Hámer Salazar: El Día de la Tierra en tiempos de guerra

22 de abril Día de la Tierra

Hámer Salazar, Biólogo. info@hamersalazar.com

Hace un año escribíamos que el 2020 sería un año para recordar. Si la vida y muerte del Gran Maestro, Jesucristo, dividió la historia en un antes y un después, el COVID-19, también la dividirá. Ni siquiera aquel acontecimiento de muerte y resurrección fue tan conocido en el mundo, hasta varios años después. Aún hoy, Jesús es solamente un personaje histórico para muchas culturas, pero el COVID-19, el coronavirus, ha llegado hasta los rincones de las selvas amazónicas. No ha quedado ser humano sobre la faz de la Tierra que no haya sabido de la existencia de este virus, inclusive hasta los que miran hacia otro lado con incredulidad.

Millones de personas nos aislamos atendiendo el llamado de las autoridades de salud. Miles de aviones debieron permanecer en tierra durante meses; millones de autos estacionados; cientos de cruceros anclados, incluso algunos de ellos se convirtieron en verdaderas incubadoras del virus.

Sin posibilidades de movilización de aviones, autos y barcos, millones de toneladas de CO2 se dejaron de emitir a la atmósfera. Cientos de kilómetros de playas se dejaron de contaminar; grandes atractivos turísticos naturales, que recibían miles de turistas, tuvieron sus propias vacaciones.

Por eso, el año pasado celebramos el Día Mundial de la Tierra con un aire diferente. La Tierra descansaba de la voracidad con la que el ser humano la hemos tratado. La gran lección es que la Tierra no necesita que la salven, los que necesitamos salvación, como especie, somos los seres humanos y del peligro que nosotros mismos representamos. Aprendimos que el virus no se replicaba por que sí. Se replica porque encuentra seres humanos, que nos convertimos en virus disfrazados de humanos.

En los mares y las selvas, incluso en las ciudades, la vida silvestre había vuelto a levantar la mirada, había vuelto a salir, para recordarnos que no estamos solos, que compartimos este hermoso planeta con muchas más formas de vida. Vimos ballenas paseando en una marina, delfines recorriendo los canales de Venecia, aves silvestres acuáticas en las fuentes de Roma, manatíes en las cercanías de Limón, venados disfrutando como niños de las olas.

Hoy, un año después, la historia de la humanidad y del Planeta es diferente. Decía Albert Einstein que cuando una hoja de un árbol cae todo el universo se estremece. Es el efecto mariposa en el que algo tan insignificante y frágil como el aleteo de una mariposa en las selvas del Volcán Tenorio, podría causar un tifón en Filipinas.

Nos enfrentamos al Cambio Climático desde hace años. Incluso, muchos científicos se han revelado contra los gobiernos por falta de una acción más contundente en relación con esta amenaza. De hecho, desde 2009 la Organización de Naciones Unidas admitió que el Cambio Climático es la principal amenaza que enfrenta la humanidad.

Pero la realidad que vivimos hoy, cuando asistimos como testigos de la invasión de una potencia militar en un país vecino, caemos en la cuenta de que la mayor amenaza que enfrenta la humanidad es su propia especie. Hoy nos preocupa y nos angustia esta guerra porque vemos millones de personas desplazadas de sus hogares y su patria, del patrimonio de familias y empresas destruidas de manera inmisericorde por las armas. Una nación y un pueblo hecho ruinas, mientras que del otro lado de la frontera, es poco lo que sabemos porque es poca la información que nos llega, pero presumimos que dentro se libra otra guerra por falta de mecanismos para hacer transacciones bancarias, de ausencia de productos en los anaqueles de los supermercados, de zozobra sobre lo que vendrá, incluso de protestas por la guerra misma.

La guerra, es en definitiva, la mayor amenaza para la humanidad y el planeta. Y no es esta guerra. Es que la mayoría de las naciones toman parte del erario para invertirlo en armamentos y mantener una planilla de generales, comandantes y soldados, que están esperando como niños con juguetes nuevos el momento de salir a estrenarlos. Incluso, algunos estarán por ahí comiéndose las uñas esperando el momento de apretar el “botón rojo”, y cuando se apriete este botón, otros también lo harán, es entonces cuando vendrá el verdadero reseteo para la vida en este planeta y, es probable, para el comienzo de una nueva etapa de la humanidad con los sobrevivientes.

Todas las naciones del mundo que tienen ejército, en mayor o menor grado, están preparadas para la guerra. Lo contradictorio es que nadie quiere la guerra, todos añoramos la paz, sin embargo, nunca he sabido que la gente proteste porque sus impuestos alimentan los ejércitos y por vivir bajo la amenaza constante de la guerra. Porque el concepto que existe en los diccionarios sobre la paz es que esta es la ausencia de guerra. Nos ha faltado creatividad para encontrar un significado más duradero y menos doloroso para la paz.

Y es que hablar de guerras en el año 2022, parece casi como una broma después de  haber creído que ya habíamos evolucionado lo suficiente en mente y consciencia como para creer que podíamos resolver los conflictos mediante el diálogo. Con el perdón de los neandertales y los cromañones, pero es evidente que hay algunos de ellos que aún sobreviven disfrazados de traje entero y con apariencia de humanos inteligentes, quienes han accedido al poder y se han creído demiurgos con el poder de avasallar pueblos enteros sin ningún respeto por la vida humana y por ninguna forma de vida.

¿Cuándo comprenderemos que la humanidad es una sola, que el mal que le hago al otro es mi propio mal, que el mal que le hago a las otras formas de vida, es también mi propio mal y que el mal que le hago al planeta es también mi propio mal? Porque todo lo que ha ocurrido, lo que ocurre y lo que ocurrirá en este hermoso planeta Tierra, es como si ocurriera en una pequeña gota de rocío que pende de una brizna de hierba, al amanecer de una mañana soleada en las solitarias montañas de Talamanca, que tan pronto comienza a calentar el día, desaparece.

La Tierra es como un gran organismo vivo, el principal de todos, que merece nuestro respeto.

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