Hámer Salazar: Sin ejército gracias a la lectura

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Hámer Salazar Rodríguez, Biólogo. info@hamersalazar.com

El 1º de diciembre de 1948, un sonido sordo y contundente se escucha en el Cuartel Bella Vista. Se trata del golpe de mazo que don José Figueres Ferrer daba sobre una de las almenas del edificio militar. Solo habían transcurrido poco más de ocho meses que sus paredes fueran testigos mudos de fusilamientos, encuentros y desencuentros de militares oficiales con militares rebeldes.

Aquel mazo se convirtió en la pluma y el golpe en la tinta que le pusieron punto final a la historia de la Primera República. El desprendimiento de la almena, esa estructura vertical y rectangular que se utilizaba como protección de los militares en las torres más elevadas del cuartel militar, ya no era necesaria. Nunca más un ser humano vestido de militar, tendría necesidad de parapetarse detrás del murete; nunca más una madre vería abandonar el hogar a sus hijos para ir a cumplir el servicio militar, ninguna esposa sufriría más la ausencia de su compañero en tiempos de guerra y ningún hijo quedaría huérfano a causa de una guerra, porque estos son anhelos del corazón de toda madre, esposa e hijos, de cualquier del mundo.  Los guijarros que desprendió el mazazo, abrieron un espacio de luz, paz y libertad y cerró las páginas de un libro con gran parte de la historia patria, con páginas de un ejército del que se relatan pocas glorias, como la guerra contra los filibusteros, pero sí muchas y muy oscuras y marrulleras historias relacionadas con la administración del poder político y militar en Costa Rica.

Para la guerra civil de 1948 había, al menos, tres fuerzas armadas formales, dos ejércitos, a saber: el estatal y el de José Figueres, conocido como el Ejército de Liberación Nacional y la Legión del Caribe. Las milicias estatales, que se habían fortalecido desde la promulgación del Código Militar de 1871 y que llegaron a su “máximo esplendor” cuando se estableció la dictadura militar liderada por Federico Alberto Tinoco Granados y por su hermano José Joaquín, como ministro de Guerra, habían comenzado a ser erosionadas, desde 1921, con el gobierno de don Julio Acosta García, líder de la lucha contra la dictadura de los Tinoco. Paradójicamente, aquella dictadura militar, que se reconoce como la única en la historia patria, comenzaría a ponerle fin al ejército costarricense. De tal manera que, por poco más de veinticinco años, el ejército comenzó a sufrir un debilitamiento presupuestario que le impedía adquirir armas, equipo de guerra, uniformes, así como el establecimiento de una verdadera jerarquía militar. De tal suerte, que la revolución de 1948, se enfrentaría a un remedo de ejército, en comparación con el Ejército de Liberación Nacional y la Legión del Caribe que habían formado Figueres y sus aliados.

Para Figueres, las burlas que las autoridades de gobierno, incluida la Asamblea Legislativa, habían hecho al pueblo costarricense, al desconocer el resultado de las últimas elecciones, en las que resultó vencedor don Otilio Ulate. Curiosamente, un incendio destruyó las papeletas. Pero también el asesinato del Dr. Carlos Luis Valverde Vega, en manos de las fuerzas del gobierno, fueron los detonantes para iniciar la revolución, cuyo objetivo sería, hacer un “borrón y cuenta nueva”, para el establecimiento de la Segunda República. Así lo proclamaba Figueres desde Santa María de Dota. El pueblo había perdido su soberanía y tenía, no solamente el derecho, sino el deber, de pelear para defenderla. Aquella fue una guerra motivada no por ambiciones personales y egoístas de quienes la dirigieron, sino que respondía a la suma de la intelectualidad de los comunistas y las ideales figueristas de libertad y dignidad para todos los seres humanos

El Ejército de Liberación Nacional fue glorioso y era el que debía mantenerse para proteger la soberanía nacional, pero ya había cumplido con su cometido y tanto en este como en el ejército nacional, había militares extranjeros que podrían representar un peligro para le mantenimiento de la paz. Tampoco era posible la coexistencia de los dos ejércitos.  Así comprendió Figueres y la Junta de Gobierno, que el 25 de noviembre de 1948, había acordado un plan para suprimir el ejército.

Figueres, sobrio a pesar de la borrachera que pudo haber causado la victoria, con valor estoico, decide ejecutar el acuerdo de la Junta de Gobierno, con el acto simbólico del 1º de diciembre para eliminar el ejército. ¿Y, cómo pudo el propio Comandante en Jefe del ejército victorioso tomar una decisión tan disruptiva, apenas pasado el fragor de la guerra? Fue él mismo quien lo confesó en un corto discurso, con motivo de la celebración del Día de la Abolición del Ejército, en 1986. Dijo que la inspiración le vino de las lecturas del escritor inglés Herbert George Wells.  Sin lugar a dudas, don Pepe fue un gran lector.

H.G. Wells, fue autor de docenas de novelas, muchas de ellas de ciencia ficción con denuncia social. Además de biólogo y profesor de ciencias naturales, fue un escritor con un gran compromiso social y pacifista.  Decía que los ejércitos son innecesarios. Dentro de las novelas más famosas está “La guerra de los mundos”, convertida en radionovela por Orson Wells y que causó gran revuelo en entre los estadounidenses, que creyeron que aquella era una invasión extraterrestre real. De acuerdo con H.G. Wells, ningún ejército podía ser capaz de enfrentar aquella invasión extraterrestre, pero sin una bacteria. Hoy los ejércitos siguen siendo innecesarios, un virus, que es menos que una bacteria, puso, no a extra terrestres, sino a la humanidad, de rodillas. Pero más que esto, el potencial nuclear destructivo que tienen varios países hacen que los ejércitos resulten ser cosa del pasado.

En el citado discurso de 1986, nos recordaba don Pepe, que el lugar donde hoy se encuentra el Museo Nacional estuvo la casa de don Mauro Fernández, el gran reformador de la educación costarricense, y el ideal de Figueres, según la segunda proclama de Santa María de Dota, era que una vez obtenida la victoria y con el establecimiento de la Segunda República, se iniciaría una guerra contra la pobreza para procurar el bienestar para el mayor número de personas. Ya don Mauro lo había sugerido con su reforma educativa de finales del siglo antepasado y ahora, con el mazo como pluma y el golpe como punto final, se iniciaría una nueva era para Costa Rica, donde se dedicarían más recursos para fortalecer al nuevo ejército, pero ahora no de militares sino de educadores y estudiantes. Gracias a esa decisión, muchos costarricenses, como quien escribe, hemos tenido el privilegio de ir a la escuela, el colegio y la universidad de manera gratuita, y podemos tomar un papel, una pantalla de computadora o un micrófono, para externar nuestras ideas con toda libertad.

El estoicismo de don Pepe para deshacerse de un ejército victorioso recién creado, sin la protesta de los propios militares y de los ciudadanos, debe ser motivo de imitación en el mundo. Ciertamente, todos los ejércitos del mundo deberían desaparecer…

Y ahora que es feriado el Día de la Abolición del Ejército, quizás tengamos tiempo para reflexionar acerca de la frase de nuestro Himno Nacional que dice “la tosca herramienta en arma trocar”, para cambiarla por una frase que sea consecuente, tanto con la abolición del ejército como por la proclama de don Luis Alberto Monge, de la neutralidad costarricense. Ese es un grito de guerra que ya nadie desearía materializar. Al contrario, creemos en la paz y el respeto a las diferentes formas de pensar, y a pesar de lo lenta y ciega que podría ser la justicia, seguimos creyendo que los conflictos se pueden resolver en los tribunales nacionales o internacionales. Pero esto es avispa de otro panal…

 


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