Hámer Salazar: A pesar del COVID, la vida es para vivirla
Ánimo, que la vida es para vivirla. Que el TEMOR no nos paralice y que sea el AMOR propio y por los demás, los que, con prudencia, nos permitan seguir disfrutando de la maravilla de ser y estar vivos.
Hámer Salazar, Biólogo. info@hamersalazar.com
El 27 de mayo recién pasado, Oldemar Rodríguez Rojas, profesor de la Universidad de Costa Rica y una autoridad mundial en el tema de minería de datos y “big data”, publicó en su perfil de Facebook las proyecciones para superar la pandemia del COVID-19, de acuerdo el modelo que Costa Rica estaba poniendo en práctica, en ese momento, en comparación con el modelo sueco, de pretender la inmunidad de rebaño, es decir, cuando al menos el 60% de la población se haya infectado. De acuerdo con el Dr. Rodríguez Rojas, si no aparece una vacuna antes, los costarricenses necesitaríamos 82,2 años de confinamiento para superar la pandemia. Eso significaría que muchos niños que nacen en estos tiempos, nunca podrían viajar más lejos que al supermercado o a la farmacia del pueblo y, quizás, ni siquiera eso porque las actividades productivas estarían paralizadas y no habría dinero ni bienes que adquirir. Esa opción es inimaginable.
Por eso es que el Dr. Anders Tegnell, el epidemiólogo del Ministerio de Salud Pública de Suecia y defensor, en su momento, de la inmunidad de rebaño, reconoció el 24 de junio, según lo informaron varios medios de comunicación internacional, que lo que está ocurriendo en Suecia es “terrible y pudo ser evitable la cantidad de muertos por Covid-19 en este país”. De alguna manera, está reconociendo que se equivocaron desde el inicio.
A los suecos no les ha ido nada bien, mostrando una tasa de mortalidad del 8.36% en comparación con la de Costa Rica que es de 0,43%, y una tasa de contagios de 609,22 por cada 100 mil habitantes, en comparación con la de Costa Rica de apenas 0,82. A pesar de las críticas, en términos generales, en Costa Rica se han hecho bien las cosas, desde el punto de vista sanitario. Las estadísticas son abismales entre uno y otro país. Sin embargo, para Costa Rica no es posible mantener el modelo actual pues, por un lado, la vida es para vivirla en todas sus extensiones y, por otro lado, no es posible detener la economía, pues la calidad de vida de todos los habitantes se vería más deteriorada de lo que ya está.
Hay que salir de la hibernación.
Para los biólogos, un animal encerrado es un animal muerto, desde el punto de vista de la población y los ecosistemas, puesto que no tiene las interacciones propias de un ser vivo. Esta premisa no es válida cuando el confinamiento se hace de manera voluntaria en razón de lo que ocurre en el ambiente circundante. Es así, como algunas especies que habitan en lugares donde los inviernos son intensos, se refugian en sus cuevas durante varios meses hasta que las condiciones ambientales mejoren y su existencia no corra peligro, tal como lo hacen los osos pardos. En estado de hibernación, el metabolismo de estos animales es muy bajo, disminuye la frecuencia respiratoria y el pulso cardiaco, no se alimentan y duermen profundamente, mientras el cuerpo va consumiendo las reservas de grasa lentamente.
Es por eso que el quedarse en casa, el distanciamiento interpersonal y la supresión de muchos de los derechos fundamentales, ha sido como una especie de hibernación en tiempos del COVID-19, en el que nos hemos visto obligados a bajarle el ritmo a las actividades diarias, a consumir las reservas económicas, a dejar que allí afuera la amenaza del virus pase o, al menos, tomemos valor para salir y enfrentarnos a ese minúsculo “coronavicho”.
Los osos pardos saben que el invierno no dura para siempre; que llegará el momento en que hay que dejar la comodidad y seguridad de la cueva para salir porque el hambre, ese monstruo insaciable que todos los seres vivos llevamos dentro, no obliga a salir a buscar alimento, agua, pareja a explorar el mundo, en fin, a vivir la vida.
Ya nuestro periodo de “hibernación” tiene que parar. Ya debemos animarnos a salir de nuestras casas, no con temor, pero si con mucha prudencia y precaución. Todos corremos el riesgo de enfermarnos, pero la inmensa mayoría sobrevivirá. Muchos necesitarán de los servicios hospitalarios y por eso tenemos el reto de cuidarnos entre todos, para evitar el colapso del sistema de salud. También tenemos el deber y la necesidad de reactivar las economías de las familias, las empresas y el Estado. Pero está claro que no podemos hacerlo de la manera en que estábamos acostumbrados antes del inicio del presente año, por lo que el otro reto es hacerlo sin exponernos a la enfermedad y sin comprometer la salud de los demás.
Salgamos con precaución, no con temor.
La realidad que vivimos nos obliga a comportarnos de manera diferente. Probablemente seamos menos comunicativos, más eficientes en el uso del tiempo para no permanecer en lugares donde el riesgo de contagio es mayor, menos consumistas, pues hemos aprendido que podemos vivir con mucho menos de lo que estábamos acostumbrados, más conscientes del mundo que nos rodea. Serán tiempos en los que vivir el momento actual es de vital importancia. Es decir, tendremos que aprender a analizar cada situación en la que estamos a cada momento, no con temor, sino por precaución, con la conciencia de lo vulnerables que somos ante las enfermedad y del potencial que cada uno de nosotros tenemos para contaminar a otros, en particular a nuestros seres más queridos, que son aquellos mayores, que podrían ser nuestros padres o abuelos; personas con problemas de salud que, ante la presencia del coronavirus, podrían ver comprometida su propia existencia. Y aunque todos los seres humanos y, en general, los seres vivos, tenemos fecha de caducidad, porque no somos eternos, la experiencia de la VIDA es tan maravillosa, que deseamos prolongarla lo más que podamos, sin importar la edad.
Sin embargo, la vida debe continuar y podemos mantenernos alejados del virus, y otras muchas enfermedades, siguiendo los lineamientos de las autoridades de salud, tales como seguir los protocolos para toser y estornudar, el lavado de manos, el distanciamiento interpersonal, la limpieza constante de las superficies con las que tenemos contacto frecuente y el uso de la mascarilla.
Uso de la mascarilla.
En este sentido, a menos de un mes de haberse registrado el primer caso de COVID-19 en Costa Rica, publicamos, en este mismo medio, un artículo sobre la necesidad del uso de la mascarilla para evitar el contagio. En aquel momento las autoridades de salud no la recomendaban, sin embargo, hoy su uso es obligatorio para algunos lugares y personas. Por esta razón es conveniente volver sobre el uso de las mascarillas, dada la experiencia que hemos adquirido con el uso de las mismas y el mal uso que alguna gente hace de ellas. Me refiero aquí a las mascarillas comunes y no a las N95, que deberían ser de uso exclusivo para el personal sanitario de primera línea de lucha contra el coronavirus.
En la calle se ve toda clase de mascarillas, desde aquellas con diseño de una sonrisa con una calavera, hasta las mascarillas quirúrgicas de tres pliegues. Con frecuencia, las mascarillas hechas en talleres locales no presentan ninguna dificultad para colocárselas. Sin embargo, las quirúrgicas, que son de colores celeste por un lado y blanco por el otro, sí representan problemas, pues es relativamente frecuente observar el lado blanco hacia afuera, cuando este es el lado que debe ir hacia dentro. Por fuera deberíamos ver el lado celeste. Así mismo, hemos visto que la mascarilla se cae, no se sostiene en la nariz, y esto es porque el lado que va por la nariz, que tiene un borde más duro (con alma de metal) y que permite ajustarlo a la nariz, está del lado de la barbilla.
De acuerdo con la información suministrada por las autoridades sanitarias, el virus no se propaga por el aire, sino por las gotículas de saliva. El virus no se encuentra suspendido en el aire, no es propagado por el viento, salvo que alguien estornude libremente y una corriente de viento o un ventilador transporten las gotículas más allá del área perimetral de un metro ochenta centímetros, que es la distancia recomendada de distanciamiento entre personas o burbujas sociales. De manera que, si el virus no está en el aire, no es necesario utilizar la mascarilla en gran cantidad de situaciones y lugares.
Casos en los que no es necesario usar la mascarilla: si en la casa no hay nadie en cuarentena o infectados; si conduzco el vehículo solo o en compañía de personas de la misma burbuja social; si trabajo solo en una oficina o departamento y no tengo contacto con otras personas; si en el lugar de trabajo se guarda la distancia mínima de metro ochenta centímetros; si trabaja como guarda de noche y no tiene contacto con la gente; si trabaja en labores agrícolas o de campo y se guarda el distanciamiento interpersonal.
Casos en los que se deber usar la mascarilla: cuando va a lugares públicos donde no es posible guardar el distanciamiento interpersonal; cuando trabaja en un centro de salud, público o privado; cuando tiene que asistir a un lugar donde brinden servicios de salud; cuando va a cualquier establecimiento a hacer compras: supermercado, tienda, farmacia; si trabaja en cualquier establecimiento comercial y tiene contacto con compañeros de trabajo o el público; si es chofer de bus, taxi o similar; si viaje en bus, tren, barco o avión.
Pero lo más importante es valorar, utilizando el sentido común, en qué lugares debo y cuáles lugares no debo utilizar la mascarilla. Es un asunto de conciencia de lo que se está haciendo, es decir, de vivir el momento, de analizar cada situación.
Aunque no existen estudios que demuestren los efectos adversos sobre la salud con respecto al uso de la mascarilla, algunas personas podrían sentir disminuido el aporte de oxígeno al cuerpo, empañamiento de los anteojos, entre otras molestias. Incluso, el empañamiento de los anteojos podría inducir a un cambio en el ritmo de la respiración que sí puede afectar el suministro de oxígeno. Esto nos lleva a tener que estar tocando la mascarilla con el riesgo de contaminarnos las manos, en caso de que las mascarillas se hayan contaminado. Es por esta razón que se recomienda, antes de remover o colocarse la mascarilla, lavarse las manos con agua y jabón, o bien utilizar el alcohol en gel para desinfectarse las manos.
Desecho de la mascarilla: responsabilidad sanitaria y ambiental
Uno de los problemas que se ha visto, en casi todo el mundo, con respeto al uso de las mascarillas, es la disposición final del residuo, es decir, cuando la mascarilla se desecha, debe hacerse de manera responsable. Lo ideal sería desecharla en una bolsa plástica pequeña y depositarla en un basurero con una bolsa plástica y con tapa. Sin embargo, esto podría incrementar la contaminación por plásticos. La recomendación sería que, sí la mascarilla de desecho fue utilizada por un paciente diagnosticado como positivo, estas sí deben desecharse en una bolsa plástica pequeña y luego en el basurero de residuos comunes. Estos basureros deben tener una bolsa plástica (de preferencia oxobiodegradable) y con tapa. Las demás mascarillas sí podrían depositarse en basureros con bolsa plástica y con tapa.
Además, para proteger la salud de los recolectores de residuos, es recomendable desinfectar las bolsas de basura antes de sacarlas de la casa para que sean recogidas. Estos trabajadores también merecen la consideración para evitar el contagio de ellos y sus familias.
Adicionalmente, será necesario al salir de casa, llevar nuestro propio kit de seguridad sanitaria, además de la mascarilla, nuestro propio frasquito de alcohol en gel y algunas toallas desechables o papel higiénico para desinfectar aquellos lugares que podrían poner en duda su limpieza.
Que domine el amor y no el temor.
Ánimo, que la vida es para vivirla. Que el TEMOR no nos paralice y que sea el AMOR propio y por los demás, los que, con prudencia, nos permitan seguir disfrutando de la maravilla de ser y estar vivos.
Hámer Salazar.
Es biólogo y profesor jubilado de la Universidad de Costa Rica, no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá de su profesión y cargo académico citados.
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