Eli Feinzaig, Economista.
“A Costa Rica que se la lleve el diablo”, parece ser la consigna de los sectores sindicales que participan en el Diálogo Nacional para proteger sus privilegios e impedir cualquier acuerdo que beneficie a otros sectores.
Una propuesta que se discutió (y fue rechazada por los sindicatos, como se lee en la nota adjunta) era reducir las cargas patronales que deben pagar las micro empresas y los emprendimientos, es decir, la gente empunchada y pulseadora que se atreve a crear un pequeño negocito para servir al prójimo y no depender de nadie más, mucho menos de la beneficencia estatal.
En este país híper diagnosticado, es ampliamente conocido y reconocido que los altos costos de la seguridad social son el principal obstáculo para la formalización de los pequeños emprendimientos. No olvidemos que antes de la pandemia, ya el 47% de las personas con empleo estaban en la informalidad.
Ahora que la pandemia ha dejado sin trabajo a unos 300.000 costarricenses, que se sumaron a los más de 250.000 que ya estaban desempleados desde antes, muchas personas han recurrido a crear pequeños emprendimientos para sobrevivir. La mayoría de ellos, lamentablemente, en la informalidad, porque el costo de formalizarse es prohibitivo.
Si de la mano de la reducción de costos de la seguridad social lanzamos una agresiva campaña invitando a las pequeñas empresas a formalizarse, instituciones como la Caja podrían incrementar sus ingresos de manera significativa.
Pero para los tagarotes dirigentes sindicales, cuyos representados gozan de algo que nadie en el sector privado tiene -estabilidad laboral y la seguridad de que, no importa cuán profunda sea la crisis, conservarán sus puestos de trabajo y sus ingresos- medidas para reducir los costos de producir en este país atentan contra las “instituciones emblemáticas del Estado”. Del Estado, sí, porque con esas actitudes de los sindicatos, queda cada día más claro que no son de los costarricenses. Al menos no de los costarricenses “de a pie”.

Y por supuesto, tampoco ninguna medida significativa de recorte del gasto público que alivie el bolsillo de los costarricenses, nada que permita recuperar la economía costarricense, y ninguna señal de empatía para los desempleados del sector privado, los miles de emprendedores que han perdido sus negocios, y la legión de valientes que, aún en las actuales condiciones, siguen intentando crear riqueza en este país.
Definitivamente, a los tagarotes sindicales les cae como anillo al dedo aquello que una vez afirmó don Winston Chuchill: “Muchos miran al empresario como el lobo que hay que abatir; otros lo miran como la vaca que hay que ordeñar y muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro”. Y el carro se va a detener.
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