Bernal Herrera: «Redes sociales y política 4. Algunas conclusiones» en Miscelánea
Después de haber comentado como las redes sociales democratizan el acceso a la discusión política, y generan el surgimiento de los nuevos escenarios en que esta se lleva cabo, este podcast presenta unas pocas de las muchas consecuencias que estos cambios han acarreado en la vida política.
Bernal Herrera Montero.
Vistas las dinámicas de las redes sociales comentadas en las Misceláneas anteriores, ¿cuáles han sido algunas de sus consecuencias en la vida política? Mencionaré cuatro de ellas.
La primera es la fragmentación social.
Cada vez más personas se agrupan en las redes alrededor de intereses específicos, y quienes participan en estos grupos suelen reforzarse mutuamente las ideas y opiniones compartidas. Lo mismo surgen grupos que luchan por nuevos temas y derechos específicos, como los derechos animales o de la naturaleza, como grupos articulados por diversos odios, como los grupos homofóbicos, misóginos y racistas. Esta concentración en un solo tema, por positivo que este sea, fomenta el que por ver un solo árbol se dificulte ver el bosque social. Peor aún, el énfasis en la interacción con personas que piensan parecido reduce la capacidad de diálogo con quienes piensan distinto o se interesan en otros temas. Y una sociedad donde se debilitan los propósitos compartidos, corre el riesgo de fracturarse hasta perder la cohesión social mínima necesaria para la coexistencia.
La segunda es la agresividad.
La discursividad irrespetuosa y violenta propia de muchas conversaciones de cantina, se traslada a las redes e impacta el tono general de la discusión política. Antes casi nadie le daba mucha importancia a esos discursos exaltados y efímeros. En las redes, en cambio, las afirmaciones permanecen, y quienes las emiten o consumen las toman con gran seriedad, en especial si logran un público amplio. En las redes circulan discursos bien pensados y comedidos, pero los exaltados parecen ser mayoría o, en todo caso, lograr más impacto, más likes. Las dinámicas propias de las redes estimulan reacciones emotivas que se comunican de inmediato, las cuáles predominan sobre la reflexión meditada. Es más fácil gritar y atacar a algún adversario, que tratar de comprender la siempre compleja realidad. Además, las redes son empresas privadas, y no les interesa regular los contenidos que más movilizan a sus millones de usuarios.
La tercera es la agresividad del poder.
Hasta hace poco, la mayoría de los ataques virulentos en las redes venían de personas o grupos como los ya mencionados, y muchos iban contra figuras e instancias de autoridad. Era una faceta más del cuestionamiento generalizado contra tales figuras e instancias. Ahora muchos gobiernos, o sus aliados y simpatizantes, han empezado a atacar en las redes a sus adversarios. Ejemplos conocidos de esta agresividad, como Trump y Bolsonaro, han cundido, y Centroamérica ha resultado campo fértil para ello.
Este proceso es muy peligroso. Si los violentos ataques contra todo lo que oliera a autoridad, incluyendo al gobierno de turno, habían enrarecido el ambiente político, la adopción de esta conducta por parte del poder político, con todos los recursos que este tiene a su disposición, acaba de deteriorarlo. Es una manifestación más, muy preocupante, de la actual deriva autoritaria y del culto al hombre fuerte, que se sabe como empieza pero no como termina.
La cuarta consecuencia es la obligatoriedad de las redes. La influencia de estas en la discusión y la vida política es tal, que ninguna persona u organización política puede estar ausente de ellas, so pena de debilitarse mucho. Candidatos y partidos que no manejan bien las redes ni tienen buena presencia en ellas van perdiendo peso, mientras quienes las manejan con astucia, sin importar el valor de sus propuestas, ven como aumenta su presencia y peso político. En política las redes ya no son opcionales, sino obligatorias.
Las redes no son un mundo aislado, al margen de las condiciones de vida de sus participantes. Son muy influidas por el ambiente social, económico, político y cultural en el que existen. Vivimos tiempos complejos, dominados por la ansiedad, la incertidumbre y el enojo, y estas emociones orientan mucho de lo que circula en las redes.
La creencia en el progreso se ha quebrado. Para muchas personas jóvenes es difícil creer que sus condiciones de vida serán iguales o mejores a las de sus mayores. Aumenta la brecha entre las expectativas que la sociedad crea y su satisfacción real. Surge un ataque feroz contra derechos y acuerdos que parecían asentados. Se acumulan fortunas cuya magnitud desafía la imaginación humana, mientras millones de personas viven en la miseria. Crecen las tendencias al autoritarismo político. Regresa la amenaza nuclear. A todos estos problemas sociales, algunos de ellos viejos compañeros de la humanidad, se suma un trasfondo general inédito, que la humanidad enfrenta por primera vez: la inminencia de una catástrofe ecológica que arrase con buena parte de las especies y hábitats del mundo natural, y con las actuales formas de vida y organización social.
Hasta la fecha, han sido la derecha y los sectores conservadores los que más provecho han sabido sacar de la mezcla de enojo generalizado y posibilidades de las redes sociales.
La historia registra innumerables catástrofes sociales, pero todas ellas afectaban a grupos y sociedad muy concretas. Las hambrunas, plagas y guerras, terribles como fueron, no amenazaban la salud general del planeta ni a la humanidad en su conjunto, como sí lo hace la actual crisis ambiental.
Las redes se han convertido en el principal vehículo donde las personas descargan sus ansiedades, enojos y frustraciones, sean estas justificadas o provengan de expectativas y ambiciones desmedidas. Las redes sociales, en resumen, han cambiado las reglas y costumbres de la política, pero muchos de los enojos y rencores que allí se ventilan son el resultado de procesos económicos y políticos de larga data. Las sociedades que siembran vientos recogen tempestades.
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