Bernal Herrera: A propósito de Tinnitus

Que dos obras tan distintas, ambas igualmente logradas, sean del mismo autor, apunta a que estamos en presencia de una nueva voz importante en la dramaturgia costarricense contemporánea.

Bernal Herrera Montero.

Una nueva voz en el teatro costarricense.

Recientemente tuve la oportunidad de presenciar Tinnitus, del dramaturgo costarricense Álvaro Martínez, representada en el espacio escénico ubicado en el bello edificio josefino La Alhambra. Como suele ocurrir con los montajes de teatro independiente en nuestro país, la temporada fue de unas pocas funciones. Una lástima, pues la obra merecía una temporada más larga. En la última presentación el público llenaba todo el espacio disponible, así que la escasez de funciones no parece deberse a ausencia de público, sino a las limitaciones logísticas y presupuestarias con las que lidia buena parte del medio teatral costarricense, salvo aquel que cuenta con patrocinio estatal o institucional significativo.

Tinnitus es un buen texto teatral. Montado con recursos limitados, el inteligente uso de estos hizo que no hicieran falta más que los disponibles para brindar al público una noche de buen teatro. Una prueba más de que este no depende de la inversión hecha, sino de la calidad de la obra y el montaje.

La obra presenta algunas peripecias de un personaje netamente contemporáneo, que si bien incorpora unos pocos elementos autobiográficos de su autor, se separa de este para convertirse en un personaje independiente. Algunas de las tantas situaciones que muchas personas jóvenes enfrentan hoy día en su tránsito de los últimos años de  estudios a su ingreso en el mundo laboral, son tratadas descarnadamente, con una eficiente mezcla de acidez crítica y humor. Retazos de la realidad propia de los omnipresentes call-centers surgen ante nuestros ojos, alternando y por momentos mezclándose con el ámbito doméstico. Esta mezcla del espacio y el tiempo hogareños con los laborales, tan frecuente hoy día en tiempos de teletrabajo, con todas las ventajas y problemas que este conlleva para quienes lo ejercen, voluntaria o forzosamente, es el espacio en que se ancla el mundo representado en Tinnitus. Y lo hace con pertinencia y soltura. Pero la obra también explora temas como las relaciones familiares y las aspiraciones, en buena medida frustradas, de una generación cuyos horizontes de futuro no son los más halagüeños.

Uno de los principales méritos de la obra radica en que, lejos de lanzar sus dardos únicamente contra las constricciones, absurdos e injusticias del mundo social en que el personaje se desenvuelve, este también se permite mostrar, sea mediante afirmaciones explícitas o mediante lo que sus acciones nos indican, sus propias debilidades, su picardía acomodaticia y, de alguna manera, su claudicación. Evitando toda visión maniquea, la obra se aleja por completo de esas narrativas, tan propias de Hollywood como de cierto teatro de crítica sociopolítica y cultural, en las que los buenos se enfrentan con los malos, sin importar quienes triunfen. En Tinnitus las realidades objetivas y subjetivas son más complejas, y esto le añade valor a la obra. Este fresco desenfado permite que la obra se burle incluso de su propio mundo, el teatral, algunas de cuyas modalidades y acciones producen más poses que contenidos, más ruido que nueces.

Uno de los principales recursos utilizados en el montaje es la música. Lo que pudo haber sido un unipersonal -y como tal la obra puede funcionar bien-, en esta ocasión se enriqueció con la constante presencia de un músico, Rodolfo Murillo, en escena. El uso intenso e inteligente de este recurso hizo que la música pasara de ser una simple forma de ambientar la obra, o un recurso puramente técnico, a convertirse en uno de sus medios expresivos más significativos. No solo la música va más allá de la típica “música de fondo”, sino que partes importantes del texto está constituido por canciones, para las cuales se utilizan muy diversos ritmos, del tropical al rock pesado pasado por el reggaetón. La presencia e importancia de la música, así como su variedad, no solo actúan como un recurso de distanciamiento escénico, sino que escenifican y refuerzan la mezcla de sensaciones y estímulos tan propia del ambiente sociocultural contemporáneo puesto en escena. Tinnitus, una obra de crítica social y cultural que es al mismo tiempo una parodia y una sátira, añade con la música un nuevo registro a su repertorio: la del show de variedades. Semejante batiburrillo, que en manos menos diestras pudo haber dado al traste con la obra, o al menos con el montaje, es resuelto con gran solvencia, y lejos de debilitarlo, este salió fortalecido por su utilización. Incluso las sorpresas que la obra reserva a su público, que a menudo más distraen que aportan, funcionan muy bien en este caso.

A lo largo de toda la función su protagonista, no otro sino su autor, Álvaro Martínez, utilizó todo el tiempo un micrófono inalámbrico. Ignoro si ello obedeció a la necesidad de que su voz no se viera tapada u opacada por la música en vivo (la proyección de la voz no es una fortaleza de la enseñanza teatral nacional ni, por tanto, en nuestro genio actoral), si era parte de la parafernalia utilizada para aludir a géneros como el stand up, o si era un recurso para apuntar a un mundo en el que las relaciones en vivo van siendo cada vez más sustituidas por las realizadas a través de medios tecnológicos.

De Álvaro Martínez había presenciado otra obra suya, Alimento para el olvido, montada el 2022 en la Sala Vargas Calvo, bajo la dirección de Roxana Ávila y David Khorish. Ambas obras son muy distintas entre sí, tanto que difícilmente nadie hubiera sospechado ser de la misma mano, pero es así. Alimento para el olvido es un drama donde lo político y lo familiar se mezclan para criticar, de manera bastante formal, el autoritarismo y sus consecuencias personales y familiares. Tinnitus, por su parte, se presenta, engañosamente, como una obra más ligera y menos formal, sostenida por una mezcla donde la seriedad y el humor, o la seriedad del humor, es representada de forma desenfadada, apelando a la ya mencionada mezcla de registros escriturales y escénicos.

Junto a Álvaro Martínez, autor y actor, y a Rodolfo Murillo el músico, completan el equipo principal del montaje Vanessa Tangerini, quien comparte con Martínez la dirección, dramaturgia y diseño espacial, y Jeremy Arias y Noemy Cyrman Muñoz en luminotecnia.

Que dos obras tan distintas, ambas igualmente logradas, sean del mismo autor, apunta a que estamos en presencia de una nueva voz importante en la dramaturgia costarricense contemporánea.  A nombres ya consagrados como, por citar dos, Claudia Barrionuevo y Ana Istarú, se van añadiendo algunos nuevos, como el de Kyle Boza. Ahora también el de Álvaro Martínez. Bien hará el público interesado en el buen teatro en apuntar su nombre y estar atento a su obra.

 

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