Bernal Herrera: «La conversación como arte – II» en Miscelánea
La Miscelánea pasada vimos algunos requisitos, que podríamos llamar “ambientales” o “circunstanciales”, de la conversación. En esta comentaremos diversas actitudes personales que la favorecen o dificultan, enfatizando la empatía y respeto intelectual y afectivo requeridos para lograr una conversación significativa.
Bernal Herrera Montero.
La Miscelánea pasada propuse considerar la conversación como un arte que requiere algunas condiciones mínimas, las cuáles comentamos brevemente. También demanda ciertas actitudes de sus participantes.
La básica, la disposición a comunicarse, el gusto por hacerlo, casi toda persona la tiene en algún grado. Pero ella debe ir acompañada de otra más escasa: una auténtica disposición al diálogo, a escuchar a otras personas. Un monólogo en el cual alguien habla y otro solo escucha, sea porque existe una relación de poder o porque esa es la dinámica imperante, no es una conversación. Tampoco lo es un choque de monólogos, en el que dos o más personas hablan sin escucharse ni tratar de comprenderse una a la otra. Conversar requiere escuchar con atención las razones de la otra persona, no encerrarnos en nuestra propia posición, asumiéndola como la única correcta.
Lo anterior vale principalmente para conversaciones sobre ideas y opiniones. Pero otras tocan temas más personales y afectivos, y estas requieren una escucha marcada por la empatía emocional, la cual está lejos de darse automáticamente. Así, si una persona nos cuenta que piensa volver con una pareja agresora, las reacciones pueden ser muchas: condenar el error, tratar de convencerla de que no lo haga, recordarle el carácter violento de la pareja, y un largo etcétera. Todo ello está justificado, pero si no hay o no se muestra, además, una empatía afectiva por la otra persona y por lo complejo de su situación, es difícil que ningún argumento racional sea escuchado, menos aun atendido. Casos como estos requieren oír, comprender, ir más allá de la urgencia de demostrarle con argumentos su posible error.
Conversar pasa, entonces, por mostrar respeto intelectual y empatía afectiva. De no ser así, se puede hablar y discutir mucho, pero difícilmente se podrá tener una auténtica conversación.
Ese respeto y empatía deben manifestarse de diversos modos. El primero es un tono amable. Si enfrentados a opiniones o decisiones que no compartimos, de inmediato las rechazamos y encima subimos el tono, hasta ahí llegó la conversación. No hace falta, y a menudo es imposible, estar de acuerdo con la otra persona. Tampoco es necesario ni conveniente fingir estarlo, pero cualquier diferencia puede y debe ser expresada con amabilidad.
El respeto y la empatía también deben manifestarse en la disposición a escuchar hasta el final lo que la otra persona desea decir. Solo esto nos da el derecho a solicitar, luego, que la otra persona nos escuche. Las interrupciones, si son reiteradas, atentan contra la fluidez comunicativa que caracteriza una conversación.
Lo que oigamos puede resultarnos largo y descabellado, y tal vez lo sea. Pero la conversación solo fluirá si oímos con respeto y empatía. Tal actitud, claro está, se logra más fácilmente con quienes compartimos puntos de vista y formas de situarnos en el mundo. Entre más distintas sean las opiniones y los valores de dos personas, más difícil resulta desarrollar y mantener esta empatía.
Siendo tan difícil lograrlo, ¿vale la pena intentar conversar con personas muy distintas de nosotros? Considero que sí, por varias razones. Rara vez alguien tiene toda la razón en un tema, o conoce tan bien todas sus facetas, como para no poder aprender algo de quienes lo ven de distinta forma. Conversar nos recuerda constantemente todo lo que ignoramos, ya no digamos en temas que dominamos poco o nada, sino también en aquellos que dominamos un poco más. Siempre es factible aprender de quienes piensan diferente o se concentran en otras facetas de un tema. Pero no solo eso. Las personas muy distintas a nosotros suelen representar ventanas, a veces las únicas que tenemos, a realidades y experiencias muy ajenas a las nuestras.
Por eso una buena disposición a dejarnos sorprender, la apertura a perspectivas y experiencias distintas e incluso alejadas de las nuestras, puede ayudar mucho a tener conversaciones. Resulta muy difícil conversar, a veces incluso hablar, con personas monotemáticas que solo se interesan en uno o dos temas. También es importante una disposición abierta al aprendizaje. Si una persona monotemática dificulta conversar, colocarse siempre en la posición de quien enseña, y nunca de quien aprende, lo dificulta aun más. Existen personas que, casi por automatismo, lejos de conversar, se dedican a pontificar.
Tres factores adicionales ayudan mucho a conversar con fluidez. El primero es hacerlo con una o muy pocas personas. Salvo que lo una un fuerte interés común, es difícil que un grupo numeroso pueda mantener una conversación significativa. Con un grupo así uno puede divertirse mucho y pasarla bien, pero conversar es difícil. El segundo es dedicarle tiempo. Conversar requiere tiempo, y muchas personas se lo dan cada vez menos. Enfocadas en actividades más prácticas, lucrativas o simplemente ineludibles, sus prioridades van por otro lado. El tercero es una cierta continuidad. Se puede tener conversaciones interesantes con personas poco conocidas, e incluso con desconocidos, en especial si uno está dispuesto a la sorpresa. Pero es más fácil conversar con quienes ya se lo ha hecho antes. Pocas cosas hay más placenteras que una de esas largas conversaciones que se desarrollan a lo largo de los años.
Visto todo lo anterior, pareciera que conversar es muy difícil. Que hace falta reunir demasiados requisitos para lograrlo. Sí y no. Sí, porque conversar es algo que no se da automáticamente. Por eso hablamos con muchas personas, pero conversamos con pocas. Y no, porque no hace falta ningún estudio ni entrenamiento formal. A fin de cuentas, los únicos requisitos indispensables están al alcance de casi toda persona: apertura, empatía y una buena disposición.
Termino con una confesión. Me gusta mucho conversar, pero no me considero un gran conversador. Por eso, uno de los motivos detrás de estas Misceláneas es recordarme, a mí mismo, todo lo que me falta aprender y practicar para dominar el arte de la conversación.
PROGRAMAS ANTERIORES:
Comentarios