Francisco Flores: La dama que convirtió una cárcel en un museo para la niñez
En nombre de mis cuatro hijos que nacieron cuando en Costa Rica no había una penitenciaria central en San José, sino un museo de los niños, donde mi hija me pregunto si podía ser astronauta, o mi hijo me pidió que fuéramos todos los fines de semana, y donde cada padre, cada madre, cada abuelo, abuela, tía o tío cada hermano, cada hermana, cada primo, cada prima, cada amiga, cada amigo, puede convertirse en un niño de nuevo, que ansioso y presuroso recorre los pasillos de la creación humana, las artes y las letras, pero entender el sencillo, y simple significado del amor y la esperanza.
Francisco Javier Flores Zúñiga, Relaciones Internacionales.
Somos el único país del mundo que ha convertido un centro penitenciario en un museo de las y los niños. Una hazaña a la altura de aquellos que trocaron un cuartel en un museo para la juventud de Costa Rica. En ambas hazañas, se entreteje la cultura de los costarricenses y su amor a la vida civilizada. No tener ejército fue sencillo, consolidar la vocación civilista de los costarricenses llevo años, pero llegar a vivir sin cárceles, nos convertiría en uno de los pueblos más singulares del mundo. Un sueño que creo posible, si logramos entender plenamente el sentido de tener un equilibrio entre la justicia y la libertad.
En 1882, comenzó a regir la Constitución Política más longeva de nuestra vida republicana, la de 1871, que el acto constituyente de 1949 no varió en su esencia, sino que fue su base fundamental. En ella, se distinguió, fue confirmada y perpetuada la norma que dice que en Costa Rica: “la vida humana es inviolable”. De alcance superior, este esplendoroso mensaje de nuestro país al mundo, se concatena con la abolición del Ejército como institución permanente y de modo muy reciente con la creación de un museo de la niñez en el que fuera el más simbólico centro penitenciario nacional.
La dama austera, y virtuosa que lideró esta hazaña, fue una mujer costarricense, nacida en México, pero que adoptó la patria, en la que fundó una familia desde la cual nos dio, toda su sensibilidad, su amor y sacrificio. Ciertamente acontece que muchas de las mujeres que han forjado este país, tienen orígenes distintos y herencias espirituales que convergen desde adentro y desde afuera para construir un camino de solidaridad infinita que conduce con esperanza los sueños de un pueblo que atesora en su historia los fundamentos de un porvenir dichoso.
Gloria Bejarano de Calderón es la mujer, la dama y la lideresa de una obra que ha contribuido a la niñez costarricense, tanto como los maestros de escuela, y como los parques y los museos que hoy sirven a un pueblo para identificar su pasado, su presente y su destino. No fue fácil, no tuvo todo a su favor, no encontró todos los apoyos, ni todas las respuestas a su proyecto, convertir una cárcel en un museo para la niñez, no era una utopía, era sencillamente una tarea improbable en un contexto de necesidades apremiantes y problemas sociales sin solución duradera.
Como es usual, enfrentó adversidades, limitaciones, obstáculos de muy diversa naturaleza, pero el verbo posponer no era una palabra que suele conjugar en su vida, en ella todo ha sido presente y lucha permanente. Como toda mujer, en este país, planteó lo imposible, y alcanzó lo inimaginable. Como toda mujer fija su mirada en la patria que amaba y en los niños y niñas que forman parte de ella. Camino con firmeza, con prudencia, y enorme sabiduría, después de Guido Sáenz, no se conoce una persona que haya influenciado tan profundamente el saber hacer de la cultura institucional.
Ella ha presentado su libro ayer: “Si los muros de la Peni hablaran” con el auspicio de la Biblioteca Nacional y La Revista CR, desde el Museo de los niños en compañía fraterna de amigos todos. Escribir de lo que fue la “peni” y haber construido lo que podía ser, validan su paso por la administración pública, cargado de proyectos convertidos en hermosas realidades. Supo adaptarse, unir fuerzas, sumar esfuerzos, conjuntar opiniones, y mantener el punto en el que todos coincidían. Su trabajo se distinguió por la dulzura de su tono de voz y su animado espíritu de construir y edificar oportunidades en cada palabra, en cada gesto y en cada mirada de su alma.
Hay con ella, muchas glorias más que la rodearon, permanecieron a su lado y la acompañaron para poner fin a una pesadilla urbana y recrear un sueño para todos los niños y niñas de Costa Rica. Han estado a su lado, también aquellos que identificaron su valor, su coraje, su determinación y su empeño en llegar hasta el final, para ver cumplida y entregada una obra imperecedera, cuyo amor, bondad y verdad transformó el destino de un inmueble que se transformó en un instrumento de la alegría, la emoción y las risas de los más jóvenes de un país donde viven el trabajo y la paz.
Su correcta interpretación de la realidad, de cómo superar un mal con un bien, dejar atrás el pasado, y avanzar hacia el futuro, le permitió responder con sensible creatividad al soneto del poeta Andrés Eloy Blanco “Es el alba. Los niños despertarán. ¿Qué hicimos los hombres con la noche, tan bella como el sueño? Ayer apenas, el mundo/ nos puso entre las manos la suerte de su sombra; /para enseñarle cantos, / para cantarle lumbres, / para alumbrarles letras, / el mundo de los niños y los simples/ nos dio la sombra en paz de sus cabezas. / Y nosotros, los dueños de la luz y del grito, del lucero en la noche y el camino en la tierra, / ¿Qué hicimos con el alma del ser oscurecido? / ¿Qué luz y qué palabra, / qué pan, que tierra dimos/ a la noche inocente del niño sin estrellas?
Rindo mi homenaje a esa mujer costarricense que encarna doña Gloria Bejarano, digna, paciente, inteligente, valiente y amorosa madre, abuela y esposa para quien la vida no ha sido simple, pero ha sido lo mejor que ella pudiera haber imaginado. En la memoria de los pueblos, se esconde un tesoro de gratitud, que ni la incidía, o los celos o el egoísmo agotan, por el contrario, es un tesoro hecho con pedazos del corazón patrio, que, en las sonrisas, en las esperanzas y la niñez de un pueblo se mantienen gracias a una luz que viaja hacia el infinito.
La antigua, cárcel, hecha un museo, se ilumina con la mirada agradecida de Carmen Lyra, el afecto patrio de Joaquín García, el sacrificio de García Flamenco, los sueños de Buenaventura Corrales, las esperanzas de Omar Dengo, las luchas de Arturo Torres, Luisa González, y Emma Gamboa. Quienes, junto a Juan Ramón Jiménez, Antonie Saint-Exupéry, Gabriela Mistral, Benito Juárez y José Martí, cuyos versos se entrelazan con los de todos los hombres y mujeres de las ciencias, las artes y las humanidades que creyeron en un mundo mejor. Todo ser humano alguna vez fue un niño, pero hay un lugar donde siempre lo podremos recordar: El museo de los niños.
En nombre de mis cuatro hijos que nacieron cuando en Costa Rica no había una penitenciaría central en San José, sino un museo de los niños, donde mi hija me preguntó si podía ser astronauta, o mi hijo me pidió que fuéramos todos los fines de semana, y donde cada padre, cada madre, cada abuelo, abuela, tía o tío cada hermano, cada hermana, cada primo, cada prima, cada amiga, cada amigo, puede convertirse en un niño de nuevo, que ansioso y presuroso recorre los pasillos de la creación humana, las artes y las letras, pero entender el sencillo, y simple significado del amor y la esperanza. Muchas Gracias.
Con su hermoso legado, usted ha podido responder al poeta otras dos preguntas. “¿Qué paz, que amor, qué lámpara encendimos? / ¿Qué casa con qué voz que abra la puerta/ dejamos en la mano que nos tendió el camino? En un país, pequeño de América Central, existe un museo de los niños que es capaz de abrir la imaginación y la creatividad de la niñez de un pueblo, más allá de lo posible, porque todo lo que en él encuentra, es suficiente para continuar amando a Costa Rica.
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