Bernal Herrera: «Redes sociales y política 2. La democratización» en Miscelánea

Las redes sociales han cambiado, y muy radicalmente, las formas contemporáneas de hacer política. Uno de los fenómenos que ha generado este cambio ha sido la conversión de casi cualquier persona en una potencial comunicadora colectiva política. El podcast comenta algunas facetas de este fenómeno.

Bernal Herrera Montero.

En la anterior Miscelánea comenté algunas características generales de varias redes sociales, así como su creciente influencia en la opinión pública. Veamos ahora uno de sus principales impactos en la vida política contemporánea.

Las redes son, hoy día, uno de los principales campos de batalla de las opiniones políticas e ideológicas.

Antes, la población interesada en la política parecía dividida en dos grandes grupos: quienes elaboraban y difundían ideas y opiniones; y quienes consumían estas ideas y opiniones y, con base en ellas,  tomaban decisiones como a qué partido apoyar y por quién votar.

Pero esta caracterización, excesivamente simplista en un nivel general, era totalmente inadecuada en niveles más específicos. No solo las personas del primer grupo tenían opiniones y posiciones políticas. También en el segundo abundaban personas con un interés más o menos marcado en el tema, que lejos de limitarse a escoger entre las opiniones recibidas, desarrollaban y expresaban las suyas propias. La principal diferencia era el tamaño de su público. Quienes tenían peso político podían hacer llegar sus opiniones a un público amplio, a través de estructuras partidarias o de movimientos, o a través de los medios de comunicación colectiva.

En cambio, las muchas personas del bando en apariencia pasivo, pero que opinaban y defendían de viva voz sus opciones políticas, tenían un público, solo que este iba de muy escaso a casi nulo, y usualmente solo se hacían oír en reuniones familiares o de amigos. Esto no solo reducía al mínimo el posible impacto de sus opiniones, sino que impedía que tales personas se vieran a sí mismas, o fueran vistas por los demás, como creadores de opinión política, aun si sus ideas eran interesantes. Toda esa amplísima y constante discursividad política no salía del ámbito privado.

Había dos formas básicas de pasar de lo privado a lo público. Una era participando activamente y logrando alguna notoriedad en aquellos espacios, en especial pero no solo los partidos, que permitían ingresar a la política activa. Otra era utilizar los medios de comunicación tradicionales: prensa escrita, radio y televisión, para darse a conocer, como lo hicieron Berlusconi, Abel Pacheco, Mauricio Funes y Pilar Cisneros, por citar unos pocos ejemplos. Pero como la inmensa mayoría de las personas carecían de acceso a los medios de comunicación y del interés o disciplina suficientes para entrar a militar en un partido, sus opiniones quedaban en el ámbito privado.

Las redes sociales cambiaron todo esto. Ya no se depende de los medios tradicionales de comunicación colectiva para difundir todo tipo de opiniones, pues las redes posibilitan llegar a un público mucho más amplio que el del círculo de personas conocidas personalmente. Cualquiera que tenga una o más cuentas en una o más redes sociales, puede lanzar tantos mensajes como quiera cuando mejor le quede, y con alguna suerte puede lograr una audiencia más o menos amplia. Una cuenta gratuita en una red social convierte a cualquier persona en potencial comunicadora de opiniones políticas. Aspirar a algún impacto político ya no depende ni de una intensa actividad partidaria ni de acceso a un medio de comunicación. Las redes son los nuevos medios de comunicación, y desplazan cada vez más a los tradicionales.

Las redes sociales funcionan permanentemente y están abiertas a toda persona que desee participar. No hay casi requisitos de ingreso ni de permanencia. Tampoco establecen, de entrada, grandes diferenciaciones entre sus participantes. Han convertido a toda persona en potencial figura política, en fuente de opiniones, información y desinformación. En ellas se puede decir, desde cualquier sitio y a cualquier hora, lo que uno desee. Permiten buscar grupos de personas con ideas y tendencias afines y tratar de tener algún impacto en ellas. Tratar de ganar alguna notoriedad.

La fuerte erosión de la autoridad que antes se adjudicaba a las figuras políticas y medios de comunicación tradicionales, confluye con que quienes antes no tenían ningún chance de difundir sus ideas a públicos amplios, ahora tienen formas de intentarlo. La bajada de piso de los primeros unida a la subida de piso de los segundos, ha hecho que cualquier persona, sin importar su grado de conocimiento sobre el tema o  lo fundamentado o no de sus opiniones,  puede aspirar a un público más o menos amplio, mientras quienes antes lo tenían garantizado, ahora deben competir por mantenerlo, siquiera parcialmente. Pensemos que buena parte de los llamados influencers no tienen, como respaldo de su influencia, más fortalezas que el número de sus seguidores. Las ultra-famosas hermanas Kardashian son un perfecto ejemplo de ello. Hoy día empieza incluso a aparecer influencers artificiales, presentados como seres humanos reales, pero creados con inteligencia artificial.

Esta nivelación de las personas especialistas en algo con la gente de a pie, a veces incluso la preferencia por esta segunda población como fuente de información, ha contribuido a cambiar las reglas de la comunicación política, y de la política misma.

En resumen, las redes han producido una inesperada e incontrolada democratización de la comunicación política, con consecuencias que recién empiezan a verse con alguna claridad. Un tema al que volveré en una próxima Miscelánea.

 

 

 

 

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