Guillermo Barquero Chacón, Politólogo.
Era imposible no recordarlo o no tenerlo presente, su enorme y plácida figura eran más que evidente para quienes acudíamos al tercer piso del edificio de la Facultad de Ciencias Económicas, y particularmente para quienes escuchábamos su clase en el aula 302 de Ciencias Políticas. Era el primer quinquenio de de los setenta. La materia: Regímenes Políticos y el texto de su curso era del autor Maurice Duverger sobre el mismo tema. El grueso mamotreto inspiraba temor durante los primeros días, pero con las semanas, las clases transcurrían más bien veloces, por la sabiduría y las anécdotas; que salían no sólo de aquel cerebro, pero también de su noble corazón, inspirando y provocando la admiración de quienes éramos entonces sus educandos. Aquellas tarjetas como reliquias en las que tenía sus apuntes, y su resumen acompañado con palabras estratégicas, permitían descifrar el fondo de la materia del día. Sus lecciones eran para algunos de nosotros complementadas con sus exquisitos escritos en la página 15 de La Nación. Poco sabíamos los estudiantes sobre sus ricas experiencias y el inmenso conocimiento acumulado en él, fruto de una notable carrera académica y de sus tiempo de formación en París, donde las vivencias interculturales le convirtieron a la vez en acrata, en un crítico, en un rebelde, con un sarcasmo natural pero revestido de cultura europea, y con una despaciosa e innegable contundencia en sus argumentaciones. Su humanismo excepcional hacían de Don Rodrigo Madrigal Montealegre un profesor completo, por cuanto la bondad y el conocimiento juntos forjan un maestro inolvidable.
Don Rodrigo no quería que sus alumnos se quedaran rezagados, les apoyaba y les instaba a seguir adelante. Su papel tanto en la consolidación del proyecto de Ciencias Políticas, que nace como carrera anexa a la Escuela de Derecho de la UCR, así como también en la creación del Colegio de Profesionales en Ciencias Políticas fue determinante. Lo hizo de la mano de un equipo leal que le apoyó siempre en esa travesía. Cuando algunos legisladores, confundiendo la naturaleza de un colegio profesional universitario con una asociación político partidista, le manifestaron su interés de acelerar la creación del Colegio, para ser aceptados como miembros, Don Rodrigo de forma contundente, con sentimientos mezclados de enojo y sorna, indicó que era mejor enterrar el proyecto, por cuanto eso significaría desnaturalizar por completo la razón de ser del mismo. Al final la condición razonable fue aceptar a los graduados también de Relaciones Internacionales que pregonaban por una organización similar para sus egresados. Fue así, gracias a su tenacidad en este emprendimiento, que nació el Colegio de Profesionales en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Yo tuve la maravillosa oportunidad y privilegio entonces de presidir su primera Junta Directiva. La entrega de certificados a sus nuevos miembros de ambas disciplinas, se hizo en Casa Presidencial siendo Presidente de la República Don Oscar Arias, quien había sido profesor de Ciencias Políticas unos años atrás. Él acepto mi propuesta de realizar este acto en ese importante recinto, con participación también de la Vicepresidenta Victoria Garrón y el Vicecanciller Jorge Urbina.
Don Rodrigo fue empresario, escritor, crítico, intelectual de elevados quilates y un ciudadano activo en su preocupación sobre la situación de los partidos políticos y el rumbo que trazaban los grupos económicos más poderosos del país. Siguió de cerca la actividad profesional de algunos de sus colegas y estudiantes que por admiración no deseaban perder contacto con él. Su hogar se convirtió en el centro de sesiones ocasionales sobre política, arte y filosofía; también sobre el acontecer nacional e internacional. Era él quien tomaba el teléfono y uno a uno nos llamaba convocando para el próximo encuentro y sus preguntas, sus intervenciones e inquietudes eran siempre de fondo. Quería saber más sobre nuestras propias percepciones.
Nuestro ágora se enriqueció siempre con su exquisita participación. Concluía y achacaba a los neoliberales en los partidos tradicionales y en los medios de comunicación; así como a la crisis ideológica, muchas de las desgracias que sufría la Patria. Y lamentaba Don Rodrigo el avance de las horas porque temía que los miembros del grupo, se fueran desgranando con ellas tras las prolongadas conversaciones, las risas sonoras, y los inolvidables momentos compartidos. Su nobleza nos hacia siempre retornar a su llamado ocasional y sus discípulos nos sentimos entonces huérfanos cuando vino su ausencia terrenal. Cuanta falta nos hace, cuanto aprendimos, cuanto compartimos, cuanto le extrañamos.
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