Croatas

Pasko, mi padre, llegó en 1924 después de pelear en la Primera Guerra Mundial y saciarse de guerras intestinas, todas ajenas a su espíritu tan pacífico

Luko Hilje Quirós.

Entonces se decían yugoslavos, en alusión a aquella federación de países apenas hilvanados entre sí. Llegaron uno por uno a nuestras costas, aleatorios, sin dinero, amigos, ni idioma. Venían del dolor, traían partida el alma, herida la esperanza. A su nueva patria le entregaron trabajo, trabajo y trabajo.
Pasko, mi padre, llegó en 1924 después de pelear en la Primera Guerra Mundial y saciarse de guerras intestinas, todas ajenas a su espíritu tan pacífico. Y aquí, albañil y padre, concretó sus dos vocaciones, la primera en decenas de edificios, y la segunda en once hijos nacidos de madre naranjeña.
Así lo hicieron los demás, la mayoría croatas, pero también serbios y bosnios, quienes siempre se consideraron paisanos. Casi todos se establecieron en zonas rurales, lo que les dificultaba verse.
En el caso de papá, todas las noches aplacaba su silenciosa nostalgia sumergiéndose en el laberinto de ruidos de su radio de onda corta, para captar alguna voz recóndita que hablara de su patria. También leía con avidez aquella revista cuyo sobre siempre estaba abierto; ¡eran tiempos de la Guerra Fría, y el correo tico cumplía su oscuro papel de censor! Pero lo que más le alegraba era recibir, aunque fuera en forma esporádica, a sus queridos paisanos, todos humildes, frugales, y orgullosos de evocar aquella Yugoslavia indivisible y autónoma.
Hoy sus restos yacen en nuestros cementerios de San José, Cartago, San Ramón, Esparza y Puntarenas, pero sus genes aún circulan en las nuevas generaciones de los Banichevich, Boskovich, Brljevich, Domián, Erak, Estevanovich, Glavas, Hilje, Ivankovich, Jengich, Lucovich, Orlich y Radán. Dos de sus descendientes, Chico Orlich como presidente y Fello Meza como futbolista, mucho enaltecieron a nuestra Costa Rica.
He evocado a los viejos inmigrantes en estos días de júbilo futbolístico, un poco irónicamente, pues al menos a papá le disgustaba el futbol, al que asociaba con la vagabundería. Pero es que, más allá de las victorias deportivas, en la gallardía de esta primeriza selección croata, que la llevó a apabullar a Alemania, vencer a la favorita Holanda, obtener el tercer lugar en el Mundial y colocar a Davor Suker como goleador, se reflejaron a cabalidad el estoicismo de un pueblo malherido y el optimismo de una patria renacida entre las cenizas de la devastación.
De veras que han sido lindos estos días, y que serán indelebles en nuestras vidas pues, además de tal gesta, el ánimo tan tico de solidarizarse con el pequeño y desvalido despertó un inmenso cariño hacia la selección croata, que nos llegó profundo.
Y pienso que los corazones de nuestros viejos croatas hoy estarían palpitantes de amor por sus dos patrias, y felices de latir junto con los de los otros hermanos yugoslavos, muy lejos de la insensata e indeseable guerra.

 

En La Nación (18-VII-98, p. 14A)

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