Hámer Salazar: Otra realidad

En tiempos de coronavirus hemos aprendido a vivir con mucho menos de lo estábamos acostumbrados.

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Hámer Salazar, Biólogo. info@hamersalazar.com

Los gritos de terror hicieron que, cuantos estábamos en el gran centro comercial, nos dirigiéramos hasta la fuente del ruido. No pasa nada. Es solo una chica que, voluntariamente, quiso someterse al albedrío de uno de esos artefactos de entretenimiento que transportan a quienes lo usan a otras realidades.

¿Es que existen otras realidades? Pues sí. Hay un dicho que reza: “cada cabeza es un mundo”. Es decir, cada individuo vive su propia realidad. Una realidad que nace de todo su ser y entender. Una realidad que es única para cada quien. Aunque digan que todos somos iguales, la verdad es que cada persona es única e irrepetible y vive su propio drama o su propia comedia.

Lo que todos los fisgones observábamos en aquel espectáculo gratuito, era una chica de pie sobre una pequeña plataforma, sujetándose de una baranda horizontal. En su cabeza tenía un dispositivo grande y negro, a manera de anteojos, y unos grandes audífonos cubrían totalmente sus orejas. Desde el segundo y el tercer piso del centro comercial, así como el tumulto de gente que se hizo alrededor de aquel pequeño centro de diversiones, lo que veíamos era la plataforma que se movía de manera errática, pero de seguro, sincronizada con lo que la chica estaba observando y escuchando en los dispositivos que tenía en su cabeza: abismos interminables, caídas al vacío, o quizá grandes fieras o monstruos, amenazas terribles para la vida, cualquier cosa que fuera, había acelerado los latidos de su corazón, la adrenalina recorría todo su cuerpo, el temor y la angustia se habían apoderado de ella. Sin embargo, a su alrededor todo era calma y risas. Después de algunos minutos de escuchar los gritos y de saber que no pasaba nada, la gente se comenzó a dispersar y volvieron a las vitrinas de las tiendas, a sus compras… Había sido solo un incidente sin importancia, nada que temer o de que preocuparse.

Pero dentro de la cabeza y todo el ser de la muchacha sobre la pequeña plataforma, el mundo era distinto. Para ella, toda la gente a su alrededor había desaparecido, no había tiendas, ni restaurantes, ni centro comercial, ni nada. Ni siquiera los audífonos ni los anteojos especiales. La barra de la que se sujetaba era su único contacto con el mundo real y a la vez su pieza de salvación. Soltarse de esa pequeña barra podría significar, en aquella realidad virtual, la diferencia entre la vida y la muerte…

Esta es una buena anécdota para comprender que todo lo que ocurre en el exterior no nos debería afectar, pues en realidad, lo más importante, ocurre en nuestro interior. Así como podemos cambiar nuestra realidad colocándonos dispositivos para acceder a otras realidades, así también, si cerramos los ojos, los objetos circundantes como edificios, montañas y hasta el Universo pueden desaparecer de nuestra realidad; si nos tapamos lo oídos todo puede quedar en absoluto silencio, y esas pueden ser realidades para algunos: un mundo en total oscuridad y en silencio total. Afortunadamente, la mayoría de las personas podemos disfrutar de las bendiciones que significa ver y oir.

Sin embargo, la forma en que percibimos la realidad es distinta para cada quien.  Es así, como lo que es lindo o bueno para algunos no lo es para otros, ya que la realidad que cada quien se construye es la sumatoria de lo que carga genéticamente, pero tambien de la sumatoria de todo lo que ha aprendido a lo largo de su vida, de la información que ha percibido a traves de los órganos de percepción del medio externo, de lo que recibe a traves de sus cinco sentidos (oído, vista, tacto, olfato y gusto), así como de su sistema de creencias, ya sean religiosas, politicas, sociales, deportivas, etc.

La chica con esos dispositivos de realidad virtual creía que lo que le ocurría a ella era lo más importante en el planeta y en el Universo, que su angustia era la mayor de cualquier ser humano, que su drama debía ser escuchado y conocido por todos, y es así, como ocurre con la vida de cada uno de nosotros. Pero la realidad es otra. Cada quien vive su propio drama, pero ahí afuera, todo está bien. Es dentro de cada uno de nosotros donde existe la paz o la angustia, el amor o el odio, el temor o la osadia, la riqueza o la pobreza, la felicidad o la infelicidad. No es en el exterior donde podemos encontrar el estado de ánimo que queremos, sino dentro de cada uno de nosotros.

Cambiar la realidad depende de cada quien. La felicidad es una decisión personal. Y alguien podría preguntar ¿y la pobreza es también una decisión personal? Depende del concepto que manejemos de pobreza; de cuáles parámetros estemos usando para definir si somos pobres o no. Esto es porque el sistema económico, de consumismo, nos hace creer que somos pobres porque no tenemos esto o lo otro, mientras que hay millonarios que, teniéndolo todo, son miserables. En tiempos de coronavirus hemos aprendido a vivir con mucho menos de lo estábamos acostumbrados.

Quienes hemos aprendido a valorar la vida en todas sus formas, quienes creemos que todo es un milagro, quienes apreciamos, como seres vivos que somos, que podemos disfrutar de la luz y el calor del sol, de la brisa, de la lluvia, del canto de las aves, del murmullo de la olas, del vuelo de una mariposa, de la sonrisa de un niño o una niña; de quienes somos concientes de la importania de la respiracion, de la buena nutrición, del buen vivir que no tiene nada que ver con lujos ni excesos, sino de vivir el día a día; quienes disfrutamos del cielo como techo, que nos hace infinitamente pequeños, pero vivos a la vez, sabemos de lo tremendamente ricos que somos. Que la enfermedad, si llega, afectará en el estuche que nos transporta y no al verdadero Ser que somos…

 

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