Editorial: Tres grandes desafíos para procurar el rumbo cierto
en vez de levantar más paredes para dividir. Gobernantes y ciudadanía, debemos atender juntos estos retos sin ambages, porque sólo así podremos dejar un legado sostenible, además de digno, decente, en beneficio de los más jóvenes y de los que vienen.
De acuerdo a un viejo proverbio chino, conocer el problema que te aflige, significa tener al menos la mitad de la solución para poder resolverlo. En Costa Rica tenemos de frente al menos tres que deben ser atendidos con premura y cuya atención debe ser prioritaria.
El primero de ellos es la incapacidad; a pesar de ser un país pequeño, de concertar acuerdos políticos, lo cual nos distancia de la posibilidad de concretar una agenda nacional de prioridades. Se da ahora sin embargo, una magnífica oportunidad con el nuevo gobierno; particularmente en el Congreso para tender puentes, dejando atrás las animosidades de la dura y fea campaña electoral. Y es que si tenemos una aguda situación de las finanzas públicas y en general de la economía, donde privan otros factores, no será posible atenderla sino se establecen genuinas formas de colaboración entre los diversos partidos y liderazgos allí representados. El momento es realmente crítico. De lo que se trata entonces es de lidiar con la causa de los problemas procurando alcanzar un espacio de convergencia, como se lo ha pedido el Presidente Electo a la fracción del PLN y a otros, con miras al período de sesiones extraordinarias que se avecina.
El segundo problema, es de considerable magnitud, concierne a los temas éticos y los valores que han venido a menos en la Costa Rica de hoy, producto claro está de un nuevo momento histórico, pero que es a la vez resultado de la desigualdad y la inequidad aparejada al ensanchamiento de la brecha social (entre otras razones). La marginalidad y la exclusión, son factores que facilitan el radio de acción del narcotráfico, la delincuencia y la criminalidad organizada. Los poderes fácticos están ganando la batalla, al reclutar cientos de jóvenes y personas, quienes día con día quedan atrapados en las gigantescas redes de la actividad delincuencial. Las organizaciones comunitarias y juveniles que en el pasado forjaban cientos de voluntarios para el bien social, han venido siendo sustituidas por otras, que más bien ponen en jaque a la ciudadanía honesta y trabajadora. La educación informal no se gesta en la escuela ni en la casa, sino fuera de ellas. Hay un fenómeno cultural innegable que incide en esto que está sucediendo. Revertir este proceso es indispensable.
El tercer problema es que un pueblo sin educación es un pueblo condenado a la miseria, siendo que el gradual deterioro que experimenta la educación, tiene como víctimas a los educandos y también a muchos docentes. El país en este sentido, navega hacia un futuro tan desagradable como predecible. Cómo recuperar el tiempo y la calidad perdida, es la tarea que va de la mano de este gran desafío, que de no ser atendido nos condena a un mañana sin esperanza. Este reto es quizás el más imperativo. Y es que a pesar de las señales adversas de nuestro tiempo, estos problemas son en realidad nuestros mayores desafíos.
Por ello la tarea mínima es edificar, o al menos tender puentes; en vez de levantar más paredes para dividir. Gobernantes y ciudadanía, debemos atender juntos estos retos sin ambages, porque sólo así podremos dejar un legado sostenible, además de digno, decente, en beneficio de los más jóvenes y de los que vienen.
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