivo, meditado y, sobre todo, orientado hacia el bienestar común y el progreso sostenible de la nación. El futuro de Argentina depende de la capacidad de sus ciudadanos y políticos para reconocer la complejidad de “cambio” y trabajar juntos hacia un objetivo compartido, más allá de las divisiones partidistas y las retóricas polarizadoras.
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