Francisco Javier Flores Zúñiga, Relaciones Internacionales.
De la mañana del 1 de diciembre de 1948, se cuenta con una fotografía, donde el Presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República, de un mazazo derribaba una de las almenas de los muros de un Cuartel Militar, y con el mismo golpe edificaba un museo para las escuelas de Costa Rica, hoy día la democracia más antigua en América Latina. Sobre los restos humeantes de un conflicto armado que ahondo la división entre los costarricenses durante mucho tiempo, el líder vencedor edificaba la República civilista y derribaba la vieja republica apoyada en el desgastado estamento militar decimonónico.
Era un acto que sorprendía a propios y extraños, con él, don José Figueres Ferrer, el General Victorioso, entregaba el edificio que ocupaba el Cuartel Bellavista, a las escuelas de Costa Rica, y devolvía con ello todo su significado original un inmueble que fue propiedad del Maestro Mauro Fernández, primer reformador de la educación pública en Costa Rica.
De este evento, dieron cuenta los periódicos locales, cuyas crónicas miraron con recelo el gesto de Figueres Ferrer y no menos sorprendidos estuvieron los gobiernos de la región, donde el poder de las armas permitía perpetuar ideologías extrañas y ajenas a la realidad de sus pueblos.
Lo irreversible del suceso, lo confirman las palabras de Figueres Ferrer: “Los hombres que ensangrentamos recientemente el país comprendemos la gravedad que pueden asumir estas heridas en la América Latina y la urgencia de que dejen de sangrar”. Don Pepe, encontró en la abolición del Ejercito de Costa Rica, el camino cierto para construir una democracia sólida y permanente, pero también definió con certeza el destino de un pueblo urgido de un gesto profundo, valiente y civilizado que le diera sentido a sus palabras: “Las armas dan la victoria, solo las leyes dan la libertad”.
Como pocos, Figueres Ferrer, un costarricense nacido en San Ramón de Alajuela, educado en un hogar de estrictos códigos cristianos, y ascendiente de inmigrantes españoles, entendió la historia que lo precedía y se apoyó en ella para marcar un nuevo rumbo a la centenaria Republica, cuyo destino democrático se jugaba tras un breve conflicto armado cuyo número de muertos para su extensión, eran demasiados.
Acostumbrado a la lectura de los filósofos ilustrados, al trabajo agrícola en las montañas del sur de San José y apoyado en su genio intuitivo, para producir cabuya, café y energía eléctrica en su Finca denominada inequívocamente “La lucha sin fin” José Figueres Ferrer, fue catalogado por el escritor y maestro herediano Luis Dobles Segreda, como: “algo extraño y único en esta América de próceres y pensadores que él añora.”
Sin Ejercito, Costa Rica, ya casi estaba en 1948; sin golpes militares, ha estado desde hace 71 años, si solo eso justificará el acto de la abolición del Ejercito Nacional de Costa Rica, estaríamos satisfechos, pero no; porque este hecho histórico significa más, en especial luego de su incorporación al texto constitucional hace 72 años, dado que desde entonces el país fue otro, y los costarricenses también.
Las interrogantes que sobre la Costa Rica de aquel momento y durante los primeros diez años, se plantearon los costarricenses, no fueron fáciles de responder, y mucho menos resolver. ¿Cómo aplacar el odio tras una guerra, como reducir los amagos de la violencia armada, como reconstruir la convivencia social, como vivir sin recelos, sin venganzas políticas, como encarar invasiones al territorio, como contener las pasiones desbordadas, como desarmar a ambos bandos de un conflicto, no solo en sus argumentos políticos, sino ideológicos extremos, como superar la división entre ricos y pobres, como aprender a respetarse unos a otros, como canalizar la reconstrucción nacional, como volver a unir una sociedad y asegurar su cohesión social?
Si solo a la mitad de estos desafíos pudo responder el gesto insólito de golpear los muros del Cuartel Bellavista, convertido en Museo Nacional, entonces la abolición del Ejercito como institución permanente, fue determinante, he incidió sobre la vida de un pueblo que encontró en la educación, la salud y la justicia del mayor número, las razones que explicaron porque llegó a ser la única democracia desmilitarizada del mundo.
Puede que uno coincida o no, con las narrativas históricas de un bando u otro, de un historiador aquí, y otro allá, de un arrebato apasionado de uno y otro actor de ese momento, de una herida no cerrada, de una fortuna no recuperada, de un juicio político no bien conducido, de una muerte no esclarecida, de un dolor no superado; todo ello es posible, en especial una sociedad donde todo el mundo se conoce. Incluso cabe preguntar: ¿Cómo se hace para alcanzar el justo medio de la noche a la mañana? porque se requiere mucho tiempo para el olvido, y más para el perdón, por más profundos que sean los credos cristianos. Pero si la abolición hizo solo la mitad de la tarea, bienvenida sea la certeza de que, para la seguridad pública, bien basta una buena policía.
Se discute mucho sobre la soberanía, se afirman ideas que no son viables, para un país neutral y pacifico como lo ha sido siempre Costa Rica, cuyos actos se apoyan en las fuentes del Derecho y la justicia internacionales, que siempre han sido una sólida garantía para su seguridad, aunque exista una estricta excepción para la defensa nacional, dado que: “Sólo por convenio continental o para la defensa nacional podrán organizarse fuerzas militares; unas y otras estarán siempre subordinadas al poder civil; no podrán deliberar, ni hacer manifestaciones o declaraciones en forma individual o colectiva.”
La abolición del Ejercito, se logra justipreciar con el advenimiento de un sistema político donde la defensa territorial, está garantizada, junto al ejercicio pleno de su soberanía política, como parte de la política internacional que promueve el desarrollo y la consolidación de una democracia, cuyo respeto al Derecho Internacional se engarza de manera original con el derecho a la paz y la neutralidad. Todos estos principios han tenido su mejor evolución dentro de la historia nacional, ya que, desde la Independencia, y en especial desde la fundación de la Segunda República, Costa Rica ha dado su contribución inequívoca a la lucha por la libertad, la dignidad humana, los derechos humanos y la independencia económica. Por eso uno y otro principio están interrelacionados: la supresión de uno atenta de un modo contundente contra el otro.
Si hoy celebramos la vigencia de un sistema institucional democrático capaz de asegurar la convivencia y ofrecer oportunidades para la alternancia en el ejercicio del poder, si hoy seguimos acudiendo al dialogo como instrumento para reducir las tensiones y encontramos en el sistema electoral la válvula de escape de las presiones de un gobierno de turno, es porque la abolición del ejercito configuro el modo en que los costarricenses pueden resolver sus controversias y canalizar sus diferencias. Somos una democracia sólida, porque no existe el recurso de la fuerza para imponer voluntades, eliminar la oposición, suprimir las libertades, e imponer una sola visión del destino nacional.
Sin ejército, disponemos de más recursos para la salud y la educación, más recursos para alcanzar niveles de bienestar y reducir las inequidades económicas que dividen y promueven la desigualdad. Sin ejército nos parecemos más a lo que somos, a lo que queremos ser y lo que seguiremos siendo los costarricenses, porque la identidad nacional que se ha podido modelar desde la segunda mitad del siglo veinte, está vinculada a la abolición del Ejercito como institución permanente.
Don José Figueres Ferrer, fue a la guerra, y como todos los que participaron en ella, mancho sus manos de sangre, pero como pocos, entendió el dolor de los hermanos enfrentados por las pasiones violentas, y como ninguno supo interpretar la magnitud del uso de la fuerza, y su poder destructor. Gano una sola guerra, pero triunfo en todas las batallas por la paz, a la cual contribuyo todos los días de su vida, con sus actos, que hoy se pueden juzgar en diferentes grados y formas. Se le recuerda por su capacidad para enmendar errores, regular pasiones, y contener los desbordes. Siempre tuvo la congruencia de adaptar su pensamiento a cada época y contexto, a no dejarse llevar por otro espíritu que no fuera el ser magnánimo tanto en la victoria como en el fracaso.
Amo a Costa Rica con todo su corazón, hasta sus adversarios pudieron perdonarle muchos de sus actos, la abolición del Ejército, fue el origen de muchos otros gestos que distinguieron su paso por la vida pública, donde su personalidad magnética, y el valor que tuvo para enfrentar amigos y enemigos, combatir con ideas, tomar decisiones, aceptar rectificaciones y emprender nuevas luchas, marcaron el destino de un país, del que siempre tuvo la virtud de interpretar con acierto.
Con admiración y respeto se refería al alma campesina, fuente de la nacionalidad costarricense, de la cual decía, “El campesino costarricense, es el interpreté sin diccionario, entre el cielo y la tierra, entre misterio y misterio.” De esa fuente se nutrió su espíritu filosófico y humanista que le permitió aspirar siempre a heredar una patria sin miseria, que hoy sería solo una quimera, si un primero de diciembre no hubiese osado derribar el muro del cuartel y construir la gran escuela en la que usted y yo querido lector, crecimos y nos convertimos en ciudadanos y no en soldados. ¡Por todo esto don Pepe; ¡¡ que Dios se lo pague!! Tal y como usted solía repetir.
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