Hámer Salazar, Biólogo. info@hamersalazar.com
En mi ejercicio como docente, alguna vez discutíamos en clases sobre la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre, es decir, formas de vida en algún otro sitio del Universo, fuera de los confines de la Tierra. Después de un rato de reflexión, llegamos a la conclusión de que, probablemente, sí haya vida fuera de nuestro planeta. Los biólogos decimos, cuando encontramos un organismo, que si hay uno hay dos y si hay dos es probable que haya tres y así, muchos individuos más. Así debe pasar con nuestro maravilloso planeta, si hay uno hay dos y si hay dos hay tres.
Una vez convencidos de esta posibilidad, comenzamos a pensar en cuál sería la característica mínima que podría tener una forma de vida extraterrestre. La creatividad se despertó en los estudiantes e imaginaron monstruos de todo tipo, grandes y pequeños, agradables y desagradables. Sin embargo, después de esa catarsis, llamamos la atención de los pupilos para que diéramos una mirada a la vida en la Tierra. Descubrimos en los océanos, en las cavernas, entre la hojarasca de la selva, miles de formas de vida monstruosas, otras maravillosas por sus colores, formas y tamaños. Observadas bajo la lente del microscopio, encontraríamos formas de vida asombrosas y aquí estamos compartiendo, en este singular planeta, con todas esas maravillosas especies, desde algas microscópicas hasta secuoyas gigantes; desde los paramecios hasta las ballenas azules.
Convencidos de poder encontrar extraterrestres escamoteados entre los “intraterrestres”, es decir, entre nuestra fauna y flora, dimos un paso hacia adelante para definir cuál sería la característica mínima, la condición básica, para reconocer una forma de vida extraterrestre. Lo primero fue pasar por la teoría celular, aquella que decreta que cualquier forma de vida que pretenda ser reconocida como tal, debe estar compuesta de, al menos, una célula. Entonces, los estudiantes comenzaron a recitar las letanías relacionadas con las formas de vida más primitiva: bacterias – dijo uno -; algas azul verdosas -dijo otro- y así, recordamos que estas no tienen núcleo definido, que su material genético (ADN y ARN), se encuentra disperso en el citoplasma. Luego saltamos a otro grupo de seres vivos un poco más grandes, como fueron las amebas, los paramecios y otros organismos microscópicos, pero de una sola célula (unicelulares) que tienen, como común denominador, un núcleo celular claramente definido.
Con el núcleo de los paramecios y las amebas en la mano de nuestros pensamientos, un estudiante intervino para reconocer la importancia del núcleo como una organela, un corpúsculo de la célula, con una función muy específica: conservar el material genético y promover la síntesis, la fabricación de proteínas, así como la transmisión de la vida a través del llamado ADN, que es la molécula fundamental de la herencia.
Después de los paramecios, amebas y similares, fue fácil ir buscando formas intra terrestres, que pudieran lucir como extraterrestres. Así, pasamos por las esponjas marinas, los arrecifes de coral, los gusanos, incluyendo el extraordinario Gordius. Aquí nos detuvimos, pues si hay que dar mérito a un organismo terrestre que vive como si viniera de otro mundo, es a estos gusanos, y que los biólogos decimos que pertenecen al grupo de los nematomorfos. Se trata de un gusano redondo, emparentado con las lombrices intestinales, que son parásitos internos de algunos insectos, especialmente del grupo de los grillos, langostas y chapulines. Crecen dentro del cuerpo de estos insectos y, cuando se han desarrollado lo suficiente, los gusanos gobiernan la voluntad de los insectos y los inducen a buscar una charca, hacia donde vuelan. El poseído chapulín se posa en la charca y el gusano negro y mucho más largo que el mismo insecto, comienza a salir, sin embargo, pueden ser varios los que salen del cuerpecillo del saltamontes, y se comienzan a mover lentamente en el agua. Pero el gusano es más extraordinario aún, pues no tiene boca, ni aparato digestivo, ni muchos otros órganos; la alimentación, el agua, el oxígeno y, todo lo que requiere, lo absorbe por la piel dura de su cuerpo. A estos son los que la gente del campo les llama pelos de caballo.
Después, pasamos por el extraño mundo de los peces de las profundidades del mar, donde habitan criaturas monstruosas. Al final, repasamos un poco acerca de los anfibios, reptiles aves y mamíferos. Pero esas formas de vida son mucho más comunes y cercanas a nosotros, los humanos, por lo que no les prestamos mucha atención como candidatos a representar extraterrestres.
Un estornudo y una tos que se asomaba de vez en cuando en uno de los estudiantes, nos provocó dirigir nuestra atención a aquel comportamiento. Al inicio de una gripe. Y fue cuando caímos en el mundo de aquello que está fuera de lo que llamamos vida, porque están fuera de la teoría celular, pero que, irremediablemente, son criaturas vivas, no convencionales, que sí podrían ser muy buenas candidatas a comportarse como extraterrestres. Se trata de los virus.
Los virus no son considerados como seres vivos, están “al filo de la vida” pues transgreden las reglas de la teoría celular. Entre otros aspectos, no se alimentan, no respiran, no tienen metabolismo, no se reproducen, pero si se multiplican, aunque no nacen sí pueden morir. Cuando decimos que no nacen es que no provienen de un huevo, ni de ninguna forma de reproducción asexual; decimos que no se reproducen, porque tiene órganos ni organelas para tales efectos; pero sí se multiplican, se replican, se copian a sí mismos. Y cuando decimos que mueren, es cuando pierden su capacidad de replicarse a si mismos o porque algún agente externo los disuelve ¿Entonces qué son los virus?
El conocimiento de los virus, está llevando a un importante grupo de biólogos y otros estudiosos de este mundo ultramicroscópico, a replantear los conceptos de la vida, para superar la teoría celular. Los virus son moléculas orgánicas complejas, compuestas de ADN (Ácido Desoxirribonucleico) o ARN (Ácido Ribonucleico), que fabrican una especie de carcasa, de envoltorio, compuesto principalmente por proteínas y con frecuencia recubiertas de grasas (lípidos). Este envoltorio les sirve como medio de transporte hacia otras células u otros organismos. En algunos casos, esa carcasa es tan espectacular como si se tratara de una nave espacial intergaláctica. Entre ellos están los hoy famosos coronavirus, y más aún, los bacteriófagos. Invito al lector a hacer una búsqueda con estas palabras en las imágenes de Google, para conocer este fascinante mundo.
Dentro del organismo hospedero, porque son formas parasitarias, despliegan el material genético, ya sea una doble espiral de ADN, o una cadena de ARN. En el primer caso, comienza el proceso de separación de las dos cadenas de ADN que forman la espiral, pero a medida que se va separando la doble hélice, se van reconstruyendo esas cadenas originales del virus con elementos (bases nitrogenadas) que tiene la célula hospedera. Es decir, el virus le “hackea” la información a la célula para hacer más virus. A la vez, utilizando recursos de la célula hospedera, fabrica su propia coraza, sale de la célula, normalmente destruyéndola, porque son cientos de miles de virus, en busca de nuevas células donde replicarse.
Hay al menos dos grandes grupos de virus: los virus de ADN y los rotavirus. Estos segundos son más complicados, pues como son moléculas de ARN, se instalan en el citoplasma de las células, aquí trasladan la información de su molécula de ARN, la replican para formar una cadena de doble hélice como es el ADN y luego, volver a replicarse en ARN, formar su coraza e ir a infectar otras células. Este es el caso del virus de SIDA y del coronavirus.
Es así como podemos comprender la razón por la cual no es posible atacar los virus con medicamentos, pues ellos están utilizando el material más sensible de las células, como lo es el material genético, de tal manera que, para matar un virus, se debe matar la célula hospedera, y esto significa matar al paciente.
Los virus son extremadamente pequeños. El coronavirus, está dentro de los más grandes y aún así, mide poco menos de 160 nanómetros. Para comprender mejor este tamaño, hay que decir que cada milímetro mide 1000 micras, y cada micra mide 1000 nanómetros. Es por esta razón que la mayoría de los virus son visibles solamente con microscopios electrónicos.
En estos tiempos de crisis sanitaria del planeta, es una forma infinitamente pequeña, un virus, que se encuentra al filo de la vida, y que mantiene a muchos infectados, con la amenaza de estar el filo de la muerte.
[1] Biólogo. Profesor Jubilado de la Universidad de Costa Rica.
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