Carolina Gölcher Umaña: Sororidad, entre la impostura y la sinceridad

Se puede vivir complacida con la diferencia y a la vez trabajar por un proyecto común con otras mujeres.

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Carolina Gölcher Umaña, Psicóloga y Psicoanalista.

Es bien conocido que la etimología de la palabra sororidad deriva de soror que significa hermana, recordando esto se entiende que el termino nació del movimiento feminista, es decir, sin feminismos no podemos hablar de sororidad. Para la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, la base epistemológica de los paradigmas feministas debe ser el primer interés común y ese es erradicar las formas de violencias contra la mujer.

Sin embargo, hay una forma de violencia contra la mujer que es abundante, feroz y poco vigilada: la crueldad de una mujer hacia otra. Parece una obviedad, pero no todas las mujeres son buenas. Las mujeres infames existen. No les interesa la lucha colectiva por los derechos de las mujeres. Algunos «espacios femeninos» abren una brecha entre la sororidad forzada y la confesada y separan dos formas de realidad, en otros términos, no todos los espacios habitados por mujeres son seguros para todas. El deseo de ver al prójimo arder no distingue género. Siempre ha sido así.

Dicho esto, la sororidad ha venido a instalarse como un discurso políticamente correcto, y como tal, propaga vigilantes implacables de una dizque moral única o “para todas” respecto a “la” buena manera de relacionarse entre las mujeres. Seamos francas, la sororidad entre todas las mujeres no existe. Eso es un cuento de hadas. No es necesario ser amiga de todas las mujeres, eso es infantilización de la condición adulta. Debería bastar con no envidiarlas.

Si bien resulta sencillo investir aquellos vínculos con las mujeres con quienes se tienen afinidades étnicas y socioeconómicas, aquello no es sororidad, parece más bien xenofobia y odio de clase enmascaradas de comodidad. Hay espacios académicos, laborales y profesionales en los cuales en nombre de la sororidad se peca de vanidad y soberbia. Así las cosas, no todo lo que brilla es oro: hay mujeres que deben enfrentarse voluntaria y conscientemente a su propia misoginia.

Por otra parte, la sororidad también debe abordarse con perspectiva de género y el enfoque de las relaciones entre las unas y las otras, así como las dinámicas de poder entre las mujeres. No está de más decir que, como cualquier otro discurso o práctica de la Modernidad, la sororidad puede funcionar como un sistema de opresión o de liberación, o también, terminar como otra ideología utilizada para normatizar y algunas mujeres han creído liberarse de esto último, viviendo la sororidad como una doctrina. De igual manera, otro de los obstáculos para pensar la sororidad es asumir que existe una única experiencia femenina, que es lo mismo que pensar que existe una única forma de ser mujer.

Para la teoría psicoanalítica, mujer es aquella que renuncia a un exceso de masculinidad, dicho de otra manera, la feminidad en una mujer cumple la función de salvaguarda de la diferencia de género y, a través de ella, se resiste al falicismo y al deseo liberal contemporáneo de la estandarización como norma. Se puede vivir complacida con la diferencia y a la vez trabajar por un proyecto común con otras mujeres.

Para pensar la sororidad debe ponerse en tensión lo universal y lo particular del ser mujer, para de esta manera, rescatar el modo en que este universal se encarna y disfraza de empatía lo que no es. Porque esto último se nota. Cuando la hermandad es artificial es como un abrazo sin piel, como un presente sin instantes, como un sueño sin imágenes. Y cuando es auténtica, deja de ser necesario vivir en el vacío lo que puede vivirse en compañía, es un lazo que transforma los aullidos en carcajadas y una forma de vincularse que devuelve la lucidez.

 

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