
Se trata de un pequeño territorio, desértico e inhóspito, que tras haber sido exterminadas dos terceras partes de su población por el nazismo; los sobrevivientes del genocidio, llegaron para convertirlo poco a poco en oasis, así como en patrimonio arqueológico y religioso del monoteísmo. Esto luego de que las Naciones Unidas reconocieran allí la creación del Estado de Israel. Costa Rica igualmente sumó con su apoyo ante ese organismo internacional, en la votación realizada en el año de 1948. Los británicos se habían posesionado anteriormente de Palestina, y tras cruentas luchas con los israelitas por la liberación, a su retiro dividieron mediante irracional repartición limítrofe, a los dos pueblos, con menosprecio a las profundas diferencias históricas y culturales entre ellas.
Paz no ha habido porque en efecto, unos procuran demostrar que muy debajo de aquella densa arena, se encuentran las señales de su origen e identidad, destacando la Menorá entre otros tantos símbolos que revelan su presencia ancestral, o refieren como prueba la toma y sacrificio múltiple en Masada como huella inequívoca de la insurrección judía a las arbitrariedades de Roma. “No olvidar” continúa siendo por eso el lema de todo judío y sabra. Otros por su parte, insisten en recordar a propios y extraños, que todos sus ancestros nacieron allí mismo; bañados por las mismas arenas y tostados por ese candente sol que cubre asimismo el pálido desierto del Sinaí y del Neguev. Denuncian como fueron despojados por los recién llegados a mediados del Siglo XX, de la tierra que les vio nacer e “indiscutiblemente suya”, la cual se terminó convirtiendo en ajena. Al final también Jerusalén como centro sagrado que conecta la tierra con el cielo, se transformó en un espacio fragmentado de fe. Ha sido así para cristianos, para judíos y para árabes. La Mezquita de Cúpula Dorada y su roca sagrada, constituyen el eje pétreo donde confluye la verdad de acuerdo a cada tradición, con tres interpretaciones muy distintas. Para unos es el sitio donde Abraham ofreció a Yavé el sacrificio de su hijo Isaac, para otros el lugar desde donde Dios creo el Universo y para los últimos la piedra desde donde ascendió el profeta a lo alto luego de su viaje desde Medina, dejando en ellas las huellas de su bestia. La fe y el dogma suelen imponerse a las razones históricas. Eso mismo da de algún modo, para que unos deseen desaparecer las otras interpretaciones y luchar por hacer imperar la suya.
No reconocer el derecho del otro, ocurre con cierta frecuencia en la historia, más negar el derecho a la existencia es otra cosa, y así la humanidad parece enfrentarse al salvajismo que mora igualmente bajo su piel. El acto brutal promovido en esta oportunidad por Hamás, tan solo abre la Caja de Pandora. Lo que emana es una bocanada de fuego que proviene del mismo infierno, y donde el comportamiento brutal se convierte en realidad innegable. A final de cuentas la barbarie terrorista simula un juego macabro, por cuanto entretiene a las mismas bestias que lo practican. Ahora la venganza es lo que prevalece como única acción por quienes han sido innegablemente victimizados y eso es igualmente lamentable y terrible en sus consecuencias.
Quizás lo que importe ya, es que el fuego no se extienda, porque el odio y la venganza están hechos con la madera del mismo “boomerang”. Ojalá impere la racionalidad y la cordura. En todo caso lo que desearíamos todos, es aferrarnos a una fe suprema, para ayudar con la fuerza del diálogo y la razón, a cerrar aunque sea por ahora, esa puerta abierta al infierno.
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