Editorial: Sobre el lenguaje violento y su incidencia (Podcast)

En la conciencia de la colectividad aún permanecen las imágenes de ese pasado civilista y tolerante sobre el cual Costa Rica pudo avanzar con progreso y justicia a mayor velocidad.


Es triste y decepcionante a la vez, la forma en que las autoridades gubernamentales y en particular el Presidente de la República, se refieren con sus expresiones, a cualquier oposición a sus proyectos e iniciativas, las cuales desearían imponer, antes que someterlas al necesario e inevitable debate democrático. Esa conducta es la misma que caracteriza a la mejor representante de Chaves en el Congreso, Diputada Pilar Cisneros. Su violento verbo se ha convertido en la principal herramienta de atención pública, cuando escasean en el debate las argumentaciones de fondo y les permite apelar emocionalmente a un segmento de la sociedad seducida por esa actitud. La legisladora Ada Acuña igualmente, ha hecho acopio de frases peyorativas; ahora con base al número de muertes por violencia criminal, que ha sorprendido a propios y extraños. Claro está que no son ellos los únicos, también en la oposición al gobierno se ha visto esta conducta y poco a poco el ambiente político nacional se enturbia de esta forma.

Ni que decir de las redes sociales que por momentos se convierten en autopista de inmundicias en virtud de los insultos, la agresión y la violencia en el lenguaje, manipulados por quienes en materia política lo usan para exacerbar aún más el entorno. Es innegable la forma en que ello incide en muchas personas, alimentadas mentalmente por vía de la emocionalidad, prejuicios e irracionalidad de sus referentes.

Es realmente impresionante la forma en que para cosechar simpatías, se impacta a base de improperios expresiones vulgares y denigración. Así lo hace el propio Mandatario, al dar sus “likes” a las expresiones más ruines y despectivas, contra representantes de otros poderes y liderazgos institucionales que le son adversos. Esta práctica ha sido fundamentada y esclarecida en un reciente artículo del periodista Josué Alfaro. La chabacanería es mayúscula, y los epítetos realmente vergonzosos por parte de quienes debieran predicar con su ejemplo. Pareciera que el propósito, es inculcar la animosidad y hasta el odio, en un sector de la población, con respecto a los liderazgos formales y la institucionalidad, en aras de un desmedido afán hacia la concentración del poder. Lejos de fortalecer el sistema democrático; sin dejar de reconocer sus peores defectos, la polarización y la destrucción de los cimientos democráticos se convierten en objetivos del populismo que campea hoy día por el Continente.

No hay duda que la mayor amenaza, al estimularse el conflicto y la división social por vía del lenguaje violento, así como otro tipo de conductas (como el negacionismo hacia la investigación y la ciencia y el abrazo a la posverdad), hacen que la sociedad costarricense se aleje cada vez más, de la posible solución a los problemas estructurales que le afectan. Al no fomentar el diálogo y procurar acuerdos como medios para construir por parte de la colectividad, más bien se ensancha la división social, y se daña en forma casi irreversible a la democracia y a su institucionalidad.

Los costarricenses conscientes debemos luchar incansablemente por restituir una base de convivencia con fundamento en el diálogo y el debate democrático, siendo este quizás el mayor y más importante legado de quienes nos antecedieron. Debemos asimismo procurar el lenguaje y la comunicación que posibiliten la convivencia pacífica, y alejarnos de la violencia en la que desafortunadamente incurren con frecuencia, quienes de uno y otro lado ostentan poder.

En la conciencia de la colectividad aún permanecen las imágenes de ese pasado civilista y tolerante sobre el cual Costa Rica pudo avanzar con progreso y justicia a mayor velocidad. Esas enseñanzas fueron fruto a la vez, de otros momentos crueles y difíciles de la historia en nuestro país, y es por eso que ojalá lo vivido y experimentado en la actualidad, nos permita ver la necesidad de regresar por esos fueros de paz y progreso, mucho antes que sea realmente tarde para hacerlo.

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