Francisco Flores: Violencia, maldita violencia…

Precisamente las palabras crean un clima que prepara la guerra, como es el caso de la emprendida por un autócrata que ésta liderando una agresión contra un pueblo del que la historia dice que es su hermano.

Francisco Javier Flores Zúñiga, Relaciones Internacionales.

Oigo un llanto que atraviesa el espacio para llegar a Dios. / es el llanto de las niñas que sufren, que lloran de dolor, / es el llanto de las mujeres que tiemblan con desesperación, /es el llanto, es el llanto de Dios, / Violencia, maldita violencia, porque te empeñas en teñir de sangre la tierra de Dios, / porque no dejas que en el campo nazca nueva floración, / violencia, porque no permites que reine la paz, /que reine el amor, / violencia, porque no permites que reine la paz.

Esta canción original de José Barrios, [1]músico y compositor colombiano que dio vida a esta cumbia que ahora recreo en mi memoria, y que en los años setenta el conjunto nacional Los Hicsos interpreto en la voz inconfundible de Gerardo, me inspira para compartir con mis lectores el profundo dolor que experimenta la humanidad.

Una larga guerra en Libia, influenciada por el creciente empoderamiento de la autocracia en el medio oriente, en Europa y en Asia, una vergonzosa ampliación del poder de las dictaduras en América Latina que ahora son de izquierda, una pandemia que se ha llevado millones de vidas, y un movimiento de migrantes  del sur al norte, como solo se recuerda durante la segunda guerra mundial, son los síntomas inequívocos de la violencia que experimenta la civilización humana en el primer tercio del tercer milenio.

A esto se suman los acontecimientos en Ucrania, donde el fracaso de la diplomacia moderna, abre el camino para que un déspota opresor, arroje de manera desproporcionada la fuerza militar de una nación poderosa contra un país vecino, que ha invadido, pero con el que comparte una historia y una cultura ancestrales.  En su propósito de reconstruir el viejo Imperio Ruso o la antigua Unión Soviética, no hay certeza todavía, el tirano que transitoriamente ocupa el cargo de Presidente de la Federación Rusa, recurre a la violencia, con similares argumentos a los utilizados por los europeos durante la colonización de Asia y África, o los Estados Unidos en América Latina y más tarde ambas potencias durante la guerra fría para intervenir en Corea, Vietnam, Irak y Afganistán.

La violencia como resultante de un acto humano, e intrínseco a su naturaleza, ha sido objeto de debate sociológico, pero también de contención jurídica en virtud de los avances de la humanidad que la condena y busca por innumerables medios evitarla, regularla y extinguirla si se pudiera.  La guerra es entonces consecuencia de la violencia que promueven aquellos que renuncian a toda forma de racionalidad humana.  Si para Maquiavelo el fin (político por definición) justifica los medios a ser empleados en sentido amplio, para Clausewitz la guerra (en tanto medio) es la continuación de la política (fin) a través del recurso de la violencia legal. Esto encuentra sentido en términos de lo que se denomina realpolitik, y se refleja en la concepción del poder político como rector de las estructuras militares, y que monopoliza la violencia legal a través del Estado mediante el recurso a la guerra (ad bellum).

No quiero desarrollar una exégesis conceptual sobre la guerra, no es el objeto de este artículo, sino concentrarme en el reconocimiento de que la confrontación entre seres humanos, por medio de las armas de toda índole, es un camino equivocado, y un sendero sinuoso que está probado nunca nos permitirá encontrar la paz, la seguridad, ni la justicia. Esto nos dice la historia y esto nos seguirá diciendo la razón.  No hay conquista duradera en el uso de la fuerza, porque como escribió don Pepe: las armas dan la victoria, pero solo las leyes garantizan la libertad.

En plena campaña electoral, los costarricenses, abrumados por ocho años de inexperiencia en el ejercicio de la conducción de los asuntos del Estado, contagiados en su mayoría por la desesperación de ver pérdidas humanas y materiales por todos lados, originadas por el mal gobierno y agudizadas por la pandemia, se ven tentados por el uso de la violencia física y verbal a canalizar su frustración, enojo y resentimiento. Hay ciertamente un problema de salud mental en nuestra sociedad, agudizado por factores internos, pero azuzado por factores externos en virtud de que nuestra existencia se desarrolla en un contexto histórico donde la comunicación y la información son instrumentos para animar, o para confrontar, para avanzar o para retroceder, según la carga de violencia o de virtud que contengan sus mensajes.

El ejemplo más reciente de esa violencia que experimenta el país, es la encuesta del CIEP a tan solo 1000 personas a las que llamo por teléfono para consultarles de manera simple su intención de voto, lo manifiesto de este hecho, es el resultado de sus preferencias, pero lo latente, es decir lo que esconde es el resultado es una carga de violencia inusitada contra el sistema y en especial contra las mujeres. El nivel de violencia que la indiferencia produce, o el conocido (q’importa mi) no es un asunto que podamos soslayar, es decir el odio se ha normalizado en Costa Rica. Insultar, agredir, maltratar a nuestro prójimo es una conducta no censurada, es decir no hay castigo social contra el agresor verbal o el emisor del mensaje de odio.

Un ejemplo triste, lo ofrece la conversación telefónica grabada entre un periodista y un inversionista en bonos de la deuda política, cuya violencia extrema, solo puede significar el grado de poder económico y político que han acumulado algunos costarricenses, para quienes lo que el país necesita es un “tsunami” que destruya el sistema. Lo peligroso es que, por querer botar el agua de la tina, se arroje también al niño.  Se requiere contener esta violencia porque se sabe cómo empieza, pero nunca como termina. Adicionalmente esa violencia se expresa en la denuncia de un presunto chorreo de votos, que según la experimentada periodista que lo denuncia, no tiene efectos sobre la credibilidad del sistema electoral.   Vemos aquí tres tipos de violencia, uno contra la prensa de investigación, otro contra el sistema democrático, y la más extrema contra la pureza del sufragio. Como la violencia no tiene límites, ni la imaginación tampoco, una segunda ronda planteada como una oportunidad para meditar y juzgar con claridad lo que conviene a Costa Rica, se ha convertido en espacio para expresar una violencia de palabra, que puede terminar en violencia física y devolvernos muy atrás de nuestra historia.

Precisamente las palabras crean un clima que prepara la guerra, como es el caso de la emprendida por un autócrata que ésta liderando una agresión contra un pueblo del que la historia dice que es su hermano.  Los excesos no pueden ser tratados con indiferencia, como tampoco la violencia que enciende las alarmas de cara a una elección donde lo que está en juego no es elegir un Presidente, sino un costarricense, cuyo dominio de la historia no sea selectivo, sino integral.  Cuya compasión, por el sufrimiento de las víctimas de la violencia sea constatable. Cuya generosidad para reconocer el valor de la democracia por encima de sus aspiraciones sea comprobable. Cuya virtud sea unir, sumar y ganar el porvenir para todos y todas las costarricenses, y no para satisfacer vanidades que nuestro pueblo difícilmente abriga.

El camino de la violencia, como el de la guerra, como medio para alcanzar el poder, puede dar ventajas políticas importantes, pero no suele dar victorias permanentes. En algún momento la resistencia moral y espiritual de un pueblo, como sucederá en Ucrania, y en este país, demostrarán que el sentido de permanencia y continuidad del proyecto histórico que llamamos Costa Rica, es tan fuerte, como su voluntad de reconstruir la confianza, la voluntad y la unidad nacional.  Esta es única vía que conocen los costarricenses para alcanzar la justicia y la paz que tanto anhelan.


[1] José Benito Barros Palomino (El Banco, Magdalena, 21 de marzo de 1915-Santa Marta, 12 de mayo de 2007) fue un músico y compositor colombiano

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