Bernal Herrera: «El actual malestar social – Una perspectiva histórica» en Miscelánea
Los tiempos actuales muestran un agudo malestar social, pero es útil poner en perspectiva esta afirmación. Si comparamos los actuales niveles de conflictividad social, vemos que, aunque han venido creciendo, no son tan altos como los de muchos momentos históricos recientes. Esto no debe generar una falsa confianza: algunos de los peores estallidos de conflictos sociales fueron precedidos por malestares como los actuales.
Bernal Herrera Montero.
No hace falta ser un observador particularmente agudo de la realidad social, menos aún un clarividente, para darse cuenta de que vivimos tiempos marcados por el malestar ciudadano. Las muestras de rechazo hacia la situación política, económica y social son evidentes, e ignorarlas resulta tan difícil como peligroso. Ejemplos actuales tan divulgados por los medios como las protestas en Francia e Israel, el auge de la extrema derecha en países como Hungría, Israel, Italia y Polonia, la polarización de las recientes elecciones en países como Brasil, Chile, Colombia y Ecuador, y la fuerza de las así llamadas guerras culturales en los Estados Unidos, nos hacen ver que el fenómeno es bastante generalizado, aunque parece tener especial fuerza en Occidente y América Latina.
Al mismo tiempo, resulta importante aclarar un poco qué significa decir que los tiempos actuales son complicados. Para lo cual resulta útil ponerlos en una perspectiva histórica, mediante una muy breve y esquemática comparación del actual nivel de malestar social con el experimentado en otras situaciones del pasado reciente. Pues este tipo de tensiones y polarizaciones, claro está, distan de ser novedosas, y han sido vividas y atestiguadas en innumerables ocasiones por muy diversos grupos humanos. Una tal comparación, por somera y superficial que sea, permite un cierto optimismo, pues vistas desde una perspectiva histórica, situaciones como las actuales todavía están lejos de las sufridas por muchas otras poblaciones, aun si nos limitamos al siglo pasado.
En efecto, si nos restringimos al siglo XX, el más cercano al nuestro, y aun si excluimos del panorama tanto los conflictos y violencias producidos por guerras declaradas entre estados, caso de las dos guerras mundiales, como las que acompañaron a revoluciones como la mexicana, la rusa, la cubana y la sandinista, y nos ceñimos a otros tipos de conflictividad social al interior de una sociedad, vemos numerosos momentos en los que alguna gran polarización llevó de manera directa a situaciones de gran violencia.
Recordemos, por ejemplo, lo ocurrido en Alemania tras finalizar la I Guerra Mundial, cuando en las calles de ciudades como Berlín las fuerzas de la antigua Liga Espartaquista, una organización marxista, se enfrentaron a las del estado y a los Freikorps, o Cuerpos Libres, una organización de extrema derecha. Esta violencia, a su vez, en términos de magnitud, casi parece una mera pelea callejera comparada con la provocada por el complejo proceso de independencia y partición de los dominios británicos en el Sur de Asia, en particular la Partición de la India, efectuada en 1947, de la cual surgieron la India y Pakistán, cuyo número de víctimas mortales no se conoce a ciencia cierta, circulando cálculos que oscilan entre 200.000 y 2.000.000.
Más recientemente, tenemos procesos como la Revolución Cultural iniciada en China en 1966, en la que miembros de las llamadas Cinco Categorías Rojas, planteadas por el movimiento como las revolucionarias y positivas, fueron lanzadas contra las Cinco Categorías Negras, vistas como reaccionarias y negativas, en un proceso turbulento que provocó la muerte de al menos varios cientos de miles de personas; el acoso, marginación y desplazamiento de varios millones, y la destrucción de una parte importante del patrimonio cultural chino.
Los ejemplos podrían multiplicarse, incluyendo los ocurridos en América Latina, como el período significativamente llamado La Violencia, ocurrido en algunas zonas de Colombia a partir de 1920, que provocó la muerte de unas 200.000 personas, y el desplazamiento forzado de un par de millones.
Un factor fundamental a la hora de analizar y clasificar este tipo de conflictos sociales, es el grado y tipo de participación estatal o gubernamental en el conflicto. Siguiendo con los ejemplos dados, podría afirmarse, de modo muy general, que en el caso alemán el gobierno fue cómplice de las fuerzas de ultraderecha; y que la violencia durante la Partición de la India respondió principalmente a conflictos religiosos entre musulmanes e hindúes. En el caso chino, la Revolución Cultural fue lanzada por Mao desde las más altas esferas del poder estatal, pero se dirigió, entre otros grupos, contra numerosos miembros del gobierno; y en el caso colombiano, parecen haberse dado distintos grados de complicidad de sectores oficiales con diversas facciones enfrentadas. Los mencionados fueron procesos complejos, imposibles de comentar aquí, pero interesa subrayar que a menudo diversas fuerzas gubernamentales atizaron el conflicto.
Juzgados a la luz de ejemplos como los citados, los actuales niveles de tensión social, y más aun los de violencia abierta, están lejos de ser muy altos. Pero sería un error garrafal dejar que la relativa benignidad de la actual conflictividad nos tranquilizara, pues si bien estamos lejos de situaciones como las mencionadas, y de otras muchas algo menos extremas, es claro que la mayoría de los estallidos de violencia que la historia registra, fueron precedidos y alentados por periodos de tensión y polarización como los que vemos hoy día surgiendo en muchos países.
Aun admitiendo la relativa benignidad de las actuales tensiones sociales, vivimos tiempos marcados por un nivel de malestar y enojo ciudadano bastante mayor que el de no hace muchos años, y ello podría acabar llevando a estallidos de violencia. Un peligro del que no escapa nuestro país.
En Costa Rica, todavía estamos lejos de niveles de conflictividad como los que, sin ir muy lejos, Costa Rica vivió a lo largo de los años cuarenta, y desembocaron en la violencia del 48. Pero situaciones como la actual pueden irse agudizando, y este tipo de procesos, una vez iniciados, no se sabe cómo acaban. Razón por la cual diversos sectores y actores sociales, empezando por el gobierno, bien harían en pensar con calma si su opción será por seguir exacerbando las tensiones, o si más bien tratarán de hallar soluciones negociadas a los grandes problemas que enfrenta el país, empezando por la creciente desigualdad social.
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