Editorial: ¿Qué hacer?
La responsabilidad del buen liderazgo consiste entonces, en la capacidad de hilvanar los distintos retazos, de poner toda la energía en un buen propósito, y trascender de forma especial para abordar el nuevo mundo.
Hay una especie de angustia ciudadana, al menos de un sector de la intelectualidad costarricense, donde confluyen intereses muy diversos, pero cuya preocupación central es el qué hacer en tiempos tan complejos como este en que nos ha correspondido vivir. Las nuevas generaciones no parecen tan mortificadas con el acontecer político, pero las gentes más humildes y sencillas, están genuinamente ansiosos por el desinterés y la apatía manifiestas. Hay una especie de gruesa indiferencia entre muchos costarricenses, algo así como una densa niebla que va cubriendo a la sociedad, mientras otros sienten que Costa Rica se acerca poco a poco a una situación lamentable, agudizando la ya precaria situación social.
Para las generaciones mayores, la Costa Rica del pasado se va desvaneciendo ante su propia vista. Las posibilidades de superación y de movilidad social se han venido gradualmente cerrando, provocando una especie de asfixia y en donde la lucha por la supervivencia, luce como la tarea más importante. Es una especie de grito colectivo: Yo me salvo y que se hundan los demás….
De la realidad social y económica participan una infinita cantidad de actores, que son parte de la pequeña aldea de la sociedad costarricense. Cada quien con sus propias preocupaciones y difícilmente hay capacidad para encontrarse y articular de forma inteligente. Es una especie de colcha hecha de retazos, hermosa pero fragmentada sin nadie que hasta ahora pueda tejer para unir esos parches con algún sentido de la armonía. La democracia continúa al desamparo y rindiéndose ante el descrédito. La desconfianza ciudadana ya ha hecho su mella en el tejido social. Esto lamentablemente lo saben también quienes adversan la democracia y la institucionalidad, prestándose para el juego del descrédito.
Lidiar con esta dualidad implica una severa desconfianza sobre el sistema de partidos políticos, pero al mismo tiempo la posibilidad de nutrir el individualismo autoritario o el colectivo. Es parte parte de ese profundo dilema a atender y también a resolver. Debemos buscar nuevos espacios, nuevas fórmulas, nuevos liderazgos para lidiar con los mismos problemas y con otros tan distintos, en una época tan vertiginosa como convulsa. Hay una ineludible exigencia de dar oportunidad, de dar con intención, de rescatar lo que luce irremediable. Construir bajo estas nuevas condiciones no es una tarea sencilla, porque exige tener mucha capacidad para comprender los tiempos que estamos viviendo, pero más aún para pensar diferente, e idear nuevas formas, opciones y caminos para lidiar con nosotros mismos y sobretodo con nuestras aspiraciones.
La responsabilidad del buen liderazgo consiste entonces, en la capacidad de hilvanar los distintos retazos, de poner toda la energía en un buen propósito, y trascender de forma especial para abordar el nuevo mundo. Es una tarea que compete a gentes conscientes de diversas generaciones y no a una en particular. Se puede perfectamente hacer camino al andar. Una metodología inclusiva, que posibilite dejar de lado los necios dogmatismos, el pesimismo y la pérdida de fe en la humanidad. Es tiempo de reaccionar, tiempo de despertar, tiempo de compartir y ante todo, tiempo para edificar las bases de una sociedad nueva y distinta.
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