Hámer Salazar: Somos Planeta
Nuestra propia existencia no es otra cosa más que el producto de la transformación de los elementos de la Tierra en alimentos, agua y aire que los incorporamos a través de la respiración y lo que comemos para, finalmente, devolverlos a la Tierra, en forma de excretas y, una vez que hemos cumplido con nuestro ciclo de vida, nos convertimos en tierra o cenizas, porque somos planeta.
Hámer Salazar, Biólogo. info@hamersalazar.com
La evolución de la conciencia humana, en relación con el planeta Tierra ha sido muy lenta, a pesar del avance en el conocimiento que, a lo largo de los años, hemos ido adquiriendo sobre el mismo. Durante cientos de años, se creyó que la Tierra era el centro del Universo, que el Sol giraba alrededor de la Tierra, incluso que la Tierra era plana. Sin embargo, los acontecimientos de los últimos sesenta años debieron ser cruciales para un mejor entendimiento del planeta en que vivimos. Por ejemplo, la primera fotografía tomada desde el espacio exterior por la sonda espacial Voyager I, que se conoció como la Fotografía del Siglo, en la que aparece la Tierra y la Luna como dos grandes esferas, debió llamar a la reflexión. Incluso antes, el misil V2, en 1946, había tomado fragmentos de la Tierra donde se observaba su curvatura. Esas fotografías debieron cambiar radicalmente la percepción que tenemos del mundo en que vivimos. Pero lo que debió darle un golpe de timón a la humanidad fue la primera misión espacial a la Luna, en julio de 1969, en el Apolo 11, no solamente porque fue la primera vez que pudimos ver la Tierra desde la Luna, sino porque nos pone de manifiesto, sin lugar a dudas, que nuestro planeta es una nave espacial en la que viajamos todos. Años más tarde , el célebre Carl Sagan, le pidió al comando de la misión del Voyager I, después de haber recorrido 6000 millones de kilómetros, que le dieran vuelta a la cámara, para ver nuestra Tierra desde lejos, muy lejos, y el 14 de febrero de 1990, nos llegaron las impresionantes imágenes que nos muestran la Tierra como un pequeñísimo punto azul, como parte de los demás objetos celestiales en la oscuridad eterna del Cosmos.
De esas imagen, que es realmente conmovedora, decía Carl Sagan:
Nuestro planeta es una solitaria mancha en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Asentarnos, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos.
Sin embargo, ha sido también durante los últimos sesenta años, cuando hemos vivido la mayor explosión demográfica de seres humanos, los mayores avances científicos y tecnológicos, el mayor confort con toda clase de cosas, aparatos y artilugios; las mayores facilidades para movernos de una parte del planeta a otro; toda clase de conocimiento al alcance de la mano, literalmente; pero también hemos vivido los mayores desastres ambientales como Chernóbil, Bhopal, Deepwater Horizon, Exxon Valdez, Guiyu, entre otros; hemos transformado el petróleo, que estaba escondido, muy escondido en las profundidades de la tierra, en toda clase de plásticos y químicos que ahora inundan los ríos y océanos. Hoy, nos enfrentamos a dos grandes amenazas, producto de la codicia de algunos y la desidia de muchos, como lo son el cambio climático y la pandemia del coronavirus, la más ampliamente distribuida de todos los tiempos. Ambas, crisis climática y crisis sanitaria, afectan todos los rincones del planeta. La primera con efectos sobre todos los ecosistemas y la segunda sobre la especie humana directamente. Ambas con la advertencia para la humanidad, sobre nuestra fragilidad ante los fenómenos de la naturaleza y ante las manifestaciones más elementales de la vida como son los virus, que ni siquiera llegan a clasificarse como seres vivos, porque son solamente biomoléculas, pero que tienen a la humanidad en vilo. Sin embargo, para referirnos a la problemática ambiental se ha definido el 5 de junio como Día Mundial del Medio Ambiente. Y no es que quiera que volvamos la mirada para otro lado y desentendernos de estos graves problemas. Al contrario, lo que quiero es que volvamos la mirada a la homenajeada, a la Tierra. A la que Lynn Margulis y James Lovelock llamaron Gaia, en honor a la diosa griega de la Tierra, y los indígenas de la cordillera de los Andes le llaman la Pachamama. Ambos coinciden en que la Tierra es como un gran organismo viviente. Ella respira y se mueve.
Debemos celebrar a ese minúsculo punto azul en la oscuridad del Universo que llamamos planeta Tierra. Aquí, donde están los montes del Himalaya, la cordillera de los Andes y las montañas de Talamanca, como testigos de que la Tierra es un planeta vivo que, con el paso del tiempo, es capaz de elevar el fondo de los océanos para convertirlo en grandes montañas; de mover las grandes masas de tierra firme, que llamamos placas tectónicas; de volcanes y géiseres que lazan lava, cenizas, agua y vapor de agua; de terremotos; de rocas, cristales, de piedras preciosas que nos hablan del poder de transformación de la temperatura y la presión que tiene este planeta vivo. De los lagos, ríos y mares que conforman cerca de las dos terceras partes de la superficie del planeta y que parte indispensable del ciclo del agua. De tornados y huracanes, de granizos y nieve, de lluvia y de rocío, de polvo y arena. También de arco iris, de auroras boreales y de celajes…
Es un día para celebrar la existencia de las ballenas y delfines, del pez globo que es un experto en dibujar “fractales” en el fondo del océano; de los minúsculos corales, esponjas y algas que conforman los arrecifes marinos que, en esencia, son grandes “ciudades”, pero de otra naturaleza a las ciudades humanas. Los corales, como las abejas, hormigas, termitas, castores y humanos, somos capaces de transformar el paisaje. Es un día para celebrar las miríadas de insectos y otros artrópodos, que conforman cerca del 80% de todas las especies vivientes; de celebrar las más de diez mil especies de aves, las veinticuatro mil especies de peces, las más de cien mil especies de moluscos; así como más de cinco mil especies de mamíferos, más de tres mil especies de reptiles, cerca de siete mil especies de anfibios… Las plantas, que existen desde la noche de los tiempos, desde los antiquísimos helechos hasta las secoyas gigantes, desde la vegetación de los páramos hasta los bosques tropicales, y cuantas plantas cultivamos para nuestro propio beneficio y el de los animales domésticos que nos comemos..
Es un día para celebrar al castor, el ingeniero que construye represas, a las abejas que polinizan, recolectan néctar, construyen edificios comunales y tienen una organización social muy especializada. Es incluso, un día para celebrar a la especie humana. No por ser la más importante del planeta, sino por que es la que ha tenido el mayor poder de transformación de los elementos del planeta. Autos, aviones, barcos, naves espaciales, computadoras, celulares, edificios, iglesias, mezquitas, sinagogas, túneles, puentes, todo, absolutamente todo lo que somos y lo que hemos construido, no es otra cosa más que la transformación de los elementos de nuestra Tierra. Por eso también somos planeta.
Nuestra propia existencia no es otra cosa más que el producto de la transformación de los elementos de la Tierra en alimentos, agua y aire que los incorporamos a través de la respiración y lo que comemos para, finalmente, devolverlos a la Tierra, en forma de excretas y, una vez que hemos cumplido con nuestro ciclo de vida, nos convertimos en tierra o cenizas, porque somos planeta.
Que lo estamos transformando sí. Que lo estamos deteriorando también. Pero la Tierra no necesita que la salvemos. La historia geológica del planeta lo que nos dice es que está en constante transformación. Los dinosaurios, miles de especies de plantas, artrópodos y moluscos han desaparecido y, sin embargo, la Tierra tiene más especies hoy de las que jamás ha tenido. Somos los seres humanos los que estamos provocando la transformación, pero somos parte del planeta también. No somos dos entidades separadas: seres humanos y planeta somos una sola cosa.
Algún día aprenderemos que todo lo que haya hecho la humanidad, todo lo que hace y todo lo que hará, es como si ocurriera en una minúscula gota de rocío que pende de una brizna de hierba, en una solitaria montaña, al amanecer de un día soleado… porque somos planeta.
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