Gloria Bejarano: Día de los Muertos
La celebración del Día de Muertos encierra pues muchos simbolismos que los mexicanos atesoramos como parte de nuestras tradiciones, una hermosa forma de transmitir a nuestros descendientes la memoria de nuestros ancestros y los valores de nuestra familia.
Gloria Bejarano Almada.
Cada vez se divulga más la tradición mexicana del Día de Muertos, algunos la confunden con el Halloween y otros les parece una costumbre un tanto macabra. La película “ Coco”, que se estrenó el año pasado, hace una excelente aproximación sobre el significado que tiene, para los mexicanos, el levantar un altar, en el que se funden tradiciones y costumbres de distintas épocas y culturas.
Muchos creen que su origen es exclusivamente indígena ignorando el componente español y en general europeo que tiene la celebración. Como muchas tradiciones en México esta fiesta es el producto del sincretismo entre dos mundos.
En el mundo pre-hispánico la muerte se concebía como un proceso natural, un binomio en el cual uno no podía existir sin el otro. La vida tenía tres puntos fundamentales ubicados en tres zonas del cuerpo: en la cabeza (cuatextli) se encontraba el “tonalli” o energía que determinaba la conducta del ser, relacionado a la individualidad y el destino; el “ihíyotl” se localizaba en el hígado (elli) y era el fluido donde residían las pasiones y sentimientos y por último el “teyolía” ubicado en el corazón (yollotl), donde residía la esencia humana, que se equipara a el alma de los católicos, y que era un regalo de los dioses al momento de nacer.
El teyolía o alma viajaría al final de la vida a un lugar destinado a los muertos. El alma iba a distintos lugares de acuerdo a su grupo social al que pertenecía y la forma como perdía la vida, ambos factores juntos determinaban también el tipo de rito funerario que se realizaba.
Su destino podía ser: 1) el Tonatiuhichano casa del sol, era el lugar reservado para los caídos en combate (se quemaban). 2) el Tlalocan, lugar de Tlaloc ahí iban los muertos por algo relacionado con el agua: hidropesía, ahogados o leprosos. 3) el Cihuatlampa, región de las mujeres, a este lugar iban las mujeres muertas en el primer parto llamadas cihuateteo y las mujeres sacrificadas y el Mictlan, región de los muertos situado en las profundidades de la tierra donde reinaba la obscuridad, el frío y la humedad
A los niños de pecho que fallecían sin conocer el mal les estaba preparado el Chichihuaquahuitl, o árbol de los senos donde se alimentaban de frutos en forma de senos maternos esperando una segunda oportunidad de vivir.
La festividad del día de Muertos, Miccailhuitzintli o pequeña fiesta de los muertos, se llevaba a cabo en agosto. Se hacía una ofrenda de comida y bebida en las tumbas y en los templos había cantos tristes acompañados de maíz, chile, calabaza, frijol y legumbres. También había la gran fiesta de los muertos o Miccailhuitzintlien el mes de septiembre donde había ceremonias en los templos.
Las festividades de los muertos se encontraban relacionadas con el ciclo agrícola y era una forma de dar las gracias a la madre Tierra y a sus ancestros por los bienes recibidos. Así, este principio de reciprocidad entre los hombres y sus ancestros convierte a las ofrendas en una retribución simbólica, ya que no se concibe el ciclo agrícola sin la intervención de los antepasados.
A la llegada de los conquistadores los tlamatimeneo sabios, les costaba entender la incongruencia entre la predica y el actuar de los españoles que por un lado catequizaban sobre vida gloriosa después de la muerte y por el otro mostraban temor ante la muerte; los indígenas aceptaban su destino y creían que renacerían como planta que brinda alimento y vida.
A diferencia de la religión católica que es lineal y no hay regreso, los indígenas creían en una vida cíclica en que hay un continuo renacer. Sin embargo, ambas coincidían en que la muerte era una transición a otra forma de existencia lo que fortalece el encuentro de las creencias. En el cristianismo el alma podrá alcanzar el cielo o el infierno según sus valores y acciones durante su oportunidad de vida.
Durante los trescientos años que duró la colonia las ideas y costumbres del viejo mundo fueron permeando de manera constante en el imaginario indígena dando por resultado una nueva forma de honrar a los muertos que no es del todo prehispánica ni tampoco europea. Ese sincretismo religioso, resultado de largos procesos culturales que con el tiempo se han enriquecido con aportaciones africanas y asiáticas, se encuentra presente cada año en millones de hogares que dedican un par de días a recordar a sus antepasados y a dar gracias por los bienes recibidos.
Durante todos estos días en México, se celebran distintos ritos de acuerdo a la región donde se practica, pero en sí tienen la misma esencia. En Coatepec, Veracruz, el orden de la llegada de las Ánimas es el siguiente: 27 de octubre llega el perro guiando a las almas (hay que ponerle un traste con agua); el 28 los ahogados (se les pone sal); el 29 los matados (a ellos se les pone en los pasillos por descuidados); el 30 los niños del limbo (en los altares para niños se les ponen dulces y juguetes); el 31 los jóvenes; el 1 de noviembre los adultos y el 2 de noviembre las personas que no tienen quien les ponga una ofrenda.
En estos días se encienden velas para iluminar el camino de las almas, se adorna el altar y se hace un camino con la flor de cempasúchil que tiene un fuerte olor para guiar las almas, se decora con papel picado y se ponen como ofrenda el pan de muerto, las calaveras de azúcar, la comida y bebida que le gustaba al difunto todo con el único fin de recordar y honrar a nuestros antepasados. Cabe mencionar que en México no había trigo, ni caña de azúcar ni papel “de china”, esas son aportaciones europeas a nuestras ofrendas.
Si se quiere profundizar en las tradiciones europeas se puede investigar sobre las Danzas Macabras del medioevo europeo, en el que se representa a la muerte, en forma de esqueleto, llevándose por igual al Papa, a los reyes, a los nobles o campesinos. Estas imágenes se pueden ver en documentos, grabados, pinturas y esculturas en iglesias y conventos por Europa.
Y ni que decir de la incorporación de la famosa “Catrina” en 1947 por parte de Diego Rivera que retoma la “Calavera Garbancera” con que el caricaturista José Guadalupe Posada, había hecho una crítica en referencia a los indígenas que dejaron de vender maíz para vender garbanzo pretendiendo ser europeos. El muralista pinta en su famoso mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” en la que “La Catrina” elegantemente vestida y del brazo de Posada, hace su aparición como la representación de la aristocracia mexicana de la época. Hoy no puede faltar una Catrina en el Altar de Muertos, como una de las imágenes más representativas de esta festividad y que nos recuerda que la muerte es democrática, pues al final todos acabamos siendo calaveras sin importar nuestra posición social, económica o política, sin importar si somos jóvenes o viejos, sin importar nuestro color de piel, creencia o educación….
La celebración del Día de Muertos encierra pues muchos simbolismos que los mexicanos atesoramos como parte de nuestras tradiciones, una hermosa forma de transmitir a nuestros descendientes la memoria de nuestros ancestros y los valores de nuestra familia.
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