Bernal Herrera: «Educación y modelos de desarrollo en Costa Rica» en Miscelánea (Podcast)

La actual crisis de los niveles de primaria y secundaria de  la educación pública ha desatado las alarmas, y el reciente informe del Estado de la Educación corrobora la gravedad de la situación. Una mirada histórica ayuda a entender las potenciales consecuencias de esta crisis en la equidad y la movilidad social de nuestro país.

Bernal Herrera Montero.

La cada vez más notoria crisis de la educación pública primaria y media, ha desatado numerosas alarmas. Y si bien los males se venían acumulando desde tiempo atrás, el actual gobierno parece empeñado en darle el golpe de gracia. El desacertado, y a menudo inexplicable, accionar de la Sra. Ministra de Educación, y el abierto irrespeto por la constitución en lo referente al presupuesto educativo, son muestras de esta actitud.

La gravedad histórica de esta crisis se percibe mejor si recordamos que gran parte de los logros que nuestro país alcanzó en el pasado, se basaron, más que en ningún otro factor individual, en la importancia dada a la educación pública. La Costa Rica real nunca fue igual a la  idealizada imagen que numerosas personas, nacionales y extranjeras, han tenido de nuestro país. Pero pese a los muy reales y todavía no resueltos problemas, durante varios períodos gran parte de la población pudo, con argumentos y cifras en la mano, sentirse optimista con la marcha del país.

Dada la importancia que la educación pública ha tenido en Costa Rica, resulta útil, incluso indispensable, tener una visión de conjunto de cuál ha sido su impronta en temas como la equidad, a través de la creación de oportunidades individuales y colectivas.

Tanto a fines del siglo XIX como durante algunas décadas del siglo XX, la educación pública estuvo en el corazón mismo del progreso que el país logró en diversos frentes. Se implementaron procesos de modernización que, a diferencia de muchos otros de parecida índole emprendidos en otros países, en el caso costarricense extendieron sus beneficios a un porcentaje cada vez mayor de la población. En ambos periodos se emprendieron aquí modelos de desarrollo que, siendo muy distintos uno del otro en sus metas, políticas, acciones y resultados, lograron progresos significativos y ampliaron las oportunidades disponibles a su población. El proyecto liberal de fines del XIX no le dio a una mayor justicia social la misma importancia que el socialdemócrata, iniciado en los años 40 del siglo XX, pero ambos incrementaron la movilidad social, gracias a lo cual el país experimentó notorios avances en sus condiciones de vida. Estos logros se sustentaron no solo en el crecimiento económico, sino en políticas redistributivas, muchas de ellas relacionadas con el impulso dado a la educación pública. Incluso hubo momentos, en el siglo XX, cuando diversos datos indican que, medido en términos relativos, los principales beneficiarios del crecimiento económico fueron algunos sectores populares.

Posteriormente, a partir de los años 80 del siglo XX, sucesivos gobiernos impulsaron un tercer modelo de desarrollo. Cuatro décadas después, constatamos que este nuevo modelo resultó más excluyente que los dos anteriores, y que el variable crecimiento económico de las últimas cuatro décadas se logró a costa de la creciente marginalización de amplios sectores de la población. Si antes, en especial de los años 40s a los 70s del siglo XX, el crecimiento fue acompañado de políticas redistributivas, ahora estas se han venido debilitando, propiciándose una mayor concentración de la riqueza. Esto no es una mera percepción, sino un dato sustentado en parámetros como el coeficiente de Gini, el estancamiento de los salarios mínimos reales, y la creciente distancia entre los ingresos de los deciles bajos y altos de la pirámide socioeconómica.

La historia de cómo se pasó de un modelo de desarrollo a otro, y de cómo el optimismo se transformó en desesperanza, es compleja. Conforme retrocedemos en el tiempo, van escaseando los datos y cifras, a menudo conocidas solo por especialistas. Y si bien abundan buenos estudios sobre períodos y factores concretos, escasean visiones generales que permitan al gran público conocer y comprender mejor cuáles han sido, en Costa Rica, la relación de sus políticas educativas con el aumento o disminución de la movilidad social.

Esbozar una narrativa que, trascendiendo lo inmediato, permita visualizar mejor la profundidad y posibles consecuencias de la actual crisis de la educación pública primaria y secundaria, es lo que aspiro a brindar, y para ello me concentraré en los ya mencionados modelos de desarrollo emprendidos en Costa Rica. Mi única pretensión es, partiendo de mis lecturas y reflexiones personales al respecto, plantear una visión general del papel jugado en ellos por la educación, en especial en lo referente a la movilidad y la justicia social.

Los tres modelos de desarrollo en cuestión son,  para utilizar denominaciones y fechas inevitablemente discutibles, el liberal agroexportador, vigente grosso modo de 1870 a 1940; el que llamaremos socialdemócrata o cepalino, que iría de 1940 hasta principios de la década de los 80s; y el aperturista, de atracción de inversión extranjera directa y diversificación de las exportaciones, vigente desde los 80s al día de hoy. Estos tres modelos no se enunciaron ni sucedieron uno a otro de forma nítida, y estuvieron marcados no solo por límites externos sino también por tensiones internas. Pero no son meras construcciones explicativas, y visualizarlos como etapas claves del camino que nos ha llevado de épocas de optimismo al actual pesimismo, puede facilitar la comprensión de sus respectivos límites, logros, fracasos continuidades y contrastes, los cuáles espero empezar a mostrar en una próxima Miscelánea.

 

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