Editorial: Semana Santa en retrospectiva

El set de valores que venía por vía de las creencias religiosas se ha venido disipando.


Independiente de sí se profesa fe cristiana o no, lo cierto es que la Semana Santa solía ser un tiempo además de idas a la playa, también de reflexión y de devoción. En muchos pueblos e incluso en el centro de San José, las manifestaciones religiosas tales como las procesiones, las confesiones, el recogimiento solían ser comportamientos normales apegados a la tradición cristiana. No obstante las cosas han cambiado radicalmente, en el sentido de que hay una evidente amoralidad en la conducta individual y colectiva que lamentablemente ha venido empeorando gradualmente.

En el decir de los abuelos y los mayores el sólo hecho de creer en un ser supremo o de manifestar lo que los abuelos conocían como el “temor a Dios”, a posibilitar un entorno de respeto hacia los demás, o al menos se disimulaba con discrecionalidad hipocresía. La pérdida de fe y de creencias de tipo religioso, independiente de la fuente que les nutre, permitía esa convivencia que hoy en día pareciera agotarse. La violencia se ha incrementado, y el respeto por la vida se ha venido perdiendo a pasos agigantados. El set de valores que venía por vía de las creencias religiosas se ha venido disipando.

Es una época realmente extraña, en donde la sagrada conmemoración de estos días se ha venido convirtiendo en algo insulso y vacío de contenido. Esto ocurre no sólo en el seno de la Iglesia Católica sino también en otras religiones. La tristeza y la desagradable sorpresa es inmensa, cuando nos percatamos del tiroteo de las fuerzas armadas de Israel de estos días, en el interior de la mezquita de Al-Aqsa, el tercer lugar más sagrado para el Islam.. No hay pretexto que justifique esta situación, que se da justo en el mes del ramadán y en vísperas de la Pascua Judía. El anhelo del poder despótico atenta igualmente contra la fe en las diversas religiones del mundo. El giro que toman los sectores ultraconservadores en Israel constituye en este caso una bofetada, no sólo al mundo islámico, sino a las tres grandes religiones del monoteísmo que ahí conviven.

Esto ejemplifica la situación de intolerancia, de pérdida de valores y de creencias en un ser superior y de prácticas religiosas, que en el pasado nutrieron la espiritualidad de Oriente y de Occidente. En realidad por lo que abogamos o lo que añoramos es la posibilidad de utilizar estos períodos de festividad religiosa, diseñados para evocar el dolor y el sufrimiento, así como por pedirle a la fuerza suprema por la paz en el mundo. Hacer eso, en vez de emplearlos como espacios de tiempo dedicados a la violencia y a la intolerancia a grados extremos.

Quizás algunos piensen que es cursi abogar por la fe y la creencia religiosa y espiritual para enfrentar los tiempos de crisis, pero igualmente hay que manifestarlo claro y defenderlo. Se necesita de una cohesión superior y sobre humana para cargar en los hombros las aspiraciones de las mayorías. Este hecho también incide en el comportamiento político de la colectividad y es lo que estamos hoy en día experimentando. Por ello es necesario evocar al pasado, recuperar el tiempo de las procesiones y de las plegarias así como contar con fe, lo cual es indispensable para continuar. En el fondo procuramos señales de algún tipo que nos haga vernos nuevamente como hermanos. Ojalá esto ocurra algún día, en un futuro cercano.

 

 

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