Carlos Víquez: Otton Solís y el legado de la antiética
No se puede usar la ética para señalar a los demás partidos y tacharlos de corruptos, ladrones; para sacar ventaja política, sin argumentos y sin pruebas, porque eso sí que es antiético. Eso es utilizar el discurso especulando y manipulando al ciudadano bajo premisas subjetivas y oportunistas.
Carlos Víquez Quirós, Abogado y Administrador de empresas y finanzas (Msc.).
Carlos Víquez Quirós, Abogado y Administrador de empresas y finanzas (Msc.).
Con ocasión de la reciente comparecencia de Ottón Solís Fallas en la Asamblea Legislativa, no quiero dejar pasar la oportunidad para hacerle un reproche directo a aquellos que, como Ottón, han venido desprestigiando metódicamente tanto a la política en general, como a ciudadanos e instituciones, con el único criterio de socavar la credibilidad y obtener beneficios partidistas con un discurso demagógico.
Es cierto que en Costa Rica los partidos políticos tradicionales necesitaban un remezón, un jalón de orejas, porque igual que sucede en el sector privado cuando existe un monopolio o un duopolio, se invita a sus actores al conformismo, tradicionalismo y, muchas veces, dejar pasar o encubrir actuaciones incorrectas e inaceptables de sus partidarios.
Cuando esto sucede, un nuevo actor que entra en el sistema político, al igual que en un entorno de competencia privada, tiende a sacar a sus rivales de la zona de confort y hacerlos replantearse ¿qué estaban haciendo mal, qué estaban haciendo bien y qué pueden hacer mejor?
Y esto fue posiblemente el único legado fehaciente del PAC a nuestro sistema político: hacer que nuestros partidos y dirigentes se replantearan sus perspectivas, hicieran una retrospección en cuanto a logros, fracasos y tareas pendientes.
Por años, los costarricenses estuvimos acostumbrados a tener que elegir entre pocas opciones dentro del menú político: la social democracia, un centro-izquierda que se fue yendo cada vez más al centro-derecha y el social-cristianismo que poco se renovó.
Lo mismo ha pasado en otras democracias latinoamericanas y mundiales, siendo el caso posiblemente más ejemplarizante el de España, que tenía un menú parecido al nuestro con el PP y el PSOE, pero que se ha ampliado, no necesariamente para bien, con partidos como Podemos y Ciutadans y VOX, entre otros.
El PAC vio y aprovechó el panorama político en su momento; no ofrecía nada nuevo en cuanto a su oferta ideológica y, por lo tanto, se valió de un argumento falaz, el de la ética, para ir convenciendo al electorado y ganar más adeptos de entre los desafectados con el menú tradicional. Esto, en una coyuntura política que involucraba a dos ex Presidentes en hechos indebidos.
Que no se malentienda, recurrir al argumento ético es válido; lo malo es hacerlo a costa de la política misma: una posición exclusivamente crítica, carente de propuestas constructivas, concretas y realistas para escogencia del electorado.
La ética es necesaria, imprescindible en todo actuar humano, pero es necesario presentarla siguiendo los siguientes postulados:
No se la puede usar la para señalar a los demás partidos tachándolos de corruptos o ladrones, sin argumentos y sin pruebas, porque eso sí es antiético ya que entraña utilizar el discurso político para especular y manipular al ciudadano mediante premisas subjetivas y oportunistas.
Cuando Luis Guillermo Solís llegó al poder y elaboró el informe de sus 100 días de gobierno, no informó nada sobre sus logros o avances. Utilizó la ocasión para hacer un espectáculo público donde denunció ante el país los crímenes de corrupción de los anteriores gobiernos. Rodeado de sus acólitos en el Teatro Melico Salazar, y retransmitiendo sus palabras simultáneamente por radio y televisión, presentó rimbombantemente una larga lista de posibles -digo posibles porque hasta ese momento no había sentencias ni responsables procesados- graves faltas de cometidas por autoridades políticas a todo nivel. No se presentó ninguna prueba clara y fehaciente en contra de sus antecesores; todo quedó en el plano de injurias y calumnias, materia prima para ciertos medios de comunicación que enlodaron aún más a adversarios sin más razón que la politiquería y el amarillismo.
¡Eso sí que es antiético!
“Divide y vencerás” decía el estratega militar, frase cierta que aplicó el PAC a las mil maravillas para ganar contiendas electorales a costa de dividir a una población y enemistarla, aunque eso fuera contrario a los principios elementales de la vida en sociedad y a los lineamientos del bien común colectivo y consensuado.
Cuando el PAC polarizó el discurso o, más bien, cuando Ottón Solís se presentó como el paladín de la ética, y administrador de su monopolio, dejó entrever su carácter claramente autoritario, alejado del sentimiento democrático y participativo que ostentaba falsamente el eslogan de su partido.
En su segunda diputación en la Asamblea Legislativa -habiendo ahora cambiado de partido-, señaló a todos los políticos del bando contrario como infractores a su autoerigida línea moral :generalizó hacia todo quien se oponía a sus parámetros de deshonestidad.
Amparado en su inmunidad parlamentaria, y tal vez frustrado por no haber llegado a la Presidencia de la República, su discurso se convirtió en una arma propia del arsenal de la inquisición española.
Ottón Solís gradualmente llegó a convertirse en uno de los tantos líderes populistas que han pasado por el escenario de la política nacional e internacional. El casto, impoluto, integro, honrado, veraz e inmaculado Ottón : qué gran daño le ha hecho a Costa Rica!
Gran daño porque la gente solo escuchó la palabra corrupción y perdió confianza en la democracia; porque para la gente que le creyó, todos los demás políticos y partidos, sin excepción, incluida la totalidad de la clase política, eran corruptos. Esta demagogia agravó el desencanto y restó confiabilidad a nuestra bicentenaria institucionalidad democrática. Ese discurso desfiguró el espectro y el sistema político costarricenses, que históricamente había dado cabida liderazgos bipartidistas que permitían diversas formas de pensamiento y de ideologías.
La fragmentación no necesariamente es sinónimo de mayor democratización. Cuando las propuestas de los líderes políticos no tienden a confluir en grandes metas, el escenario tiende a descomponerse.
Ya hemos visto el deterioro de la gobernabilidad resultante de los múltiples reductos políticos, que atrincherados en objetivos únicos, buscan hacer valer sus votos a cambio de prerrogativas pocas veces visibles a la ciudadanía. Requerimos de una Asamblea Legislativa con amplia participación capaz de lograr de acuerdos inclusivos.
Había que criticar, pero también había que construir; había que señalar y denunciar, pero había también que sanar; había que hacer ver e incomodar a muchos en su zona de confort pero también había que unir en lugar de dividir; alarmar que había había que tender puentes y negociar, pero era imposible negociar con el impoluto, con el inmaculado, con el pulcro, porque el había hecho que todos los demás nos sintieramos manchados. Y esto señores, rompe el saco :¡es impolutamente antitético!
Había personas buenas en los gobiernos de antaño, había estadistas, políticos que sabían hacer su trabajo, funcionarios comprometidos con sus labores y responsabilidades. Claro que también existían “los malos” que nunca debieron llegar a la política, pero se podría asegurar que eran los menos.
Y, cuando a todos por igual se los tachó de corruptos, los buenos ya no querían participar en lo público, en la política; los exitosos se quedaron al margen; los que hacían que las cosas pasaran se quedaron a un lado para después comprobar que el ámbito político se había “convertido en un cucarachero”. Se desperdició la experiencia y profesionalismo que ha atesorado este país, desde muchos años antes del nacimiento del señor Solís.
Valga como última aclaración mi eterno compromiso con los valores éticos que deben servirnos de guía en al actuar cotidiano. Enfáticamente censuro la corrupción, pero tengo claro que para ello existen los tribunales de justicia, y no los labios de un dirigente demagogo y oportunista que carece de solvencia.
Y así fue, que como decía Alberto Cañas, “que se metió la gradería de sol a la política”.
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