Gloria Bejarano Almada.
La celebración del Día Internacional de la mujer nos recuerda el largo camino que hemos tenido que recorrer las mujeres para poder ser reconocidas como personas con los mismos derechos y obligaciones de los varones, con la misma dignidad y reconocimiento a nuestras capacidades, merecedoras de respeto en el más amplio sentido de la palabra.
No puedo citar porcentajes porque aun hoy muchas mujeres prefieren guardar silencio antes de revelar situaciones en las que el haber nacido mujer les ha obligado a esforzarse el doble para obtener un cargo, las ha expuesto al escrutinio permanente para demostrar su capacidad, han sido objeto de discriminación al momento de recibir una remuneración por su trabajo o has sido asesinadas, acosadas, violadas u ofendidas en su dignidad en la calle, el trabajo y hasta en la intimidad de su hogar.
La reivindicación de la mujer no ha sido tarea fácil, a lo largo de los siglos, en el viejo continente, las mujeres que mostraban su inteligencia o su carácter fueron señaladas como hechiceras y por siglos se hizo uso del arte para crear estereotipos de la condición de la mujer como brujas, mujeres chismosas o, por el contrario, como personas casi etéreas, puras pero incapaces de realizar tareas que solo los hombres podían ejecutar. Lo varonil era relacionado con lo positivo, con el sol, con la luz, mientras que lo femenino se vinculaba a lo negativo, la oscuridad y la humedad… decir que alguien tenía un oficio de mujer implicaba cobardía.
En la América precolombina, por el contrario, las mujeres podían ser sacerdotisas, gobernantes y de las nobles dependía la sucesión del reino de ahí el lugar de respeto que les otorgaba la sociedad, sin embargo, la historia escrita por el conquistador no guarda esta memoria ni registra el papel fundamental que jugaron las mujeres indígenas en el proceso de mestizaje étnico, en el establecimiento de alianzas políticas a través del matrimonio, en la trasmisión de las tradiciones y saberes que sentaron las bases de una nueva sociedad y cultura. Con el tiempo prevaleció la concepción europea del papel marginal de la mujer y su lugar en la familia y la sociedad.
Para las nuevas generaciones es difícil imaginar que no hace muchos años la mujer no era considerada apta para manejar sus recurso o tomar decisiones, estudiar una carrera universitaria o dirigir una empresa… necesitaba la tutela de un hombre cuya inteligencia y capacidad nunca era puesta en entredicho. Y si bien es cierto en el siglo XIX algunos países de América comenzaron a propugnar por leyes que dieran una mayor igualdad para la mujer, cuando la legislación chocaba con los derechos masculinos el asunto se resolvía con ambigüedad y el domino del hombre prevalecía. Las disposiciones legales otorgaban al marido el derecho de administrar castigos “leves” para la corrección de su mujer, dicho en otras palabras, estaba legalizada la violencia intrafamiliar, apelando a la “justa ira masculina”; hoy la violencia no está legalizada, pero si arraigada en el inconsciente de algunos sectores de la sociedad que excusan y ven como normal la violencia, el acoso y la discriminación contra la mujer.
Escuché recientemente a un joven decir que la mujer no había podido superar al hombre pues la mayoría de los descubrimientos científicos habían sido de los varones, que en el arte existían más pintores, escultores y artistas de renombre que mujeres que hubieran destacado en el arte….en fin una apología a la supremacía del hombre en todo… hubo que explicarle a cuantas mujeres como Marie Curie le robaron la autoría sus descubrimientos, como las mujeres que hicieron los cálculos matemáticos para que el hombre pudiera llegar a la luna por primera vez fueron invisibilizadas por décadas y como ellas, miles de mujeres que tuvieron que recurrir al seudónimo para firmar sus obras, ocultar sus habilidades artísticas y ceder la autoría de sus descubrimientos científicos.
No es sino hasta el siglo XIX que las mujeres tienen una oportunidad de incorporarse abiertamente a la vida cultural y académica, pero de nuevo, a principios del siglo XX, surge la polémica en algunos países de la región, sobre la necesidad de educar a la mujer ya que podría significar su renuncia a la función “natural” de esposas y madres. La reivindicación de la inteligencia y las capacidades múltiples de la mujer han estado plagadas de obstáculos, discriminación, menosprecio y una arraigada cultura patriarcal que debemos erradicar.
El Día de la Mujer es un día para reflexionar sobre el camino que queda por recorrer, sobre la urgente necesidad de contar con el liderazgo de hombres y mujeres que sepan respetar la dignidad de las mujeres en todos los ámbitos de la vida; líderes que sepan reconocer y corregir las desigualdades en el campo salarial, laboral; líderes que entiendan las angustias de miles de mujeres con una doble y triple jornada de trabajo que necesitan apoyo para brindar alimentación y la mejor educación a sus hijos. Necesitamos líderes que tengan la capacidad, la convicción y la fuerza para transformar nuestra sociedad y enfrentar a quienes prefieren cerrar los ojos ante el dolor de miles de mujeres que en pleno siglo XXI siguen siendo víctimas de una cultura cimentada en la injusticia y la inequidad.
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