Bernal Herrera: «La conversación como arte – IV» en Miscelánea
La Miscelánea pasada comenté dos de los obstáculos que dificultan tener conversaciones colectivas significativas: los prejuicios, y aquellas pasiones que impiden ver y respetar la plena humanidad de otros grupos. El tercero son los intereses, los cuales nos llevan directamente al tema de la vida política.
Bernal Herrera Montero.
La vida política pasa, necesariamente, por el diálogo y la conversación colectiva. Esto no implica negar que también es conflicto. Sin conflicto una sociedad se volvería estática, perpetuaría las injusticias e inequidades que alberga. El conflicto es una prerrogativa irrenunciable para los grupos sociales injustamente marginados, discriminados y explotados. Pero esto tampoco quita que el diálogo sea tanto o más necesario. Numerosos conflictos y diferencias sociales podrían y deberían resolverse mediante el diálogo. Además, salvo que la finalidad sea exterminar, expulsar o someter radicalmente a los grupos adversarios, la resolución de casi todo conflicto, incluyendo los bélicos, requiere de acuerdos, de diálogo.
Los conflictos sociales más importantes suelen darse por la distribución de los recursos con que una sociedad cuenta. Dichos intereses abarcan los económicos, los materiales, pero no se reducen a estos. También hay conflictos alrededor de intereses culturales e identitarios, que podemos llamar simbólicos. A menudo, detrás de estos intereses simbólicos actúan los económicos, pero es muy probable que la mayoría de quienes participaron en guerras alimentadas por motivos como la religión o el nacionalismo, hayan estado sinceramente convencidos de sus valores y de tener la razón al atacar a otros grupos. También es frecuente que muchas personas, impulsadas por intereses simbólicos, actúen contra sus propios intereses económicos, una situación muy hábilmente explotada por diversas fuerzas políticas.
Mientras buena parte de las conversaciones individuales no suelen poner en juego intereses fuertes, las conversaciones sociales sí suelen estar atravesadas por ellos.
Constantemente surgen, en toda sociedad, conflictos que obligan a luchar por la consecución formal y, más difícil aun, por la implementación real de acciones, derechos y políticas en pro de una sociedad más inclusiva y equitativa para todos sus miembros. Pero tanto o más importante es la capacidad de dialogar que tengan los diversos grupos involucrados en un tema o problema determinado. Una sociedad cuyos grupos internos pierden la capacidad de conversar entre sí, ello es, la capacidad de escucharse y de tratar de entenderse los unos a los otros, es una sociedad crecientemente disfuncional.
Si la pérdida de la capacidad de dialogar y de conversar limita el desarrollo integral de las personas individuales, la pérdida de dicha capacidad a nivel colectivo condena a una sociedad a conflictos constantes y desgastantes. Sin diálogo y conversación colectiva todo conflicto social está destinado a estallar, y habiendo estallado, a no encontrar soluciones mínimamente satisfactorias para las partes. La resolución de los conflictos exige conversar para acordar las condiciones que permitan dejarlos atrás y seguir adelante.
Vivimos tiempos difíciles, marcados por una fuerte crispación social y una creciente desigualdad. Basta observar lo que sucede en numerosas sociedades, cercanas y lejanas de la nuestra, para ver la creciente conflictividad coetánea. No estamos todavía, pero pareciera que nos vamos acercando, ante conflictos que arrastren a regiones enteras a la guerra, como ha sucedido a menudo. Basta recordar, para no ir más atrás, las numerosas guerras europeas y latinoamericanas del siglo XIX, las que enfrentaron las antiguas colonias europeas asiáticas y africanas a sus viejos amos, las dos guerras mundiales del siglo XX, o los sangrientos conflictos que se dieron en Asia cuando se mezclaron allí las guerras de independencia, las poscoloniales y la así llamada Guerra Fría, que tal vez fue fría en Occidente, pero que a menudo se calentó, y mucho, en Asia, África y América Latina. Si dejamos de lado por un momento, pero no debiéramos hacerlo, la crisis ecológica planetaria, y nos concentramos en la realidad social, vemos que estamos tan lejos de los mejores como de los peores momentos históricos.
Es probable que la relativa paz que muchas regiones del mundo han experimentado durante las últimas décadas, se haya debido en buena parte a las brutales destrucciones provocadas por las dos guerras mundiales y por la Guerra Fría que le siguió, las cuales incrementaron la conciencia sobre la necesidad del diálogo entre grupos opuestos. Sobre la necesidad de conversar con el adversario, e incluso con el enemigo. Esta conciencia parece haberse ido debilitando paulatinamente. La sensación de triunfalismo provocada en algunas naciones y grupos sociales por la casi total caída del mundo llamado socialista, parece haber generado en ellos la idea de que ya no es necesario dialogar con quienes defienden intereses legítimos distintos de los suyos. A ello se suma la generalización de la posverdad y las teorías de la conspiración, que, asociadas a algunas de las facetas negativas de las redes sociales, han dificultado enormemente la capacidad colectiva de conversar, Cada grupo se encierra en sus propias posiciones y defiende sus propios intereses, sin poner atención a la información, razones y aspiraciones de otros grupos. Este proceso, cuyo avance progresivo vemos en países como el nuestro, impacta directamente problemas tan serios como el estancamiento de la pobreza y el crecimiento de la desigualdad, y con ello de la polarización y crispación social. Bien haría nuestro país en recordar que conversar es tanto o más necesario a nivel colectivo que en el personal. Que negarse a hacerlo, negarse a llegar a acuerdos razonables que beneficien a la mayoría, no hace sino alimentar los vientos que, en cualquier momento, se pueden convertir en tempestades.
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