Editorial: Algunas cosas que en efecto están sucediendo
Es nuestro deber abandonar la maldita indiferencia, para rescatar lo bueno y mejor de nosotros, pero asimismo para adaptarnos a las nuevas circunstancias y sobretodo para dejar un país mejor que el que recibimos, a nuestros hijos y también a los que vienen.

Eso sin embargo, también ha provocado movilizaciones significativas, como ha sido en el caso de los estudiantes universitarios, los trabajadores del agro y ahora quienes defienden con ahínco, frente al Teatro Nacional, los recursos del Ministerio de Cultura.
Interpretamos no obstante que hay un juego extraño, el cual pareciera formar parte de una estrategia de descrédito con el fin de desestabilizar y debilitar a diversos actores sociales; con razón o sin ella, que no sólo está dividiendo a los costarricenses, sino además que desacredita la imagen positiva de Costa Rica ante el mundo. El terreno de la lucha es la comunicación y la información, en donde los señalamientos por lo general son negativos y peyorativos. La forma en que se está incidiendo mental y emocionalmente en los ciudadanos es nefasto, por cuanto ya hay un ambiente tóxico nublando el entorno. Hay por ejemplo, una tendencia orientada a meter en el saco de corruptos y en forma indiscriminada a organizaciones completas, bajo la premisa de que al hacerlo en forma constante, un sector de la población; que además expresa frustración y desencanto, se “encabrite” más contra personas, organizaciones e instituciones aludidas. Este fenómeno es de alto riesgo, pero de ahí a satanizarlo todo hay un enorme trecho, pero sí el objetivo es generar división y desconfianza entre personas y sectores, eso ya se está logrando.
Sabemos y reconocemos que la institucionalidad democrática se encuentra deteriorada, pero igualmente reconocemos que tiene enormes virtudes, y pretender tirarlo todo al bote de la basura es absurdo, y sin embargo al asumirlo irracionalmente, nos hace ser parte de una profecía autocumplidora, que pretende hacernos ver y sentirnos, como malos, corruptos, e ineficientes…Eso es alevoso.
Así las cosas, necesitamos pararnos en seco, para despertar, y reconocer que la responsabilidad es luchar abiertamente contra esa guerra absurda de desprestigio, que algunos necesitan mantener para erigirse como los inmaculados e impolutos defensores de la patria. Eso nos hace negativizar demasiado el presente y ser pesimistas sobre el futuro. Dejamos que alguien piense por nosotros, y hasta le ponemos en un pedestal, por recordarnos lo infame que somos como personas, organizaciones, partidos y hasta como nación.
Es tiempo ya de despertar y sacudirse, despertar, de tomar conciencia, asumir responsabilidad y también luchar. Es nuestro deber abandonar la maldita indiferencia, para rescatar lo bueno y mejor de nosotros, pero asimismo para adaptarnos a las nuevas circunstancias y sobretodo para dejar un país mejor que el que recibimos, a nuestros hijos y también a los que vienen. Esa lucha por tanto no es de ningún modo para después, porque prorrogar es el peor de los errores que podríamos cometer.
Ni tenemos un Flautista de Hamelín, ni este es un pueblo de ratas. Tenemos muchas características positivas como sociedad, con tan sólo retomar el sendero por el que hace poco aún transitábamos.
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