Leonardo Garnier Rímolo.
A lo largo de estos años recorrí las escuelas del país de extremo a extremo. Y algo que cada vez llamaba más mi atención es que no importa dónde estuviera – en Pavas o en Upala, en Heredia o en Santa Cruz, en Talamanca o en San Carlos – siempre veía la enorme diversidad que caracteriza a nuestro país: estudiantes de todo tipo, altos, bajos, más gorditos o más delgados, chiquillas pecosas y morenitas, pelos negros, rubios, castaños o pelirrojos, lacios o colochos, ojos verdes, café, negros, celestes… no importan dónde, siempre es así.
Pero lo que realmente llamaba mi atención es que mientras los niños y niñas de nuestro país reflejan esta riquísima diversidad, lo paradójico es que en todas sus escuelas, no importa dónde estén, las aulas me aparecían decoradas con las mismas imágenes: unas imágenes simpáticas, bonitas… pero ajenas, sin identidad, imágenes de niños o de adultos que igual podrían estar decorando una escuela en Suecia o en Holanda; imágenes de niños y niñas rubios, redonditos, todos iguales… y muy distintos de las niñas y niños reales y muy diversos entre sí que me encuentro en nuestras escuelas.
Creo que las imágenes son importantes: reflejan cómo nos vemos y cómo nos sentimos. Por eso decidimos lanzar este proyecto que pretende cambiar las imágenes con que decoramos nuestras escuelas, para tener imágenes con las que nuestras y nuestros estudiantes – y docentes – realmente se puedan identificar, y que sean tan diversas como ellos mismos. Si queremos aprender a convivir como somos, hermosamente diversos, es necesario que también sean diversas las imágenes con que nos representamos. Que sean como nosotros.
Mi agradecimiento a la ilustradora nacional Vicky Ramos, quien nos ha asesorado en este proyecto y, especialmente, a Dilcia Muñoz, la dibujante que trabajó y desarrolló estas imágenes a partir de su propio trabajo y de una gran cantidad de fotos de estudiantes que hemos tomado en todo el país. Es realmente un conjunto muy hermoso de imágenes de niños y adultos muy costarricenses.
Ahora bien, la intención detrás de las imágenes trasciende lo meramente estético. El propósito es que estas sean parte del esfuerzo más amplio que hemos asumido de entender que la interculturalidad va de la mano con el tema de fondo de cualquier proceso educativo: la identidad o, más exactamente, los procesos individuales y sociales de construcción de nuestra identidad.
La identidad de los seres humanos nunca es unívoca, nunca se reduce a una única y simple determinación, a una sola afiliación, a una pertenencia única y una única lealtad… como tantas veces han querido los absolutismos de todo tipo y de todo signo, sean políticos, religiosos o simplemente absolutismos. La identidad humana – tal vez lo más específico que caracteriza al ser humano – es más bien y precisamente lo contrario de esa caricatura monotemática y simple: la identidad humana solo puede ser esa inevitable síntesis de múltiples determinaciones, fruto dialéctico de todas las variables que, de muy diversas formas, van constituyendo la identidad de cada uno de nosotros y – claro – de cada uno de los grupos de los que formamos parte o con los que nos identificamos.
Pero la identidad no es algo que se tiene desde siempre y para siempre y que sólo necesitamos reencontrar. La identidad es, más bien, algo que se va construyendo en interacción con los otros a lo largo de nuestra vida. En un pequeño pero iluminador librito llamado, precisamente, ‘En nombre de la Identidad’[1], Amin Maalouf – libanés, cristiano, francés, escritor – nos dice que, por separado, cada una de nuestras afiliaciones nos une y nos identifica con todos los que la comparten: ser libanés – dice – me une e identifica con los libaneses; ser cristiano, con todos los cristianos; ser francés con los franceses; escritor con los escritores… Pero, tomados en conjunto, la suma de esos lazos nos diferencia de todos y nos identifica como algo único: somos la síntesis viva y en permanente construcción de todas nuestras afiliaciones o, como dijimos al inicio, somos la síntesis de múltiples determinaciones y, por tanto, unidad de lo diverso.
Estas imágenes también obedecen a la necesidad de contextualizar el proceso educativo, una contextualización que debe entenderse en un sentido amplio y enriquecedor, nunca en un sentido reduccionista: contextualizar no es reducir la educación de lo nacional a lo local… sino un proceso que debe nutrirse precisamente del reconocimiento de la pluralidad cultural en la que hoy viven los jóvenes del mundo. Se trata de un proceso eminentemente educativo que construye la identidad no como mera suma aleatoria – ni mucho menos como imposición – sino como verdadera síntesis histórica de esas múltiples determinaciones que encontramos en cada estudiante, cada centro educativo, cada comunidad.
Para eso debemos educar: para permitirle a cada joven transitar a su manera por ese maravilloso proceso de construcción de su propia identidad. La educación debe servir, ante todo, para darle la oportunidad a cada joven de convertirse en la persona que quiere ser, no en la caricatura que alguien más imaginó. Construir nuestra identidad es una tarea individual y colectiva, es una aventura en la que, interactuando intensamente con los demás nos vamos haciendo nosotros mismos: peculiares, sí, pero también uno más de ese conglomerado humano. Cada una de nuestras determinaciones – y cuantas más logremos asimilar, mejor – nos permitirá identificarnos con distintos grupos humanos, con distintas personas a lo largo del tiempo y del espacio. Pero el conjunto de nuestras determinaciones, la síntesis de toda esa diversidad que nos va formando a lo largo de la vida, esa síntesis de las múltiples determinaciones… constituye la unidad de lo diverso que, al mismo tiempo, nos identifica como miembros del colectivo humano, pero como uno de sus irrepetibles y únicos componentes. Eso somos. Así debemos tratar de entendernos y apreciarnos, junto a cada uno de nuestros otros.
Que cada una de estas imágenes y todas ellas en su conjunto sirvan para que cada una y cada uno de nuestros estudiantes y todos en conjunto se conviertan en la persona, y nos conviertan en la sociedad que queremos ser.
Leonardo Garnier Rímolo.
El autor es Académico, Economista, ha sido Ministro de Planificación y Ministro de Educación en dos Administraciones
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