Francisco Flores: Nuestra herencia y nuestro destino nacional de cara al 2022

El país necesita salir de las trincheras en las que hemos estado peleando una guerra cultural imposible de ganar, porque como toda guerra destruye nuestra convivencia, y al final solo beneficia a aquellos que la usan para expandir el odio que arrebata nuestra grandeza espiritual.

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Francisco Javier Flores Zúñiga, Relaciones Internacionales.

El ejercicio del liderazgo fundacional de un Maestro de Escuela, don Juan Mora Fernández, quien fue nuestro primer Jefe de Estado en la recién emancipada provincia de Costa Rica, se combina de modo armonioso con la decisión del joven Doctor Castro Madriz de inaugurar nuestra trayectoria republicana, a partir de la libertad de expresión como principio irreversible de nuestra convivencia.

En el entretiempo de estos acontecimientos, los costarricenses superaron el miedo a vivir su propio destino y asumieron con coraje la concordia como elemento distintivo del pacto fundamental que fue capaz de superar las divisiones ideológicas sobre la mejor forma de crear una nación.  Se consolida de este modo el proceso de ascenso de una clase política y social que, junto a la iglesia, conforman el origen de la clase dirigente que lejos de ser perfecta, es capaz de avanzar, de seguir adelante, de mirar por encima de lo que la separa.

En este espacio de tiempo, se inicia el gobierno de nuestro héroe Nacional don Juan Rafael Mora Porras, cuyo liderazgo y fortaleza espiritual son determinantes para hacerle frente al expansionismo norteamericano en Centroamérica, y promover la segunda y definitiva independencia de Costa Rica, convirtiendo la República en una realidad.  De su heroísmo y martirio surgen a pesar de su cruel asesinato, los cimientos de un país moderno que en sus primeros cincuenta años consolida su porvenir.

La sucesión de errores y fracasos institucionales derivados de las tensiones entre la oligarquía cafetalera y los militares, no impiden el surgimiento de una generación de dirigentes cuyas ideas liberales confirman el progreso social y humano que de modo irrefrenable instaura los principios de  la educación primaria obligatoria, gratuita y costeada por el Estado, la abolición de la pena de muerte, la separación entre la iglesia y el Estado, estimula  el surgimiento de luchas sociales y la adhesión a la concepción democrática de gobierno.

Del liberalismo y los movimientos de principios del siglo veinte, surgen las bases del Estado social que heredamos los costarricenses en los años cuarenta, expresados en la reforma social del Dr. Calderón Guardia, Monseñor Sanabria y don Manuel Mora Valverde, donde el seguro social, el código de trabajo y el derecho a la huelga, junto a la limpieza del sufragio electoral, las nuevas instituciones democráticas y el ascenso de nuevas generaciones  lideradas por don José Figueres Ferrer son elementos capaces de reparar la ruptura producida por la guerra civil.  El resentimiento y la división heredadas, solo fueron superadas tras veinte años de transformaciones sociales y económicas producidas por la efectiva alternancia en el ejercicio de gobierno, que dio nacimiento a una clase media educada que influye de modo determinante en nuestro destino nacional.

La pequeña Costa Rica, a la que alude don Pepe en el acto de abolición del ejército nacional, la potencia moral que nos recordaba don Luis Alberto al proclamar la neutralidad activa y desmilitarizada en un país hundido en la más profunda crisis económica, son parte de los valores de la nacionalidad costarricense.  Origen también del liderazgo que ejerció don Oscar para pacificar una región atormentada por la guerra, que le valió el máximo reconocimiento internacional, y que tuvo como inspiración la visión de don Daniel sobre la necesidad de costa enriquecer a Centroamérica.  Todos estos hechos expresan, una evolución temprana que recoge la voluntad de Costa Rica de declararle la paz al mundo.

De don Otilio Ulate, recordaremos la capacidad de retomar el rumbo democrático.  De don Mario Echandi, celebramos el perdón y olvido;  de don Chico Orlich,  el gobierno que escucha y trabaja en silencio; del Profesor José Joaquín Trejos, el equilibrio hacendario y la correcta administración; del tercer gobierno de don José Figueres, la consolidación del Estado del Bienestar; del gobierno de don Daniel, su aspiración de crear un país de propietarios y no de proletarios;  de don Rodrigo Carazo el liderazgo en tiempo y marcha, de don Luis Alberto su promesa cumplida de salvar la paz y la democracia de Costa Rica;  de don Rafael Ángel, el arte del buen gobierno; de don José María, su visión de futuro indiscutible en materia educativa y medio ambiente; de don Miguel Ángel los derechos del trabajador; de don Abel Pacheco, el abrazo y la mesura como gobernante.  Del segundo gobierno de don Oscar Arias, la integración de Costa Rica al comercio mundial; del gobierno de doña Laura, su designación como primera mujer presidenta y sus esfuerzos por la consolidación y el equilibrio fiscal.  De don Luis Guillermo, sus dificultades para gobernar y de don Carlos Alvarado, las decisiones que creyó fueron las mejores para el país.

No menos importantes, lo fueron las aportaciones del conjunto de la sociedad civil costarricense de distinta denominación ideológica que guiados por las naturales tensiones heredadas entre conservadores y liberales, han contribuido al país con avances importantes en las relaciones internacionales que nos conectaron por medio de las comunicaciones y el comercio con el mundo. O las ocurridas en materia laboral, derechos de tercera generación que afirmaron nuestras aspiraciones de igualdad, y respeto a nuestra diversidad sexual, étnica y cultural.  Estos se suman a los avances en materia de inclusión, derechos políticos y sociales a los cuales el país debía dar respuesta conformando un nuevo capítulo para el desarrollo de la libertad individual.

Los logros en materia de protección ambiental y las exitosas políticas públicas que amplían y protegen nuestra diversidad biológica, no dejan de desafiarnos en el cumplimiento de otras metas elusivas como las restricciones en uso de los hidrocarburos, el aumento de la energía proveniente de fuentes limpias, la adaptación al cambio climático y el manejo de los desechos sólidos. Junto a todos ellos, otros avances en la ciencia y la tecnología, imponen nuevos desafíos y adaptaciones en materia de trabajo y educación. Ciertamente estas dos columnas de nuestro desarrollo muestran un deterioro desmesurado y una extrema necesidad de retomar las tareas que nos permitan superar la mayor crisis de nuestra historia en materia educativa y laboral.

La historia de Costa Rica, confirma que no somos fruto del azar, sino de la voluntad de un pueblo de superarse a sí mismo.  Somos el mismo pueblo que es capaz de superar errores, de asumir fracasos, de enmendar su destino en cada oportunidad que tiene de reconsiderar el transito que lo conduce por el camino del futuro.  No estamos exentos de ser un país donde muchas de sus decisiones tanto políticas, como económicas tengan serias consecuencias sobre la justicia social o la libertad económica.  Sin embargo, vale la pena recordar que los gobiernos son fruto de la voluntad popular, no de la imposición de grupos específicos por más intereses que se establezcan, para apoyar una determinada formula de representación popular.

Lo cierto es que nuestro régimen republicano necesita cambios profundos, como transformaciones en materia de igualdad y de oportunidades, pero, sobre todo requiere de la variable de la participación ciudadana, como condición ineludible para abrir el Estado, y sus instituciones en materia de acceso a la información, transparencia y rendición de cuentas. Lo que hace que el país viva es una emergencia democrática.  Es decir, una urgencia para que el liderazgo de un gobierno entienda que no puede administrar, gestionar o resolver los asuntos de todos sin la participación de todos.  Si producir riqueza es una labor de todos, redistribuir con justicia lo es más todavía.  Los retos de construir nuevos acuerdos nacionales en la política, la economía y la sociedad ya no pueden postergarse más. Llegó la hora de construir un gran acuerdo nacional, antes de que la presión social obligue a convocar a una constituyente, para el país que vamos a heredar, y no tanto disfrutar.

Estamos al final de los gobiernos guiados por los intereses de élite o de grupo económico, estamos muy lejos de la idea de un gobierno con el poder para imponer una visión hegemónica o sectaria que someta con violencia la protesta social, o que pretenda manipular con la ciencia de datos nuestra realidad.  El escenario que hoy vive Costa Rica, es la cesación del miedo, la superación de la falta de compromiso cívico, estamos llegando al fin del individualismo egoísta de sálvese quien pueda, es inminente la derrota final de aquellos que nos dividen por nuestras diferencias y promueven el odio sin sentido.  Estamos en el umbral de aquella hermosa canción “Nosotros venceremos” un canto icónico de Joan Báez que nos recuerda que juntos podemos ponerle fin a toda forma de control y de opresión humana.

Dejemos a un lado la soberbia de quienes, siendo jóvenes, creen que sus mayores son un estorbo sencillo de superar, dejemos a un lado la vanidad de las élites intelectuales que creen que el ser progresista es una condición que los pone por encima de otras formas de pensar. Dejemos de lado la arrogancia de quienes creen que el dinero y el poder les da más autoridad para fijar un rumbo país en detrimento de aquellos que viven oprimidos por la pobreza y la falta de oportunidades.  Despojémonos del prejuicio, del estigma social, de la discriminación entre seres humanos con iguales derechos, iguales oportunidades y sueños compartidos.  Superemos nuestra incapacidad de escuchar, aprendamos a trabajar juntos, definamos con nuestras capacidades y talentos formas de cooperación donde se destierre el ego, y no habite entre nosotros la rivalidad y la discriminación que nos separa.

Lo que pide nuestra juventud, no es más ideología, sino más solidaridad, no más etiquetas generacionales, sino más sacrificio, menos concentración de privilegios, más respeto a la ley, igualdad para todos, opciones reales para vivir una vida en un ambiente seguro y sostenible.  Esperanza como bandera, y amor en cada uno de nuestros actos tanto públicos como privados.  El país necesita salir de las trincheras en las que hemos estado peleando una guerra cultural imposible de ganar, porque como toda guerra destruye nuestra convivencia, y al final solo beneficia a aquellos que la usan para expandir el odio que arrebata nuestra grandeza espiritual.

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