Hámer Salazar[1]. Biólogo. info@hamersalazar.com
Virus, esa palabra que venimos escuchado con frecuencia desde finales del siglo pasado, nos resulta aterradora. Sin embargo, no lo había sido tanto para la salud humana, como para la “salud” de las computadoras. Para los virus informáticos se ha creado un arsenal de antivirus que se actualizan constantemente. Pero no ocurre lo mismo para los virus que afectan la salud humana, pues para atacarlos se utilizan medicamentos específicos que se desarrollan una vez que se conoce el agente etiológico y las vulnerabilidades del mismo.
La primera barrera para impedir el acceso de los virus, al interior de las células, es su membrana celular. Es bien sabido que un sistema inmunológico fortalecido; que normalmente es el resultado de buenos hábitos alimenticios y estilos de vida saludables; así como estados de ánimo positivos, pueden influir positivamente en que el virus no encuentre terreno fértil para su multiplicación.
La próxima barrera es la persona misma y la frontera de cada uno de nosotros es nuestra propia piel. Este órgano, el más grande del cuerpo humano, tiene orificios que van desde los pequeños poros que se localizan por toda la superficie, hasta grandes agujeros por donde entran y salen elementos líquidos, sólidos y gaseosos. Por los pequeños poros transpiramos, pero también por ahí pueden entrar microbios como bacterias, protozoarios, hongos y virus. Para el caso que nos ocupa, las oquedades formadas por la nariz y la boca, e incluso los ojos, son las puertas de ingreso para los agentes infecciosos de las vías respiratorias. En consecuencia, hay que impedir o, al menos, limitar este acceso con elementos físicos, y la forma más sencilla es con el uso de las mascarillas, siempre y cuando se utilicen adecuadamente.
Sin embargo, las autoridades de la salud, desestimulan el uso de las mascarillas con argumentos como que estas no funcionan para personas sanas y que no son capaces de retener el virus. Esto es cierto, pues los coronavirus miden apenas unos 150 nanómetros (un nanómetro es una milésima parte de una micra; y una micra es una milésima parte de un milímetro). Con las mascarillas comunes, retener virus es como tratar de atrapar bolas de ping pong con una red de las que se utilizan en un marco de fútbol.
Ante la crisis sanitaria, hay que aprender de los países que ya le están ganando la batalla al coronavirus. Una de las naciones más exitosas ha sido Corea del Sur, que fue el segundo país, después de China, en recibir al COVID-2019, y el modelo que utilizaron fue el del aislamiento y el distanciamiento social, entre otras medidas, pero acompañadas del uso obligatorio de mascarillas, incluso dentro de los hogares.
Aunque en el hemisferio occidental se desestimula el uso de las mascarillas en personas sanas, lo cierto es que estas barreras no solo impiden que las gotículas salgan de la nariz y boca y se esparzan por el aire, sino que también impiden que las goticulas entren directamente a la nariz y boca. Y es que uno de los principales problemas de la enfermedad es que hay una gran cantidad de personas infectadas que no presentan síntomas, y estos también están diseminando el virus.
En este sentido, el Dr. Wang Zhou, del Centro de Investigaciones para el Control y la Prevención de Enfermedad de Wuhan, en el “Manual para la prevención del coronavirus”, publicado por la Editorial de la Agencia de Ciencia y Tecnología de Hubie, China (2020), indica que el uso de las mascarillas es efectivo, porque el propósito es que funciona para bloquear la saliva del la persona portadora, por medio de la cual se transmite el virus, en lugar de bloquear directamente el virus. Afirma el Dr. Zhou, que las rutas comunes para la transmisión de virus respiratorios incluyen el contacto a corta distancia y la transmisión de saliva en spray a larga distancia. Usar las mascarillas de la forma adecuada, pueden bloquear eficazmente las gotículas respiratorias y, por lo tanto, evitar que el virus ingrese directamente al sistema respiratorio. Sin embargo, el Dr. Zhou es enfático en recordar que el uso de las famosas mascarillas KN95 o N95, es innecesario.
Otro aspecto relacionado con la piel, lo constituyen las manos que todo lo tocan y, por su naturaleza, siempre tenemos una película de grasa que nos delata cuando dejamos nuestras huellas digitales por todo lado, pero también recogemos toda clase de microbios, incluyendo virus. Pero las manos no son una puerta de entrada para los virus que causan las enfermedades respiratorias. El problema es que, con mucha frecuencia, nos llevamos las manos a la cara y estas transitan por las cercanías de la boca, nariz y ojos. Es aquí donde las mascarillas cumplen otra función importante, como barrera para el contacto directo de los dedos con la nariz y la boca.
El llevarse las manos a la cara es, la mayoría de las veces, un acto involuntario y el contacto de los dedos con la mascarilla, vuelve esa acción en un acto consciente que hace que, de manera inmediata, recordemos la necesidad de no llevarnos las manos a la cara, pero también de mantener nuestras manos limpias. Ciertamente, el contacto constante de las manos con la mascarilla, provocará que estas se llenen de virus, sin embargo, en su ausencia, esos virus entrarían directamente a las vías respiratorias o quedarían en sus cercanías, con el peligro del ingreso al cuerpo.
De hecho, el Dr. Yang Huichuan, de la Cruz Roja de China, que forma parte del equipo de médicos que llegaron a auxiliar a Italia el pasado 21 de marzo, se quejó, entre otros aspectos, que en Lombardía no se habían cerrado las calles y la gente no llevaba mascarillas (Lavanguardia.com, 21 de marzo de 2020).
Parece claro que la insistencia de las autoridades de salud para el no uso de las mascarillas, no es tanto por la eficiencia de estas, sino por que no se consiguen en el mercado. Es aquí donde la creatividad de los costarricenses y la capacidad instalada en fábricas de ropa, e incluso en empresas de zona franca, podrían juntarse para fabricar mascarillas. El enemigo es invisible y el portador puede ser cualquier persona asintomática, pero cargada de virus, como ocurrió con los primeros casos de profesionales de la salud, que venían del extranjero contagiaron a varias personas.
[1] Alberto Hámer Salazar Rodríguez. Profesor Jubilado, Universidad de Costa Rica.
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