Editorial: Manfred, Marco y nosotros

Si no cultivamos y nutrimos nuevos valores, oportunidades y esperanzas a los que vienen de camino, el sacrificio y el martirio sufridos por Manfred y Marco, así como el de tantos otros, habrá sido sin duda en vano.  Ahí es donde entramos nosotros y todos los demás.

Dos vidas sesgadas con semanas de diferencia en circunstancias similares y en una misma área de la ciudad capital. Un par de destinos cargados de sueños, aunque no los únicos, han sido  cercenados con brutal violencia, como parte ya de la irracional normalidad cotidiana.  Las raíces de la tragedia podrían no encontrarse en las horas de la madrugada, ni en las calles atiborradas de jóvenes en “La Cali”, como tampoco en la ausencia de policías que puedan cubrir ese lugar o sus zonas aledañas a deshoras.  Quizás ni siquiera encontrarse en los bares con patentes autorizadas a diestra y siniestra y con horarios de “tomatinga” hasta la madrugada.

Porque, aunque estos factores puedan tener alguna relación, en realidad esta maldita violencia tiene su nido en las casas, en la falta de oportunidades, en la materialidad traducida en consumismo superfluo, en la carencia de valores y hasta en la virtualidad amoral de nuestros tiempos. Tal vez hasta en cuanta cosa resida en las mentes de quienes deambulan por ahí sin Dios ni fe, sin padres ni educación, tampoco amigos de verdad, ni nada…

La espiral de violencia la conforma entonces, una sumatoria de factores, los cuales van generando las condiciones y por ende la coyuntura propicia de tormenta, como para que sucedan estos actos miserables y despiadados. Hay un mal creciente que corroe a la sociedad, envenenando a su paso el espíritu de muchas personas y también de tantos otros jóvenes, quienes han crecido en un ambiente muy distinto al de Marco y al de Manfred. Dicho de otro modo, estos no son crímenes que se originan en las calles y avenidas capitalinas, sino más bien es ahí donde culminan, porque han sido desatendidas las causas de su verdadero origen.

El hogar, la escuela, el barrio, los amigos, pero también las oportunidades, la responsabilidad, la atención debida, el Estado, la ciudadanía, son todas partes de un todo, que poco a poco se deteriora y desliga con marcada indiferencia, de las aspiraciones y las necesidades de las juventudes; particularmente en las zonas más vulnerables. Abandonado queda sobre la crueldad de la calle, el más preciado tesoro de la colectividad: su juventud.

Y cuán difícil es señalar a los verdaderos culpables, más allá de quienes han sido identificados de haber usado el arma homicida o de haber sido cómplices del hecho. Qué difícil es llegar a asumir como respuesta, que una celda más o muchas otras por construir, habrán de resolver los problemas de tantas personas descartadas como escombros, a merced de un sistema social y político que no les brinda ninguna atención.

Verter nuestra atención en los más jóvenes y en sus oportunidades es la mayor responsabilidad, y posiblemente la única esperanza, para presumir de un futuro promisorio para toda la colectividad. Si no cultivamos y nutrimos nuevos valores, oportunidades y esperanzas a los que vienen de camino, el sacrificio y el martirio sufridos por Manfred y Marco, así como el de tantos otros, habrá sido sin duda en vano.  Ahí es donde entramos nosotros y todos los demás.

 

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