Emilio Obando: Los carretones – Una estampa casi olvidada de la Costa Rica de antaño
El carretón de tracción equina fue un integrante visible y pintoresco de nuestro patrimonio cultural. Sobrevive todavía en otros países de América Latina (Cuba, México, Nicaragua) prestando similares servicios a los que otrora fuera destinado en nuestro país. Está en el recuerdo y en las vivencias de quienes, sin pretender ignorar o inculpar al progreso, añoramos la tranquilidad y seguridad con que sus conductores solían transitar por las vías josefinas de antaño.
Emilio Gerardo Obando Cairol, Genealogista.
Con la lectura del libro “Boyeros, bueyes y carretas”, de Cecilia Dobles, Carmen Murillo y Giselle Chang (Editorial UCR, 2008), vino a mi mente una imagen cultural que se mantiene presente para quienes pasamos de los cincuenta años y que resulta desconocida para aquellos que cuentan en su existencia con cuarenta o menos años.
Complementarios de las carretas durante el siglo XIX y quizás las tres primeras décadas del XX, los carretones se apropiaron del medio urbano en San José a partir de la década de los cuarenta y constituyeron una modalidad de transporte que brindaba un eficiente servicio a quienes requerían movilizar materiales, mercaderías y muebles, de centros de abastecimiento o locales comerciales hacia los distintos barrios de la capital.
En Costa Rica, la palabra carretón se aplica a un carro pequeño a modo de un cajón de madera abierto, con dos o cuatro ruedas, regularmente también de madera, que puede ser arrastrado por una caballería o bien a mano por una persona.En este ensayo, trato sobre el primero, es decir, sobre el carretón de tracción equina, que en nuestro país solía ser de dos ruedas, también de madera, halado por un caballo, con sus anteojeras, que algunos llamaban “orejeras”, para que volvieran a ver únicamente por donde les decía su conductor, quién, por lo general era un hombre con su tradicional sombrero y, hasta por ahí de la década de los cincuenta del siglo XX, descalzo.

El cajón del carretón tenía a ambos costados barandas con parales y una compuerta trasera, sostenida con pestillos para facilitar la carga y descarga. En la parte delantera externa del cajón, se ubicaba un pescante que servía de asiento para el carretonero, además de un timón de dos piezas que se agarraba a la brida del caballo.
Las ruedas, en un principio, fueron de una sola pieza de madera como las de las carretas, con el tiempo, fueron afinándose de manera que tuvieran rayos anchos de ese mismo material, los que terminaban en cada nabo, donde descansaba el eje que unía las dos ruedas.
Para la segunda mitad del siglo XIX ya los carretones transitaban por las calles de San José, generalmente ocupados para satisfacer las necesidades de sus propietarios en el transporte de mercaderías o utensilios.
A medida que empezaron a proliferar, se hizo necesario por parte del gobierno municipal emitir ordenanzas que regularan su uso en la capital y poblaciones circunvecinas.
Fue así como en enero de 1881, la Municipalidad oficializó el Reglamento de coches y carros para la conducción de pasajeros y transporte de cargas por las calles de San José (1). Aunque con mayor énfasis en las disposiciones para los carruajes que se utilizaban como medio de transporte de pasajeros. Dicho reglamento obligaba a inscribir en la oficina de la Gobernación los vehículos usados para esos fines, establecía multas por incumplimientos (en el caso de los carretones de 1 a 5 pesos), el cobro de un impuesto al ruedo y requisitos para conducir que contemplaban ser mayor de 18 años, comprobar buena conducta y rendir un examen práctico de manejo ante el Agente de Policía.
Fijaba estaciones en distintos sitios de la capital, como la Plaza Principal, Plazuela de la Merced, Plazuela del Carmen; Correo y la Estación del ferrocarril y asignaba al citado Agente de Policía para autorizar otros lugares en la capital.
Considerando que las carretas y carretones sin resortes deterioran demasiado los caminos y calles por donde trafican; que tanto la Avenida 3 entre el extremo Noreste del Parque Nacional y el extremo Oeste del Parque Morazán, como la Avenida Central, desde la calle 14, esquina de la antigua cárcel, hasta su extremo Oeste, boca de La Sabana, deben mantenerse en perfecto buen estado, la primera por ser la entrada de los extranjeros a la ciudad y la segunda por ser el paseo favorito de la ciudad, la Municipalidad de San José acordó en octubre de 1909, prohibir el tráfico de carretas y carretones sin resortes por las avenidas citadas. (2)

Para 1916, la Municipalidad considerando que una de las causas principales del deterioro de las calles de San José es el tráfico de las carretas y carretones sin resortes y llantas angostas (esto es, de menos de 10 cm. de grosor) y que aunque desde 1881 se había fijado un impuesto al ruedo, este no se cobraba, estableció un nuevo impuesto de ¢0,10 diarios para las carretas y carretones que entren o transiten por la ciudad de San José (3).
Las regulaciones para los rodados de tracción equina se fueron extendiendo a otras localidades del país y para 1909 Cartago adoptó el reglamento de coches y carros aplicado en la ciudad de San José (4) Los carretones se convirtieron gradualmente en un medio de locomoción usual en los sectores urbanos de las cabeceras de provincia, tanto que para marzo de 1925, la Municipalidad de Limón aprobó las tarifas respectivas (5). Así, para un viaje, dentro del perímetro de la ciudad, con mercadería de cinco quintales de peso o menos, la tarifa era de ¢0,75; con peso de cinco quintales o más, ¢1,00; un viaje de conducción de muebles corrientes, con la obligación de cargar y descargar cuidadosamente, ¢1,50; para el transporte de muebles finos como pianos, espejos, o similares, el valor del viaje quedaba a convenir entre el cliente y el carretonero.
En julio de 1926, la Administración Jiménez Oreamuno dio el ejecútese a la primera Ley de Tráfico de nuestro país.
Incluía en su capítulo III, denominado “De la inscripción de rodados de tracción animal y sus conductores” (6), un articulado que contemplaba el registro de los vehículos y de sus conductores en la Dirección General de Tráfico. En los demás extremos, indicaba que se seguiría aplicando lo dispuesto por el Reglamento de Coches y Carretas emitido en 1881. Quedaban tales vehículos sujetos a un impuesto al ruedo y a la fijación de tarifas que haría el Poder Ejecutivo.
En marzo de 1935 fue emitida una nueva Ley de Tráfico (7), la cual, en la materia de que se trata especificaba que ningún carretón podía circular por las vías públicas si no estaba debidamente inscrito en el registro correspondiente. Asimismo, establecía como requisitos para los conductores ser mayores de edad o emancipados, no haber sido juzgados por ebriedad, poseer una instrucción elemental, reunir condiciones físicas y mentales apropiadas y ser aprobado mediante un examen práctico.
La alusión al carretón es poco común en los relatos de nuestros escritores. Sin embargo, en un cuento de Carmen Lyra, publicado en 1959 con el título de “Ramona, la mujer de la brasa”, luego denominado “¿Qué habrá sido de ella? (8), se dice:

“El marido estaba cargando en un carretón lo más pesado: la mesa, el armario, las cuatro sillas, las camas de los niños, la cama de matrimonio. ¡La cama en donde nacieron sus diez hijos!
Si bien los carretones se usaban para el transporte de mercaderías y materiales tenían también otros destinos. El carretón del hielo era un carretón que transportaba marquetas de hielo a los distintos establecimientos de la ciudad de San José y el carretón de la basura, que recogía la basura todos los días. El carretonero se encargaba de recibir el bote de basura de cada vecino de la ruta y vaciarlo dentro del carretón.
La existencia del negocio floreciente de carretones trajo consigo el establecimiento de herrerías, que solían ubicarse cerca de las estaciones en que acostumbraban a ubicarse los conductores, como era el mercado de carretas (avenida 3, calle 10), mercado de la Coca Cola (avenida 1, calle 16), Estación del ferrocarril al Pacífico (avenida 20, calle 2) y Estación del Atlántico (frente al costado sureste del Parque Nacional). Con el trajinar por las calles de San José, las herraduras sufrían un mayor deterioro y exigían cambiarlas con alguna frecuencia para que los caballos no se lastimaran las patas.
El autor recuerda que en las décadas de los cincuenta y sesenta, los carretones, pintados sus cajones de madera con un amarillo pálido hacían fila al costado oeste del Mercado Central a la espera de que sus clientes los contrataran para fletes de carga de mercadería, muebles, pilas de lavar, mudanzas y otros.
Solían estacionarse también en la Coca Cola, o en la calle 12 en las que se ubicaban depósitos de maderas, donde se compraban y luego cargaban los materiales, para después desplazarse a sus lugares de destino situados en los barrios aledaños a la capital.
Con la presencia de los camiones de carga o de los conocidos “pick ups”, el uso de los carretones comenzó a decaer, aunque llegaron a subsistir cada medio de transporte uno con otro, especialmente por la diferencia de tarifas que resultaba de ocupar tracción animal o tracción motora.
Para fines de la década de los sesenta del siglo XX, hubo reclamos de las personas que se movilizaban a pie por la ciudad capital sobre la mala imagen y falta de aseo que significaban el estiércol y boñiga que dejaban los bueyes y caballos al circular por las principales calles, a tal punto que se planteaba la necesidad de que a los animales les pusieran un dispositivo permanente para atenuar la suciedad en las vías josefinas.

El aumento de la población y de los vehículos automotores, entre los que se hallaban flotillas de camiones y otros vehículos de carga, obligaron al Gobierno a encontrar una salida decorosa para los carretones que prestaban servicios de transporte en el casco urbano de la ciudad.
¡Y llegó el final! El 3 de agosto de 1972 el Gobierno, mediante ley de la república (9) prohibió la circulación de carretones de tracción animal en el Área Metropolitana. Para concretar la medida, dispuso una indemnización de ¢10.000 por cada carretón, hasta un máximo de dos unidades registradas. Los beneficiados por esta regulación debían tener los carretones inscritos desde hacía tres años como mínimo. No podrían establecer carretones en ningún otro lugar del país, ya que quedaba prohibida también la inscripción de rodados de tracción animal.
Estipulaba dicha ley además que los dueños de carretones indemnizados deberían hacer entrega del carretón y de la bestia al Ministerio de Gobernación, que los utilizaría en la Dirección General de Asistencia Rural, así llamada la policía de zonas rurales.
Con el propósito de financiar las compensaciones referidas, el Gobierno contrataría un préstamo con el Instituto nacional de Seguros por ¢1.200.000, pagadero a 5 años plazo, con un interés del 4% anual.
Concedía esa Ley un término de 60 días después de entregada la indemnización para que los dueños de carretones retiraran sus vehículos de la circulación.
El carretón fue, durante unos cien años, un medio de transporte apropiado para uso en el sector urbano de las cabeceras de provincia de nuestro país.
Numerosas familias de distintos estratos sociales se beneficiaron con la conducción de mercaderías, materiales, muebles y otros, así como para las mudanzas que se daban de una casa a otra, en un contexto socieconómico donde las casas de alquiler eran comunes y exigía al jefe de familia a localizar una vivienda de costo más asequible cuando el precio del alquiler le era incrementado por el propietario.
Mediante los ingresos obtenidos por esos jefes de familia, llamados carretoneros, hombres y mujeres de la Costa Rica del siglo pasado, pudieron aspirar a un nivel educacional mejor y convertirse en profesionales para orgullo de sus progenitores.
El carretón de tracción equina fue un integrante visible y pintoresco de nuestro patrimonio cultural. Sobrevive todavía en otros países de América Latina (Cuba, México, Nicaragua) prestando similares servicios a los que otrora fuera destinado en nuestro país. Está en el recuerdo y en las vivencias de quienes, sin pretender ignorar o inculpar al progreso, añoramos la tranquilidad y seguridad con que sus conductores solían transitar por las vías josefinas de antaño.
Notas:
(1) Reglamento de coches y carros para la conducción de pasajeros y transporte de carga por las calles de San José. Acuerdo No. 868, La Gaceta Diario Oficial, 11 de enero de 1881.
(2) Artículo 6 del acta de la sesión de 21 de octubre de 1909 de la Municipalidad de San José. Acuerdo No. 594 de 9 de noviembre de 1909, publicado en La Gaceta-Diario Oficial No. 111 de 10 de noviembre de 1909.
(3) Artículo No. XXI del acta de la sesión de 17 de abril de 1916 de la Municipalidad de San José. Acuerdo No. 159 de 27 de mayo de 1916, publicado en La Gaceta Diario Oficial No. 136 de 15 de junio de 1916.
(4) Artículo No. 5 del acta de la sesión de 5 de enero de 1909 de la Municipalidad de Cartago. Acuerdo No. 19 de 11 de enero de 1909, publicado en La Gaceta Diario Oficial No. 7 de 12 de enero de 1909.
(5) Tarifas de carretones en Limón. La Gaceta-Diario oficial No. 66 de 21 de marzo de 1925.
(6) Ley de Tráfico. No. 38 de 20 de julio de 1926. Imprenta Nacional, San José, Costa Rica, 1926.
(7) Ley de Tráfico. No. 63 de 25 de marzo de 1935, publicada en La Gaceta-Diario Oficial No. 72 de 28 de marzo de 1935
(8) Lyra, Carmen. Relatos escogidos (1999). San José.: Editorial Costa Rica, Págs. 255-257.
(9) Ley No. 5033 de 3 de agosto de 1972, publicada en La Gaceta-Diario Oficial No. 151 de 10 de agosto de 1972.
Ilustraciones:
Foto 1: Carretón por la antigua Calle de la Universidad. Avenida 2 hacia el este, desde la calle 3, en 1871. Las casas de la izquierda fueron demolidas para construir el elegante edificio del Teatro Nacional. (Foto tomada de: La Ciudad de San José: 1871-1921” (1972), San José: Banco Nacional de Costa Rica).
Foto 2: Carretón en una de las calles de la ciudad de Limón. A la derecha, el Hotel Park, 1924. (Foto tomada de Gómez Miralles, Manuel. (2004). Costa Rica. San José: Ediciones Jadine.).
Foto 3: Carretones estacionados en la Calle 8 hacia el sur, entre las Avenidas Central y 1°, en 1920. Costado oeste del mercado Central. Calle con magnífico empedrado. ((Foto tomada de La Ciudad de San José: 1871-1921” (1972), San José: Banco Nacional de Costa Rica).
Foto 4: Carretón circulando por la Avenida Central y 1, una cuadra al norte del Banco Popular. (Foto tomada de Castro Harrigan, Álvaro y Castro Harrigan, Carlos. (2006). Costa Rica, Imágenes e Historia; Fotografías y postales 1870-1940: Volumen 1. San José, C. R.: ULACIT.).
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