Francisco Javier Flores Zúñiga, Relaciones Internacionales.
Llega a puerto un proceso electoral que, durante cuatro años, quizá un poco más, estuvimos esperando como si se tratara de un barco cargado de esperanzas. Sin embargo, el arribo a esta nueva etapa de nuestra historia nacional, nos ha traído más incertidumbres que certezas, de lo cual hemos comprendido, estamos en un tránsito entre la Costa Rica que se fue y la que llegara.
El país, ya no se apresta a elegir entre los confusos términos de una polaridad, o de una guerra cultural que la anime, sino que, superada la variedad de opciones, y consecuentemente de rutas hacia el porvenir, se encamina a una sola opción, la que ofrece el Partido Liberación Nacional. De veinticinco bien intencionados costarricenses, excluyo a uno, a quien el oportunismo que lo anima y las disculpas que no ofrecido a nuestras mujeres, demuestran que más que un problema cultural, su complicación moral carece de solución de continuidad.
Estoy conforme con la entrega y el coraje de los veinticuatro costarricenses que recibieron un voto de todas partes y de todas las edades de un pequeño país, donde la democracia es consustancial a su existencia. Ciertamente los costarricenses son demócratas que se forjaron al calor de los sacrificios y la voluntad de muchas generaciones que experimentaron todo lo que se opone a la democracia. La cual durante los últimos cien años se ha perfeccionado tanto que se ha hecho inmune a los errores y fracasos de quienes han intentado equilibrar la justicia y la libertad, pero que nunca se han apartado de la solidaridad.
Dentro de un gran espectro de opciones que compitieron, hubo aquellas que son herederas de la corriente liberal, que apuntaló el modelo de sociedad que concedió gradualmente las libertades públicas que nos enorgullecen, y frente a ella está la social cristiana que ilumino el camino de la justicia, al unirse al comunismo costarricense bajo los principios de la doctrina social de la iglesia. Y lo estuvieron también en esta campaña el socialismo democrático, que se nacionalizo costarricense, como lo hizo también el comunismo nacional. Todas en su conjunto son formas de nuestro pensamiento político que se adaptaron a nuestra realidad, porque experimentaron la fórmula de don Ricardo para poder desarrollarse: se cocinaron en nuestro propio fogón, con nuestra propia leña y fueron aderezadas con nuestra propia salsa.
No debe sorprendernos el deseo de cada candidato de recoger y expresar las aspiraciones del pueblo, que es de donde emana la voluntad democrática, para elegir a sus representantes. Sin embargo, no deja de sorprender la evolución de la cultura democrática de la sociedad costarricense, que esta vez decidió bajo reserva y discreción su voluntad soberana. Ninguna encuesta pudo identificar un eventual ganador en primera ronda, esta vez la ciudadanía se ha guardado como un tesoro escondido su decisión electoral para la segunda ronda.
No existe forma de saber y no la habrá hasta el término de la segunda ronda, cuál será la voluntad ciudadana. Esta tendrá dos meses para volverse a expresar en las urnas de manera categórica y contundente. Y la razón es muy sencilla, estamos en un periodo de transición entre la política de las aspiraciones y la política de las realidades. La ciudadanía llegará a la próxima cita en plena madurez democrática, mucho más decidida y mejor informada. Pero ante todo tendrá claro cuál es el porvenir que quiere. El voto no está orientado a la inexperiencia, ni a un partido diletante, no se concentrará en las habilidades oratorias, ni en la retórica conocida, mucho menos será una confrontación de edades en competencia. Sera un voto orientado a la racionalidad ultima de lo que es bueno para Costa Rica, en consecuencia, menos orientado al egoísmo, la vanidad, la soberbia emocional que promueve el candidato que pasó con los pelos en el alambre a la segunda ronda.
La ciudadanía, no está concentrada en votar por el pasado, está completamente desligada de eso, considera que, si bien todo tiempo pasado fue mejor, tampoco es cierto que las realidades que hoy enfrenta, deben esperar a resolverse en el futuro. Quiere un gobierno para el presente, un programa de trabajo para enfrentar el aquí y el ahora. Si bien pide respuestas para lo que le molesta, le incomoda, le produce indignación, le frustra y lo desengaña, las mayorías no están ocupando la sala de la justicia, sino el espacio democrático que el voto le concede en la elección de un gobernante que este a la altura de las circunstancias.
El pueblo está seguro de las debilidades humanas, y no está pidiendo un gobierno de ángeles. Está eligiendo un gobierno de mujeres y hombres, jóvenes y viejos, de todas las corrientes, de todos los estratos sociales, que son falibles, pero no incapaces de ponerse de acuerdo para entender que se gobierna para adelante, y no para atrás de la historia. No quiere que lo representen, quiere ser parte del acto de gobernar. No está en condiciones de esperar soluciones, quiere ser parte de ellas, no quiere que le ignoren, y en esto el gobierno que se elija se juega toda su estabilidad.
Esta elección por el contexto abrumador de una pandemia, y en particular por la gestión del gobierno saliente, se presenta de un modo diferente a las anteriores. De hecho, es posible que la desesperanza se exprese en la abstención, pero también la esperanza tiene oportunidades, y dentro de la única opción que queda disponible se encuentra la del Ingeniero José María Figueres Olsen. Acaba de terminar una elección donde su mayor fortaleza es su fracción parlamentaria, la cual tiene el número y la capacidad para negociar y ampliar su propuesta de gobierno. Además, posee el talento para reunir apoyos indispensables y tender los puentes para poder incorporar la mayoría de proyectos cívicos que han competido en la primera ronda. Suma también su curva de aprendizaje sobre el arte de gobernar y su resiliencia política para convocar a Costa Rica a una nueva forma de pensar y actuar en favor de las mayorías, sin discriminar a ninguna minoría.
Forman parte las aspiraciones de nuestro pueblo acabar con la corrupción. La corrupción es un problema nacional, no es exclusivo del sistema político. Su erradicación comienza en la mente y el corazón ciudadanos. Requiere de un proyecto ético en que toda la ciudadanía se comprometa, no se reduce a un gobierno o una persona. Los oportunistas y polarizadores de nuevo cuño, manipuladores de la ética y mercaderes de la política están de vuelta, ayer confirmamos que muerto el perro no se fue con él la rabia.
Tenemos además un problema económico nacional que resolver, pero para ello Costa Rica no necesita un ex burócrata del banco mundial, sino un equipo económico que tenga las virtudes y la humildad heredadas por un Carlos Manuel Castillo, o un Francisco de Paula Gutiérrez que legaron la sensibilidad de su experiencia a las escuelas de Economía de Costa Rica. En nuestros propios economistas tenemos que apoyar la solución al problema de que las oportunidades en este país no sean iguales para todos y que el sacrificio no haya sido parejo en materia económica. El que a unos pocos le haya ido mejor y a la mayoría pese a sus esfuerzos nada bien, es el dilema que tenemos que resolver.
Como en todos los gobiernos anteriores los poderes e influencias corporativas, han ejercido el rol de “captura del Estado”, lo que hizo que sus políticas fueran influenciadas por las elites económicas. Las llamadas “zonas grises” donde el que tiene el poder económico obtiene las ventajas, obliga al gobierno electo por el pueblo a responder solo a los grupos de interés, transitando entre lo legal, lo dudoso y lo ilegal. Esto ciertamente convirtió el ejercicio del poder en una oportunidad para concentrar privilegios y desencadenar la desigualdad que nos agobia.
¿Cómo entonces, puede un pueblo creer que el voto del próximo 3 de abril pondrá termino a estas condiciones? ¿cómo pensar que la elección de un gobierno les ofrece a las mayorías un cambio social sustentado en la justicia? ¿Cómo esperar que no venga a hacerle nuevas concesiones a los ganadores del proceso de acumulación del capital? ¿Cómo podrá avanzar en materia de cambio social, si no recupera el control, interpreta, e intuye las exigencias de los sectores en pugna? ¿Permitirá nuevos espacios para las fuerzas sociales, creando los mecanismos para resolver los grandes conflictos y tensiones, dirigiendo la sociedad hacia un nuevo desarrollo democrático?
En medio de la oscuridad que todas estas dudas producen. ¿Sera posible un programa que convierta las aspiraciones sociales, en planes y proyectos que respondan a las nuevas realidades de nuestro pueblo? Mientras tanto en cada hogar y en el corazón de cada costarricense hay un “culito de candela” que ilumina su esperanza, su camino, su trabajo, su esfuerzo y su sacrificio cotidiano. Ese “culito de candela” es hoy, el voto que volverá a depositar lleno de ilusión, y cargado de esperanza un pueblo que ha decidido confiar en la democracia, es decir la comunidad ciudadana donde se realiza el principio de igualdad, decidiendo en libertad retomar por fin, la ruta de la justicia y la solidaridad que ha distinguido a Costa Rica.
El gobierno que empezará en esta nueva etapa de la historia nacional, será de transición, no hay espacio para continuar las experiencias superadas o repetir los dramas acontecidos. Lo que viene es un renacer de grandes movimientos sociales, tanto económicos, como intelectuales que no están dispuestos a ceder nada el plano de la justicia, nada en el plano de la libertad.
Su día comienza hoy y su historia empieza a escribirse en un contexto de enorme complejidad, pero también de grandes oportunidades. Los liderazgos nacionales que no se adapten a las corrientes de la juventud, y de la madurez cívica de un pueblo que no está dispuesto a retroceder, serán sustituidos por los nuevos, robustos y solidos propósitos de ahora.
Lo que viene para Costa Rica, no podemos observarlo en los acontecimientos de corto plazo, sino en el mediano y largo plazos. Estamos encarando la distancia entre las aspiraciones de ayer y las realidades de mañana. Las ideas y los liderazgos que sobrevendrán tienen la característica de institucionalizarse, porque su propósito será alejarnos del pasado, y acercarnos a un nuevo horizonte por conquistar. La diferencia entre los liderazgos de ayer, y los nuevos, está en el reconocimiento pleno de sus limitaciones, de su ausencia de mesianismo, y su incapacidad para mentir, y su fortaleza para reconocer la diferencia.
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