Hámer Salazar: La crisálida humana

El modo de crisálida humana en que estamos, es un tiempo para reflexionar.

Hámer Salazar, Biólogo. info@hamersalazar.com

En la oscuridad y soledad de la crisálida, una transformación maravillosa se está llevando a cabo. Miles de células, de forma casi milagrosa, se reorganizan, cambian de forma, tamaño y posición para dar como resultado, en unas cuantas semanas, una criatura totalmente distinta a la que se aisló, se alejó de todo, para la transformación.

Mucho tiempo pasó antes de entrar en el silencio y el dolor incomprensible e inevitable de la metamorfosis. Quedaron atrás los días reptando entre las ramas y las hojas de los árboles, devorando insaciablemente todo el follaje que pudiera. Su crecimiento era visible cada día de su vida. Hasta que se agotaron esos días.

La crisálida es vida en solitario. Todo alrededor desaparece. Solo existe el mundo de la crisálida, con dolores, temores y angustias; de incertidumbre de lo que está aconteciendo en el exterior, de lo que le está pasando en su interior y de lo que vendrá.

Pero no hay nada que el tiempo no resuelva y llegará el día en qué, terminado el proceso, sucederá una ecdisis, un rompimiento del caparazón externo; del envoltorio que impedía ver la criatura nueva que se gestaba ahí dentro. Y es cuando comienza a emerger la mariposa de patas largas y delgadas, nada comparada con aquellas patas cortas, regordetas y llenas de finos ganchos de la oruga; con alas de colores y antenas largas, jamás conocidas por el viejo gusano; con una boca o espiritrompa en forma de pajilla o canuto. Ahora, lejos de continuar una vida reptante, puede volar y viajar lejos, yendo de flor en flor.

Todo este tiempo de encierro domiciliario al que nos hemos visto sometidos, con la excusa de un nanominúsculo rey virulento, nos ha convertido en una especie de crisálida: en la crisálida humana.

Tuvimos que alejarnos del mundo, de lo cotidiano, de nuestros lugares de trabajo o estudio; de interactuar con las personas con quienes compartíamos diariamente, incluso nos hemos tenido que alejar del abrazo de nuestros propios familiares y amigos, para tratar de ocultarnos de la amenaza invisible, como suelen ser las principales amenazas humanas.

Hoy, las células de la crisálida están bajo tención en su encierro. Como individuos, no sabemos si es lo que hay que hacer o no. Pero las cosas son como son, y así son. Al Universo, a la Creación, a Dios, a la Naturaleza, como le queramos llamar, le interesa la crisálida completa, pues de ella depende el resurgimiento de una nueva criatura, una nueva humanidad. En el proceso, muchas células morirán, otras lucharán para soportar la transformación. Unas y otras son importantes, todas forman parte del proceso.

Fue un hombre humilde, trabajador, de 55 años de edad, residente de la ciudad de Wuhan, de la provincia de Hubei, en China, la primera persona en portar la forma mutante y perversa para la humanidad, del coronavirus, que desató la pandemia del COVID-19. Este hombre fue la primera persona, la primera célula, de los 7,600 millones que conforman esta criatura que llamamos humanidad, quien inició el proceso. Todas las demás células se estremecieron, sin importar si eran patas, piel, ojos, boca, porque no hay escapatoria, ricos y pobres, sabios y estúpidos, hombres y mujeres, niños y ancianos, todas forman parte de la metamorfosis

Aunque no es la primera vez que la humanidad entra en modo crisálida, pues la historia muestra diferentes momentos en que este fenómeno ha ocurrido por razones similares, lo cierto es que el detener casi todas las actividades humanas, en momentos en que la humanidad se movía a mayor velocidad y frecuencia, no tiene parangón en la historia.

El modo de crisálida humana en que estamos, es un tiempo para reflexionar sobre la relación tiránica que los seres humanos hemos tenido con el planeta y la falta de solidaridad entre nosotros mismos; especialmente cuando el dinero se convirtió en el bien más preciado y no la vida misma.  Pero hoy, un minúsculo virus, que ni siquiera podemos tratar como una forma de vida, porque se trata de una molécula encapsulada capaz de multiplicarse, nos ha permitido sacrificar el lucro, la ganancia, y hasta el salario, para defender la vida. La consigna es que se muera la menor cantidad de personas posibles, no importa el coste económico que este esfuerzo implique. Cuando todo esto haya pasado, se podrá hacer el balance en relación con las vidas humanas caídas en batalla con respecto a la paralización de la economía.

Esta es, precisamente, la metamorfosis que se esperaría que ocurra en la humanidad en modo de crisálida. Que la forma grotesca y reptante de oruga, como lo ha sido el dinero, sea transformada en otra criatura con alas de solidaridad, para que el dolor del otro ser humano sea también mi dolor, que la felicidad de mi vecino sea también mi felicidad; que el virus de mi hermano también sea mi virus, que la salud de mi abuelo sea mi salud. Que las extremidades delicadas nos permitan adentrarnos en la naturaleza, como la mariposa se posa sobre los pétalos de una flor, sin hacer daño; con un aparato bucal que nos permita seleccionar la cantidad y la calidad de los alimentos que consumimos; que ni las alas, ni las patas, ni el aparato bucal, ni nada llame a la violencia. Que podamos ir y venir por el mundo sin las limitaciones de las fronteras, sin las perversiones de las religiones, los políticos, las farmacéuticas o los medios de comunicación.

Claro, una transformación así, solo en las mariposas la podremos encontrar, porque hay millones y millones de células de la crisálida humana que sueñan, que ansían la transformación, pero hay algunas, las menos, que se resisten. A estas las identificamos en las grandes corporaciones del mundo, en el Banco Mundial, en el Fondo Monetario Internacional, en los bancos regionales, en los bancos centrales, en los bancos privados y en los prestamistas desaforados; pero también en las farmacéuticas, políticos y religiosos acomodados, en dirigentes deportivos que inflan el precio de los seres humanos, no solo por su talento, sino por la taquilla. ¡Cuántos humanos hay con talentos diversos, pero que no son deportistas y que no se les valora como aquellos que tienen habilidad con una esfera, no importa el tamaño que sea!

Y es que ahí está el dinero. Ahí sigue el espíritu de la oruga reptante que está cómoda, muy cómoda y quiere seguir devorando, con toda voracidad, los recursos que también son del resto de las células que esperan con ansiedad el cambio. Pero no. Ahora esta casta de células perversas se resiste a la metamorfosis. En su lugar nos dicen: – tranquilos, entre todos saldremos de la crisis y del letargo. De momento no me paguen, hemos congelado todo tipo de pagos, tranquilos, esperemos que pasen estos días de oscuridad y de encierro. Readecuaremos sus deudas. Páguenme solo los intereses, pero no ahora. Firmemos otro documento y yo le hago otro préstamo por esos intereses y me comienza a pagar cuando salgamos de la crisis. Nosotros también esperaremos, cuando pase la crisis, cuando sea el tiempo de salir, les ayudaremos -.  Ellos no pierden. No les importa el tiempo de crisálida, solo el dinero.

La metamorfosis avanza y llegará el día en que la crisálida humana ya no sea más y saldrá de aquel caparazón oscuro. Una gran grieta se abrirá sobre su espalda y comenzará a emerger una nueva criatura. Será casi como una mariposa, sin embargo, las alas permanecerán cerradas, plegadas, sin líquido que les permitan extenderse, porque no son alas de solidaridad. Los banqueros, que también debieron encerrarse y ser parte de la crisálida, se resistieron al cambio. Dijeron que nos iban a ayudar, pero no era cierto, nos convirtieron en sus esclavos por el resto de nuestros días y el de las generaciones que vienen. Ellos no pierden.

De la crisálida emergerá una criatura horrible que apenas si se podrá mover. Con alas que no podrán volar, con patas frágiles que no le permitirán moverse, con una boca que comerá de aquello que ronde cerca; pero con una conciencia muy superior a la anterior, capaz de vencer, con el paso del tiempo, ese estado de cosas, para que las alas tomen la irrigación que requieren y poder volar; las patas con fuerzas para caminar.

Será el día en que la humanidad retorne a la vida, a la ecología, y subordine a la economía; cuando la economía deje de ser un fin en si misma y retorne a ser el medio para que la humanidad, como un solo individuo, vuelva a vivir la vida.

 

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