Guillermo Villalobos Solé: Un presente oscuro con un futuro que puede brillar

Estamos en un momento ideal, a pesar de los que ya aseguran que las calenturas electorales impiden y atentan contra estas iniciativas.

Guillermo Villalobos Solé, Politólogo / Consultor

Hacer proyecciones para el futuro en medio del impacto sanitario, económico, social y laboral causado por la Pandemia del COVID 19 es algo arriesgado e incluso atrevido.  A nueve meses de haber iniciado un tránsito doloroso del que aún no salimos y que no termina de mostrar sus dimensiones catastróficas puede hacer que caigamos en un pesimismo desmotivador y paralizante o en un optimismo poco realista con un final frustrante.

Sin embargo, y a riesgo de pecar de positivo en medio de tanta información y evidencia negativa, hoy quisiera pensar en las perspectivas de una Costa Rica sencilla y digna, desde la sociedad humilde y pujante, desde una juventud educada y esperanzadora, desde el campesino que sigue luchando a pesar de sus limitaciones, desde el buen empresario que cumple con sus obligaciones y contribuye solidariamente con la construcción de una sociedad más justa,  desde el empleado público que comprende sus responsabilidades de servicio y muestra su disposición para aportar la cuota de sacrificio que le corresponde, desde la ética y la moral de esos niños que comparten todo con sus amigos sin diferencias de clase, de raza o de cultura, desde la sabiduría que acumulan nuestros adultos mayores que forman parte de la riqueza que atesora el país, desde una sociedad que acoge con respeto y justicia a los migrantes que llegan en busca de una oportunidad laboral digna y se comprometen a respetar el país que les abre las puertas, y por supuesto, desde una clase política que se engrandece porque es capaz de poner los intereses de la patria por encima de banderías políticas o intereses sectoriales.

Es posible que algunos piensen que estoy escribiendo un artículo de ficción e incluso que soy un ingenuo costarricense jugando de sacerdote, psicólogo, consejero o coaching como lo llaman ahora, pero en realidad, el país a lo largo de su historia ha mostrado tener esos y muchos más atributos que me hacen optar por ese optimismo antes que verme en las filas de aquellos que dan por perdida la tarea.

Me resisto a pensar que la Costa Rica educada, pujante, ejemplo en el mundo por sus indicadores sociales y que optó por la protección del medio ambiente, abolir el ejército y colocar violines a la par de los tractores se deje vencer por la irresponsabilidad de algunos dirigentes políticos, sociales y empresariales que han convertido nuestro país en un “cúmulo de retazos” con poca identidad histórica y cultural, fragmentada por intereses mezquinos, por el abuso de los recursos públicos, por la búsqueda del dinero fácil a costa de lo que sea y por la pequeñez de sus intereses privados o sectoriales.

Estoy convencido que es posible aprender de las dolorosas enseñas que nos deja esta Pandemia, pero también comprendo, que, para ello, hace falta mucha humildad, despojarse de una soberbia que obnubila nuestras mentes y nos aleja de la realidad, al tiempo que reconocemos la ausencia de un liderazgo auténtico que convoque e ilusione a una mayoría de costarricenses.

En el contexto histórico que hoy vivimos y teniendo en cuenta las experiencias neo populistas de los últimos tiempos, ese nuevo liderazgo no pasa por la emergencia mesiánica de un hombre o una mujer que desafía el status quo, es necesario construir un liderazgo colectivo que se sustenta en las líneas generales de un nuevo modelo de desarrollo. Como decía mi buen amigo Víctor Ojeda, “necesitamos aceptar que se acaba una etapa y comienza una nueva” y con ello, requerimos entender que no se trata de volver al pasado, pero tampoco es un transitar por modelos ajenos y distantes a nuestros valores y tradiciones, se trata de construir una visión a partir de un nuevo mundo con los ingredientes de nuestra historia, de nuestra cultura, de nuestra identidad, de nuestra esencia.

La Costa Rica de hoy y de los próximos meses está marcada por la más profunda crisis política, económica y social de las últimas décadas y no saldremos airosos de ella, pensando en parches, en reformas superficiales y mucho menos, tratando de defender a unos pocos mientras pretendemos recargar la mano en otros.  Por naturaleza soy amante del diálogo y la paz, pero para que estos tengan éxito y se alcancen sus objetivos, es necesario despojarnos de este juego lleno de cálculos mezquinos y de creerse que se es poseedor de la verdad y el camino.  Hay estimables profesionales y dirigentes del país que están convencidos que sus ideas y sus propuestas son la solución a problemas estructurales porque sus atributos profesionales, académicos, tecnocráticos o personales (ego) los respaldan.  Pero la realidad de un país insular como el que hoy tenemos requiere de mucho más que ese esfuerzo personal o de ese liderazgo individual.

Proceder a una revisión del Estado Costarricense de hoy reclama la participación de muchos compatriotas de diferentes profesiones, de distintos enfoques y de diversos sectores, no puede ser la voz de un solo grupo de interés.  Revisar el modelo de desarrollo en su conjunto no puede ser potestad exclusiva de aquellos gremios minoritarios y privilegiados que se convirtieron en ganadores en la globalización, debemos repensar el sector primario desde la seguridad alimentaria que hoy se ratifica como un factor clave para enfrentar los desafíos imponderables de este mundo que vive los efectos del cambio climático, de un sector agro industrial nacional y un sector servicios que no puede entenderse exclusivamente como una apertura indiscriminada a la inversión extranjera y multinacional que catapulta al empresariado criollo.

Reafirmarnos en un modelo sustentable va más allá de acciones aisladas, por más buenas que nos parezcan.  No es posible seguir anunciándole al mundo una Costa Rica verde, cuando no podemos modernizar el transporte público y colocar medios movidos por energías limpias, no podemos seguir ofreciéndole al turista visitar el país “pura vida” cuando seguimos contaminando ríos y playas y no terminamos de implementar una política pública de manejo y disposición final de deshechos acorde con la sostenibilidad, el reciclaje y la transformación tecnológica que nos garantice industrias y procesos productivos limpios.

En este sentido, vuelvo a insistir en la necesidad impostergable de articular una nuevo Pacto Social o un nuevo Acuerdo Nacional para el desarrollo futuro del país que se construya de manera creativa, colectiva, incluyente, participativa.  Una visión que parta de nuestra identidad histórica, pero mirando al presente y el futuro.  Una propuesta que haga protagonistas a los jóvenes, las mujeres y los excluidos y rompa con la idea prepotente de creer que solo los sectores políticos, económicos y sociales privilegiados son los únicos capaces de imaginar el camino.  Debería ser un nuevo Acuerdo que rearticule la sociedad en su conjunto, reafirme su compromiso con los principios de justicia social, solidaridad, igualdad de oportunidades y beneficios para todos.

Yo se que hay muchas y muy buenas ideas y propuestas que servirán de punto de partida por lo que, a modo de sumar una más en ese concierto, propongo tener en cuenta algunos ejes estratégicos para este esfuerzo de Estado y no de Gobierno.

Específicamente, las áreas de seguridad social donde destaco los temas de salud universal y del más alto nivel de servicios; educación de calidad para el trabajo y la vida digna; acceso a los servicios de agua y electrificación que terminen de cubrir todo el país; y cerrar las brechas digitales y de género que aún persisten.

Una economía competitiva y próspera que sea incluyente, con formación del capital humano al nivel que se requiere, fomentando el emprendedurismo y transformando la informalidad, promoviendo la economía digital, fortaleciendo el sector de economía social, desarrollando un sector servicios competitivo y promoviendo la inversión extranjera sin atentar contra el empresariado nacional (equilibrio).

Un estado justo y ético que le devuelva la confianza al ciudadano en la democracia y en sus instituciones, moderno, planificador, descentralizado, transparente y firme frente al abuso en el uso de los fondos públicos.  Un estado que profundice sus esfuerzos en la promoción de nuestra identidad cultural y promueva el humanismo.

Un país que se comprometa con la construcción de una infraestructura y un desarrollo urbano amigable con la naturaleza, que reordene el territorio, que promueva la economía verde, profundice los esfuerzos de reducción de la huella de carbono y la protección de la biodiversidad al tiempo que desarrolla una infraestructura pública acompañada de viabilidad y transporte basado en energías limpias.

Un país que se compromete con los cambios constitucionales y ordinarios que destraben la maraña de leyes, reglamentos y procedimientos que en vez de facilitar, atrofian la buena y correcta acción pública y privada.  Que sea capaz de impulsar un sistema jurídico ágil, moderno y seguro para un desarrollo incluyente, dinámico y justo en su distribución.

Estamos en un momento ideal, a pesar de los que ya aseguran que las calenturas electorales impiden y atentan contra estas iniciativas.  NO HAY NINGÚN TEMA MÁS IMPORTANTE E IMPOSTERGABLE QUE JUNTAR VOLUNTADES PARA SUPERAR LA PEOR CRISIS DE LOS ÚLTIMOS AÑOS.


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