Editorial: La escolta presidencial
Cuando el propio Presidente de la República, se hace acompañar de escoltas equipadas con armamentos de grueso calibre e ingresa a los pueblos con enormes vehículos a alta velocidad, junto a una nutrida caravana de motocicletas del Tránsito, se empaña por completo la imagen civilista del país y se evoca otra, digna de novelas de mafiosos.

Y si bien es cierto que Costa Rica no es un dechado de virtudes en estos importantes temas, lo cierto es que esas son características que proyectan de forma esencial, el norte y la aspiración de la mayoría de las personas de esta pequeña y ejemplar sociedad. Sin embargo, cuando el propio Presidente de la República, se hace acompañar de escoltas equipadas con armamentos de grueso calibre e ingresa a los pueblos con enormes vehículos a alta velocidad, junto a una nutrida caravana de motocicletas del Tránsito, se empaña por completo la imagen civilista del país y se evoca otra, digna de novelas de mafiosos. Entonces algo ya no empata sobre aquello de lo que tanto nos hemos enorgullecido.
Es cierto y nadie lo ignora que nuestro país poco a poco ha venido dejando un rastro de violencia que afecta a barriadas urbano marginales y comunidades costeras, en donde “el sicariato” se ha vuelto macabro y cotidiano. Y aunque hay pandillas criminales organizadas incursionando en el negocio de las drogas y otros ilícitos, ello no significa que esa situación represente a la mayoría de los costarricenses en su comportamiento y aspiraciones. De ahí que la señal manifiesta desde arriba por parte de jerarcas de elevado rango, contra la tradición y los más altos valores, es cómo si de repente nuestro rostro hacia afuera reflejara algo que en realidad no somos del todo. Desde Rodrigo Carazo y quizás más atrás, los Presidentes recibieron amenazas a su integridad personal, pero jamás dejaron de manifestar en el manejo de la investidura que ostentaron, el rostro que verdaderamente representa en su mayoría al pueblo costarricense. Evocamos el hermoso legado de la Segunda República presidida por José Figueres Ferrer quien pese a tener tantos enemigos, no escatimo en abolir el principal instrumento de violencia que conocían y conocen los pueblos latinoamericanos: el ejército.
Da lástima, vergüenza e indignación ver al Presidente incursionar de la forma en que recientemente lo ha hecho en la zona sur del país. De acuerdo a sus propias palabras, ese comportamiento se mantendrá como constante por el resto de su Administración. Eso es sin duda repudiable, porque no fue electo para abofetear nuestra esencia. El mismo mandatario ha hecho gala de la popularidad con la que cuenta en el país y no tenemos por qué dudar de que eso no sea así. Sin embargo al ignorar los mejores valores y expresar con su actitud un manifiesto desdén hacia lo que representa la investidura que ostenta temporalmente, es muy decepcionante. Ojalá algo o alguien le hagan recapacitar. Es notorio que hay cierto nivel de disfrute y satisfacción en la ostentación del poder formal, y aunque en esta aseveración esperamos estar realmente equivocados, los síntomas recuerdan al “bukelismo” en su particular expresión.
Esta situación descrita, amenaza con convertirse en nuevo distractor político, mientras los verdaderos problemas incluido el de la seguridad de los costarricenses, continúa manejándose sin visión integral y con ligereza. Tampoco hay lógica funcional que posibilite al menos ver en el mediano plazo las respuestas y la ruta que el país realmente necesita para salir adelante.
Las señales no son para nada halagüeñas aunque siempre se está a tiempo de rectificar.
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