Enrique Castillo Barrantes, Abogado y sociólogo, Ex Canciller de la República.
Conviene, antes de entrar en materia, hacer una distinción entre lo que es el enfoque jurídico del delito y el enfoque criminológico, a fin de poder precisar los contornos de la Criminología y, de ese modo, definirla. Viene al respecto, como anillo al dedo, la explicación del criminólogo austriaco Ernst Seelig: “Delito es un comportamiento anímico y corporal del hombre que a causa de su efecto antisocial está jurídicamente prohibido y sancionado con una pena. Este concepto abarca tanto los fenómenos reales del delito (comportamiento psicofísico de un hombre y sus efectos en el mundo exterior) como los elementos normativos del delito (culpabilidad, antisocialidad, antijuricidad, pretensión punitiva). La diferencia esencial de estos dos grupos de características condiciona el que su investigación más detenida sea materia de dos ciencias diferentes: la Criminología tiene por objeto los fenómenos reales del delito, mientras que la ciencia del Derecho Penal se ocupa del delito “en el sentido jurídico”, es decir, de sus elementos normativos (los presupuestos y el contenido de la pretensión punitiva estatal)”.
Así, la Criminología viene a ser la ciencia que enfoca el delito como fenómeno real, como un hecho que acontece en el seno de la sociedad, para buscar sus causas, condiciones, formas de aparición y sus efectos.
Concebida de esa manera, el nacimiento de esta disciplina se puede hacer radicar en el año 1835, con la publicación de la obra Sobre el hombre y el desarrollo de sus facultades, Ensayo de Física Social”, del físicomatemático belga Adolph Quetelet, aparecida ese año en París. Fue Quetelet quien, por primera vez, estudió en forma sistemática y
científica el problema de la delincuencia. Esto se debió a la coincidencia de la vocación matemática del autor con una circunstancia un tanto especial: en 1826 se fundaron en Francia las primeras estadísticas judiciales en el mundo. Francia fue el primer país que estableció un registro estadístico de los procesos que se llevaban a cabo en los
tribunales penales. A pesar de no tener originalmente una vocación criminológica, la afición por los números llevó a Quetelet a abocarse al estudio de las primeras cifras de los años 1826-1827, las cuales, no obstante ser unos resultados preliminares, le llamaron tanto la atención como para que, en 1828, en reunión de la Real Academia Científica de Bruselas (Academie Royale de Bruxeles), presentara sus iniciales y sorprendentes conclusiones. Ya en esa ocasión hizo notar que los registros estadísticos demostraban una constancia casi invariable del fenómeno criminal, de año a año; es decir que, por ejemplo, la cantidad de robos cometidos en 1827 había sido casi la misma que la de 1826, y cosa similar ocurría con los homicidios, con los hurtos, y con los demás delitos en general. Entre 1828 y 1835 continuó recopilando datos, incluyendo cifras de otros países europeos que habían introducido también los registros estadísticos judiciales, y finalmente, dio a conocer sus conclusiones definitivas en forma de libro. La primera idea, la fundamental, que extrajo de sus estudios, fue la siguiente, expresada textualmente así: “La sociedad contiene en sí misma los gérmenes de todos los delitos futuros. Se prepara en cierto grado para ellos y el criminal es tan sólo el instrumento que los realiza. Por lo tanto, todo orden social condiciona de antemano cierta cantidad de diversos delitos que se producen como una consecuencia necesaria de su organización”. En suma, dejó establecido que el delito es un producto social y que es reflejo de la organización del sistema social.
Ese fue el punto de partida de la historia de la Criminología, pero no el único importante. Casi medio siglo después de la aparición de la obra de Quetelet, vio la luz en Italia “El hombre delincuente”, en 1876, del médico Cesare Lombroso.
Lombroso era profesor de medicina en la Universidad de Turín y médico forense de las prisiones de la ciudad. En este último carácter le correspondió practicar numerosas autopsias de delincuentes y en ellas encontró una serie de rasgos anatómicos difíciles de explicar y que le despertaron ciertas sospechas. Sus intuiciones llegaron a concretarse en el examen del cuerpo de un célebre delincuente calabrés llamado Villela, anciano ya a la hora de su muerte, muy conocido por haber sido en vida astuto y maligno. En su cráneo encontró Lombroso una depresión, característica de los antepasados del ser humano actual e impropia de los hombres de hoy, pero que aparece con frecuencia en los roedores y en otros vertebrados inferiores. Se trataba de la foseta media de la cresta occipital, en lugar de la protuberancia que normalmente se encuentra en el cráneo humano en ese lugar. Esta característica especial aparecida en el cráneo de Villela le hizo pensar a Lombroso que el problema de la delincuencia era un fenómeno de atavismo biológico. Es decir, de la existencia de este rasgo propio de los hombres primitivos dedujo que el delincuente era un ser primitivo y salvaje que, por un error del tiempo, había nacido en la sociedad actual; en otras palabras, un resabio biológico atado a los antepasados prehistóricos del hombre. Textualmente, Lombroso explica el hallazgo así: “Este descubrimiento no era simplemente una idea, sino una revelación; al contemplar aquel cráneo me pareció ver de pronto iluminado como una vasta llanura, bajo el cielo en llamas, el problema de la naturaleza del criminal, ser atávico que reproduce en su persona los instintos feroces de la humanidad primitiva y de los animales inferiores. Así, se explican anatómicamente las enormes mandíbulas, los altos pómulos, los arcos superciliares prominentes, las líneas solitarias en las palmas de las manos, el tamaño exagerado de las órbitas, las orejas en forma de asas que se encuentran en los criminales, en los salvajes y en los monos; la insensibilidad al dolor, la vista sumamente aguda, el tatuaje, la excesiva holgazanería, el gusto por las orgías, el deseo irresistible del mal por sí mismo, el deseo no sólo de extinguir la vida de la víctima, sino también de mutilar el cadáver, de desgarrar su carne y de beber su sangre”. En suma, que el delincuente era un animal o, más exactamente, un primitivo salvaje que, por un anacronismo, había nacido en nuestra sociedad. Pero lo fundamental, lo más importante, es lo que de ahí se infiere, esto es, que el delincuente nace delincuente. Por eso, esta primera parte de su teoría se denomina la teoría del delincuente nato. Posteriormente, Lombroso amplió sus explicaciones del criminal, agregando dos nuevas figuras: la del epiléptico y la del loco moral. Un cierto día, en un cuartel del ejército italiano, un oficial de nombre Misdea se volvió momentáneamente loco, tomó un fusil y comenzó a disparar contra sus compañeros. Mató a ocho de ellos y después estuvo doce horas sumido en un letargo, en estado de semi-inconciencia, al final del cual despertó sin recordar nada de lo que había hecho. Lombroso vio en ese caso un tipo de epilepsia y procedió a ampliar su teoría del criminal nato diciendo que algunos casos que no se podían explicar por un simple atavismo, por una referencia a los antepasados prehistóricos del hombre, se explicaban sosteniendo que había en ellos la combinación, de una parte, de ciertas características hereditarias y atávicas y, de otra parte, de características epilépticas: “…Y vislumbré de pronto que muchas características criminales que no pueden atribuirse al atavismo como la asimetría facial, la esclerosis cerebral, la impulsibilidad, la instantáneidad, la periodicidad de los actos criminales, el deseo del mal por el mal mismo, eran características mórbidas comunes a la epilepsia mezcladas con otras debidas al atavismo…” En los últimos años añadió el tercer tipo, el loco moral, definiéndolo como “un ser descolocado socialmente por atrofia y dislocación de los sentimientos ético-afectivos”.
A pesar de que las explicaciones de Lombroso están científicamente mal fundadas, en su época causaron gran revuelo como un notable descubrimiento de mucha aceptación. Tal cosa fue posible porque su tesis de que el delincuente es un tipo especial de Homo Sapiens que por su evolución biológica, o mejor, por degeneración o retraso en la evolución, se ha convertido en delincuente nato, calzaba muy bien con las teorías evolucionistas que, por el mismo tiempo, dominaban el ambiente intelectual. Para decirlo de otro modo, la obra de Lombroso encajaba en la mentalidad de la época. Por eso tuvieron una enorme difusión, no sin que surgieran opositores que las rechazaran. Aquello también ha sido motivo de que tradicionalmente se atribuya a Cesare Lombroso la condición de primer y principal fundador de la Criminología, desconociendo por completo que medio siglo antes los aciertos de Quetelet habían constituido el primer despertar de la disciplina criminológica como ciencia.
Los aportes de Quetelet y Lombroso marcaron el desarrollo de la Criminología en la segunda mitad del siglo diecinueve, especialmente los de Lombroso que, aún en la primera mitad del siglo veinte, siguieron teniendo cierta vigencia en Europa. El italiano Enrico Ferri y el austriaco Franz von Liszt, a fines del siglo diecinueve y principios del veinte, incorporando los aportes quetelianos y lombrosianos, elaboraron una etiología del delito más compleja y pluricausal. Ferri introdujo una triple clasificación de las causas del delito que abarcaba: 1. Causas antropológicas o individuales, dentro de las cuales se contempla lo físico y lo síquico del individuo; 2. Causas o factores físicos, como el clima y la geografía; 3. Factores sociales. Ferri aceptó la idea del delincuente nato, en cuya delincuencia no tienen importancia los factores sociales puesto que desde su nacimiento está predestinado a ser delincuente, pero restringió la figura aduciendo que sólo ciertos tipos de crímenes son propios de los delincuentes natos. El austriaco von Liszt rechazó, de una parte, la idea del delincuente nato y, por otro lado, formuló una clasificación dicotómica de los factores del delito: factores endógenos y exógenos. Los endógenos son las condiciones físicas y síquicas del individuo, mientras que los exógenos son los factores físicos del medio ambiente, los económicos y los sociales.
Desde el principio se planteó una fuerte disputa entre quienes, como Ferri, seguían defendiendo la noción del delincuente nato, y, del lado opuesto, quienes se mostraban partidarios de enfocar el problema delictivo sustancialmente como una cuestión de origen social. En Francia, en la misma época de Lombroso, Bordier estuvo haciendo estudios similares a los de aquel, y también en Austria, Benedikt seguía la línea lombrosiana, mientras que en Francia, la escuela Lyonesa, encabezada por Lacassagne, Manouvrier y Tarde -médicos los dos primeros y sociólogo el tercero- y la escuela sociológica alemana dirigida por el austriaco von Liszt, seguían la corriente de origen queteliano. Unos y otros se atacaban duramente hasta que en 1913 el inglés Charles Goring, con la publicación de su obra “The English Convict”, (“El presidiario inglés”), asestó un lesivo golpe a los lombrosianos. Después de someter a prueba las ideas de Lombroso, entre las que se hallaba la de que existen en el criminal nato características físicas externas que lo distinguen, dio a conocer resultados como los siguientes: encontró que en cuanto a la longitud del cráneo, había mayores diferencias entre los estudiantes de Aberdeen y Cambridge que las que había entre los estudiantes de la Universidad de Cambridge y los presidiarios de la cárcel de Londres; igualmente, encontró que entre los catedráticos de la Universidad de Londres y los presidiarios no había ninguna diferencia significativa en cuanto al tamaño del cráneo. El criminólogo Naek descubrió en una de sus mediciones que únicamente el 3% de las nodrizas de una institución no presentaba algún rasgo de degeneración y, sin embargo, del 97% que sí tenía señales de generativas, ninguna era delincuente; por contraposición halló muchos delincuentes que no mostraban características atávicas como las que postulaba Lombroso. Más tarde, alrededor de 1930, el holandés Bonger, efectuando estudios parecidos, estableció que eran más grandes las diferencias entre grupos de
policías y de soldados que entre los grupos de policías y de asesinos. Con la aparición de pruebas y obras como las citadas, sobre todo con la de Goring de 1913, la corriente lombrosiana sufrió un serio revés y la tradición criminológica mundial se bifurcó: en Europa, subsistió una tradición de arraigo lombrosiano modificado; modificación consistente en que, aceptando la idea de delincuente nato, ya no se le explicaba como un ser representativo de formas anteriores al actual Homo Sapiens, como un miembro perdido de sociedades antiguas y primitivas, sino como el resultado de disfunciones endocrinas heredadas o congénitas, o como un ejemplo de degeneración racial, aceptándose también la versión de que la condición de delincuente está en función de la estructura corporal. Esta línea neolombrosiana incorporó las aportaciones de los estudios sobre la herencia; y recogió la influencia de Pende, Viola y Kretschmer. En América, mayormente en Estados Unidos y Canadá, se desarrolló la tradición sociologista, que llega hasta nuestros días.
Hubo una coincidencia histórica entre la reformulación de las teorías lombrosianas y el origen y apogeo del nazismo en Alemania, y este último fue el puente que permitió a las primeras sobrevivir hasta la fecha actual manteniendo su vigencia en Europa. Desde 1923, se empezaron a crear en Alemania institutos de investigación criminal en los cuales se estudiaba a los delincuentes desde el punto de vista biológico, con énfasis en sus condiciones hereditarias, congénitas y raciales. Y, casualmente, desde 1923 los nazis empezaron a crecer políticamente, dando en ese año un intento de golpe de estado a raíz del cual el propio Hitler fue enviado a prisión. Como en un principio ocurrió con las ideas de Lombroso, ahora las doctrinas neolombrosianas se acomodaban perfectamente a la ideología que empezaba a dominar la época en Alemania, de modo que el llegar los nazis al poder en 1933, hubo no sólo una coincidencia cronológica, sino también una coincidencia ideológica entre los criminólogos neolombrosianos que trabajaban y dirigían aquellos institutos de investigación criminal y las nuevas autoridades políticas. En virtud de ello, estas últimas estimularon y financiaron el funcionamiento de los institutos, porque era de interés para el estado nacional socialista investigar el problema de la delincuencia a fin de defender a Alemania de aquellos supuestos degenerados, biológicamente hablando, que eran los delincuentes, extirpándolos o esterilizándolos, para poder preservar la pureza de la raza. Ese ligamen entre el nazismo y los neolombrosianos, fue, como ha quedado dicho, el puente por el cual las ideas de Cesare Lombroso, aunque modificadas, han mantenido su vigencia en Europa, hasta nuestros días, mientras en América, especialmente en Norteamérica, quedaron relegadas hace mucho tiempo. En los centros alemanes de investigación apenas ingresaba un recluso, le caían encima los investigadores con una cinta métrica en una mano y una cámara fotográfica en la otra, lo desnudaban, lo fotografiaban, lo medían hueso por hueso y finalmente determinaban si a su juicio era un delincuente nato y por consiguiente irregenerable y había que extirparlo o esterilizarlo, o si por el contrario había alguna posibilidad de regeneración. Vierstein, director del Instituto Criminológico de Baviera opinaba que el 50% de los delincuentes eran natos e irregenerables, y Mezguer, en 1933, decía que Vierstein era optimista al creer que solo el 50% era irregenerable; pensaba que el porcentaje era mayor; que había más delincuentes natos a controlar con medidas eugenésicas para conveniencia del Estado que protegía a la raza aria.
Estos investigadores trabajaron a sus anchas, con una gran disponibilidad de recursos económicos, y desde esa posición ventajosa propalaron sus teorías en Europa.
Por el contrario, en los Estados Unidos, desde 1913, se descartaron las doctrinas lombrosianas y neolombrosianas, y se comenzó a hacer una serie de estudios sobre la sociedad norteamericana, tratando de encontrar allí las causas de la delincuencia. En general, son estudios limitados porque el área de investigación es muy amplia, pero han logrado demostrar de manera muy clara la influencia del sistema social. Se pueden citar algunos ejemplos: entre 1930 y 1933, Healy y Bronner, siquiatras, dirigieron una gran investigación que se llevó a cabo simultáneamente en tres ciudades norteamericanas: Detroit, Boston y New Haven. El resultado fue el esclarecimiento de la importancia que tienen las frustraciones y conflictos emotivos sufridos durante las primeras etapas de la vida dentro del círculo familiar. Henry y Short, sociólogos, analizaron el suicidio y el homicidio en relación con las fluctuaciones del sistema económico según la clase social en que viven los individuos y demostraron, por ejemplo, que en las etapas de depresión económica de la sociedad norteamericana, aumenta la tasa de suicidios, pero esta aumenta más en la clase alta, mientras el homicidio disminuye en todo el sistema; y en las etapas de auge económico, los suicidios disminuyen, y aumentan los homicidios, pero estos aumentan más en la clase baja. Más concretamente, lo que se puso al descubierto es que los auges o recesos del sistema económico hacen entrar en operación una serie de variables de tipo social-síquico que inciden directamente sobre las tasas de homicidios y suicidios, pero en forma diferente según cada clase social. En la ciudad de Chicago, se estableció que algunos barrios de la ciudad presentaban siempre una tasa de criminalidad mucho más alta que el resto de la urbe, siendo lo más curioso que las tasas permanecían altas a pesar de que había habido allí sucesivas generaciones de inmigrantes de nacionalidades distintas, y se ha explicado como el resultado de un conflicto cultural, es decir, individuos que provienen de una cultura extraña entran en conflicto con la sociedad a la cual pretenden ingresar, precisamente por ser distintos socialmente hablando y, a la vez, la sociedad a la cual pretenden ingresar los discrimina, no los reconoce como miembros legítimos del sistema y producto de ese conflicto son las altas tasas de criminalidad.
Partiendo de la idea de que la familia es un agente de socialización, o sea, un órgano que tiene como una de sus funciones incorporar a los individuos a la sociedad dentro de la cual la familia está ubicada, partiendo de esta idea, repito, se ha estudiado en Chile el papel que juega la familia como factor criminógeno cuando, como órgano reclutador, funciona mal de tal suerte que produce individuos que no se adecúan a su sociedad, ya sea porque les inculcó altas aspiraciones económicas sin proporcionarles los medios para satisfacerlas, ya sea porque no les proporcionó un clima familiar sano para que desarrollaran una personalidad normal, colocándolos entonces en una zona de peligro en la cual es fácil que se orienten por formas de comportamiento más satisfactorias pero delictivas.
Esto ha sido un repaso muy breve sobre algunos de los nombres y las ideas más importantes y representativas de la historia de la Criminología.
Inédito, 1972. Lección impartida en la Cátedra de Sociología Criminal, Facultad de Derecho, Universidad de Costa Rica, 1972
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