Elliot Coen Riba.
Acostumbro, a finales de diciembre de cada año, separar un par de días para definir mis metas y propósitos del año siguiente.
Finales del 2019, no fue la excepción. Me propuse metas en todos mis roles, como esposo, padre, empresario, ciudadano. Dentro de esa dinámica elijo una palabra que será mi norte todo el año. Esta palabra me permite enfocarme en mi propósito.
Arranqué el 2019 con proyectos gigantes. Me dispuse a enfrentar desafíos de altos vuelos. Puse mi pasión, mi energía y mis recursos en esos objetivos. Iba bien, muy bien hasta que unos pocos días, justo antes que me dispusiera a planear mi Semana Santa como el primer recreo que me daba en el año para descansar de las jornadas de 10 y a veces hasta 12 horas de trabajo ininterrumpido, nos confinan. El COVID 19 había llegado a Costa Rica.
De pronto me levanté en mi casa sin posibilidades de salir a la calle más de 2 veces por semana y solo para sacar la basura. Primer servicio público que aprendí a apreciar por primera vez.
Mis hijos, que ya se acercan al cuarto de siglo, estaban con nosotros 24/7. Que bendición. Encerrados, nuestros lazos se estrecharon aún más al mismo tiempo que integramos un nuevo miembro a la familia, un indeseable, pero que teníamos que aceptarlo, sí o sí. No se trataba de un pariente o un amigo entrañable que necesitaba de una mano. No, se trataba del más odioso de todos… el COVID 19.
Ahí estaba, ocupaba nuestras conversaciones de sobre mesa. Como hastag de twittear se convirtió en tendencia en todos los hogares de Costa Rica. Fue el protagonista del Reality Show que cada medio día nos hipnotizaba, si, a todos los ticos. El heroe: El Dr. Daniel Salas. El invitado que aprovechaba para mejorar su imagen: Carlos Alvarado.
Mi esposa e hija, se dedican a la educación de niños. La preocupación de ellas por sus ¨chiquitos¨se hizo mitad angustia, mitad temor. Mi hijo tenía empleados que no podría sostener si sus ventas se venían abajo. ¿Y mis proyectos? ¿Mis negocios? ¿Mis empleados? ¿Mis ingresos? Mis familiares y amigos se hacían las mismas preguntas, unos se re-invetaban, otros, se deprimían, otros se enojaban.
Los grupos de WhatApp en que participo tenían todos una misma pregunta: ¿Y ahora qué?
El estribillo que todos siempre decimos como en automático se hizo realidad en la vida de todos: ¨la salud es primero¨
Tuvimos que tomar decisiones difíciles como país: restringir la libertad de movilización, la libertad de reunión, la libertad de comercio.
El desempleo se agigantó llevando tristeza y hambre a muchos hogares. La preocupación por los más desprotegidos empezó a contagiarse en uno y en otro. De forma anónima y desinteresada los ticos llevaron un diario, hicieron una transferencia por sinpe móvil o entregaron una palabra de aliento a quienes habían perdido sus empleos o visto sus ingresos reducidos a la mitad. Cada quien hizo algo con lo que pudo, lo que fuera, para aliviar la carga a un vecino, a un hijo, a un amigo, a un patrón, a quien fuera. Lo importante era entregar esperanza, sembrar fortaleza en los debilitados por esta pandemia y agradecer a todos los funcionarios de nuestra seguridad social por su enorme sacrificio.
Los chats en los que aún no hemos podido contestar el desafío que la vida nos presenta, empezaron a gritar al unísono: esto también pasará. Para reafirmar esta convicción nos intercambiamos videos de la fiebre española, el ébola, o los más ticos, de la erupción del Irazú.
Esto también pasará. En efecto. La vacuna esta en camino y una vez más el hombre ganará la batalla por la vida. Nos aferramos a esta tierra porque aquí están nuestros sueños, nuestros seres queridos, nuestras poseciones.
A veces en la conquista de esos sueños, en la defensa de nuestros seres queridos y en la protección de nuestras posesiones nos volvemos egoístas. Esa es la primera llamada de atención que hizo el COVID en mi conciencia.
Ninguna de mis metas de hace un año los pude realizar porque un chino en Wuhan se comió un muerciélago.
De esos planes de Año Nuevo solo me quedo la palabra, la palabra que había escogido como norte del 2020.
La palabra que había escogido es SERVIR. Cuando la visualicé creí que se trataba de hacer la cama todos los días, dejar la mesa puesta al desayuno para que mi esposa y mis hijos se llevaran la sorpresa cuando se despertaran. Para mí, servir era darle vía a otro carro que quería doblar pero nadie tenía tiempo para ceder el paso porque ¨voy de prisa que tengo mucho que hacer¨. Servir, para mí, era darle campo en la fila a una mujer o un anciano. Servir era apartar 5 minutos muy de vez en cuando para hablar con mis colaboradores de sus preocupaciones personales. Servir, para mí, era eso. Simplemente.
Me aferré a ese norte que me había fijado. A esa palabra que era lo único que no me había quitado el COVID 19. Cuando vino la pandemia seguí poniendo la mesa al desayuno y tendiendo la cama todos los días, casi. Me propuse, sin embargo, que cada vez que tuviese una invitación a servir diría que si. Era lo menos que podía hacer en medio de los retos que se nos presentaban, pensé. Un amigo, Eugenio Herrera, Director de La Revista me invitó a unirme a una causa. Nos juntamos varios colaboradores de La Revista y bajo el liderazgo del Dr. Alvaro Salas, creamos, juntos, la campaña PONÉTE UNA MASCARILLA EN TU CORAZÓN TAMBIÉN.
De pronto estaba recorriendo con el Dr. Salas los precarios de Pavas, Curridabat, Barranca, entre otros, repartiendo mascarillas.
A pocos días antes de la Navidad andábamos entregando comida, ropa y mascarillas a los indigentes. A la Costa Rica pobre que sabía que existía por las estadísticas le pude poner rostro. El rostro de una joven mujer y su hija de 5 años que duermen en una acera de la capital, noche tras noche. En el precario Gloria Bejarano en Tirraces, una señora con una hija con discapacidad nos dijo que se mantenía viva por su hija, su motivación, porque a ella ya la habían desahuciado debido a que tenía cáncer y sus días estaban contados…
Cuando nos disponíamos a irnos la señora nos dijo, no se la vayan, esperen un segundito, ya vengo. Regresó y nos dijo, permítanme darle un regalito. Nos dió un limón a cada uno.
Somos tantos los que tenemos tanto y sin embargo no damos. Ella que no tenía nada, ni posibilidad de vivir siquiera y nos regaló limones.
La segunda llamada de atención que me hizo el COVID 19 es que lo que realmente importa no es lo que hacemos y mucho menos lo que tenemos. Lo que realmente importa es lo que somos. Posiblemente todos estemos de acuerdo en ello. Pero…
Esos limones posiblemente eran los que la señora iba a usar para hacer una deliciosa limonada para ella y su hija y decidió tomar solo agua para agradecernos la visita despojándose de sus limones. ¿Seré capaz de dar no solo de lo que me sobra?
La pandemia nos recordó lo que El Principito nos ha dicho muchas veces: Lo esencial es invisible a los ojos.
Ese es mi gran desafío para el 2021. Sin duda, la pandemia me hará mejor, nos tiene que hacer mejores. No podemos dejar pasar otros 20 años sin que reduzcamos el número de personas en situación de vulnerabilidad y miseria en nuestro país, no podemos dejar a nuestros jóvenes una Costa Rica sin oportunidades, no podemos. No debemos!!!
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