Arabella Salaverry, Escritora, actriz y gestora cultural.
Anabella
(o un final desesperado)
Enero 1934
La muerte trae consigo acomodo de cajones, relectura de cartas, encuentros inesperados con documentos ocultos, papeles que se nos deshacen en las manos de puro antiguos, pasados que nos abofetean al dejar expuestos dolores de otros. En este tumultuoso 2014 encuentro una caja de cartón que llegó a mis manos aún no sé cómo, repleta de fotografías lejanas, voluntades escritas, sufrimientos ajenos. Entre ellos, unas páginas del diario de mi abuelo, escrito en 1934, con una letra que testimonia el trabajo de muchas horas de caligrafía, la tinta china, el secante y la pluma fuente. Además, que las pasiones son siempre iguales, que los pesares se replican, y que la ausencia, cuando se ama, es igual de triste no importa el tiempo:
Día 8 de enero. A las ocho y media comenzó el ataque. A las doce la vio el doctor. Regresó a las seis y media y a las nueve indicó la operación.
Día 9 de enero. Hoy nueve a las once la llevé a la clínica. A la una fue la cirugía. La realizaron los doctores Corella y Ramírez. Este último a cargo de la anestesia.
Pasó el día muy mal. A las dos empeoró. El corazón a cada momento más débil. Se confesó. Estaba tranquila, pero siempre con el peligro rondándola como un buitre funesto.
Día 10 de enero. Día crítico. El intestino se paralizó. Noche de angustia.
Día 12 de enero. Día crítico. Vomitó constantemente. Mejoró el corazón, pero el intestino no. Noche inquieta. Fuertes vómitos.
Día 13 de enero. Amaneció postrada. No durmió en toda la noche. A las nueve pudo ir al baño. Tomó jugo de piña. A las diez la vio el doctor. Me dijo que la encontraba mucho mejor. El doctor cree que ya ha desaparecido el peligro. ¡Gracias, gracias, Madre, solo eso puedo decir!
Día 14 de enero. Hoy amaneció bastante mejorada. Se recupera. De nuevo jugo de piña y tampoco lo vomitó. Pasó el día tranquila, desapareció el peligro de la peritonitis. Durmió la noche plácida.
Día 15 de enero. Pasó el día muy agitada. Náuseas. A pesar de la inyección no pudo dormir. Tuvo el cuerpo muy frío toda la noche. Su temperatura muy baja.
Día 16 de enero. El doctor la vio temprano. A las once estaba reanimada. Salí a ver a los niños. A la una me avisaron que estaba muy grave. Corrí a la clínica. La encontré convulsionando. Exhaló el último suspiro a las dos y cuarenta y cinco. Día fatal. Llevamos el adorado cuerpo a la casa.
Día 17 de enero. El miércoles diecisiete a las ocho de la mañana se realizaron los funerales en la iglesia de La Dolorosa. Depositamos su cadáver en el Cementerio General a las nueve de la mañana.
Así terminó la vida de Anabella. Vivió treinta y seis años. Dejó doce hijos y un amor apasionado. ¿Serían esos hijos la cárcel de Anabella? ¿Serían su felicidad? ¿Amó con la misma intensidad con que fue amada? Partió en una semana. Igual que su madre. Igual que su hija. La vida es breve, y esperadamente inesperada la muerte.
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