Bernal Herrera: «Educación y modelos de desarrollo en Costa Rica – Final» en Miscelánea (Podcast)
El actual modelo aperturista-exportador exhibe un total desfase entre sus políticas económicas y educativas. Mientras estimula la migración de la economía hacia actividades más sofisticadas que requieren personas más capacitadas, descuidó la cobertura y calidad de la primaria y secundaria públicas, reduciendo drásticamente las posibilidades de movilidad social de la mayoría de la población.
Bernal Herrera Montero.
En Costa Rica, el modelo socialdemócrata empieza a hacer aguas en los 70s. Ello no fue evidente en esos años, pero vistos desde hoy los síntomas eran claros. Tras la fuerte disminución de la pobreza, que en 1971 llega al 20%, el proceso se estanca. Luego la crisis petrolera de 1979 y el mal manejo interno la sube al 30% en 1980 y al 50% en 1982. En este contexto de crisis arranca el modelo aperturista y de atracción de inversión externa directa (IED), para algunos típicamente neoliberal, que tras arrancar con una pobreza coyunturalmente alta, cuarenta años después no ha logrado bajarla del 20%.
Como el modelo liberal, el actual favorece las exportaciones y el aumento de la actividad económica y la riqueza, no así su redistribución. Pero mientras aquel fortaleció el aparato estatal y creó una educación modernizante pública y laica, el actual redujo la capacidad estatal, ha permitido el declive de la educación pública primaria y secundaria, y salvo excepciones renunció a modernizar los ámbitos socioculturales dominados por el conservatismo religioso.
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De las políticas del modelo aperturista, resaltaré tres, muy vinculadas entre sí. La primera refiere al mercado interno, abandonado como nunca antes. En una Costa Rica aislada, pobre y frugal, con un mercado interno mínimo, el modelo liberal, acaso sin proponérselo, lo había dinamizado gracias a la riqueza cafetalera que, si bien concentrada en grandes beneficiadores y exportadores, también alcanzó a numerosos pequeños y medianos productores. Luego, la vertiente cepalina de industrialización y sustitución de importaciones del socialdemócrata protegió y estimuló el mercado interno nacional, y apoyó la creación de un pionero mercado interno regional, el Mercado Común Centroamericano, que pese a sus limitaciones y obstáculos funcionó.
La segunda política es la salarial. Mientras el modelo socialdemócrata mejoró los salarios, en especial los mínimos, en parte para fortalecer el mercado interno, el actual los ha mantenido estancados. Así, entre 1986 y el 2006 los salarios mínimos reales estuvieron bastante estancados, y en los años 95, 2000 y 2004 incluso bajaron. Esta política salarial ha golpeado mucho a la mayoría de la población, cuyo porcentaje de participación en los ingresos totales del país ha bajado. Paralelamente, los sectores de mayores ingresos y con educación universitaria completa han visto crecer sus ingresos, lo que aumentó la desigualdad socioeconómica.
La tercer política, el favorecimiento unilateral de las exportaciones y atracción de inversión externa directa (IED), ha generado consecuencias negativas. Incidió en el abandono de los sectores que producen, o producían, para el mercado interno, como los pequeños agricultores, que habían crecido en los dos modelos anteriores. Fomentó la política de estancamiento de los salarios del sector privado, vistos ahora como un mero costo del sector exportador; y determinó el surgimiento de dos sectores empresariales paralelos: por un lado las empresas extranjeras de exportación asentadas en zonas francas, que aun siendo el sector más dinámico de la economía no paga impuestos; por el otro las empresas y negocios fuera de las zonas francas, donde priman las PYMES orientadas al mercado interno, le da empleo a la mayoría de la población laboral y sí paga, o debiera pagar, impuestos. El primer sector, minoritario pero poderoso, crece aceleradamente; el segundo, mayoritario pero más débil, crece mucho menos, y el actual gobierno ha propuesto aumentarle los impuestos, microempresas incluidas.
El modelo actual exhibe algunos éxitos. Durante su vigencia se diversificaron las exportaciones, los servicios y el turismo, y entre 1984 y el 2000 las políticas públicas heredadas del anterior modelo permitieron bajar el porcentaje de hogares con carencias del 46% al 36%, y el número promedio de carencias de tales hogares de dos a una.
Pero en general el modelo ha dejado atrás a más de la mitad de la población, tanto en lo económico como en lo educativo, pues la creciente desigualdad social ha impactado fuerte y negativamente el funcionamiento del MEP. No es casualidad que en los hogares con carencias la más padecida sea la educativa. Las cifras son alarmantes, y muestran la relación directa entre el rezago social y el educativo. En las poblaciones costeras y fronterizas solo una de cada cinco personas adultas terminó la secundaria, y a nivel nacional solo la mitad. Cifras acaso parecidas a las del final del periodo socialdemócrata, y sin duda mejores que las del periodo liberal, pero cuyas consecuencias hoy día, cuando las posibilidades de ascenso social dependen mucho más que antes del nivel educativo, son muchísimo más graves. Mientras el modelo estimuló la migración de la economía hacia actividades cada vez más sofisticadas, que exigen personas cada vez más capacitadas, se permitió que la primaria y secundaria públicas, que atienden a la mayoría de la población, entraran en crisis en cobertura y en calidad. Una situación ya bien diagnosticada en sucesivos informes del Estado de la Nación.
El problema no es de personas, sino estructural. Excelentes ministros de educación como Pacheco y Garnier tuvieron logros muy reales pero no lograron revertir el declive del MEP, agudizado desde hace algunos años.
La educación pública mantiene fortalezas significativas. El nivel de las universidades públicas, los colegios científicos, y de muy numerosas personas formadas en escuelas y colegios del MEP lo demuestran. Pero mientras los modelos anteriores implementaron políticas educativas acordes con su propuesta de desarrollo, la incoherencia del actual entre sus políticas económicas y las educativas está agudizando la exclusión social. Este desfase entre lo que el país necesita y la formación que el modelo le brinda a la mayoría de la población es tal, que de mantenerse estaremos asistiendo a la crónica de una crisis social anunciada.
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