Jack D. Torres Leandro, Académico
En un escrito de 1988, Peter Drucker predijo que en veinte años, la organización promedio habría reducido el número de niveles de administración a la mitad y reducido sus rangos gerenciales en dos tercios. Él estaba equivocado, ésta goza de mala salud y parece tan inexpugnable como siempre. Para derrotarla, debemos entender qué lo hace tan resistente, por ello algunas consideraciones puntuales.
Primero, y lo más obvio, la burocracia es omnipresente. ¿Cómo matas algo que está, literalmente, en todas partes? Dada su ubicuidad, es fácil suponer que la misma tiene sus raíces en leyes inmutables, el equivalente organizativo de las leyes del movimiento planetario de Kepler o la ley de la dinámica de fluidos de Bernoulli.
En segundo lugar, las estructuras y los rituales de la burocracia constituyen un conjunto de normas sociales que, como todas las normas, son difíciles de desafiar sin parecer un bufón. Sugiera abolir las trampas de la burocracia (las múltiples capas de gestión y los grupos de personal todopoderosos) y sus colegas se burlarán de su ingenuidad, señalándolo como el villano de la organización.
¿Qué sigue? ¿Permitir que las personas diseñen sus propios trabajos, elijan a sus colegas y aprueben sus propios gastos? Bueno, sí, en realidad, pero si se toma dicho camino las cabezas explotarán del ruido organizacional.
Las normas burocráticas son poderosas porque están respaldadas por una red de relaciones institucionales basadas en la creencia de que es esencial. Las firmas consultoras les dicen a sus clientes que un cambio profundo es imposible sin la bendición del Presidente o Gerente General , lo que refuerza la suposición de que el cambio comienza desde arriba.
Las agencias gubernamentales exigen pruebas del cumplimiento normativo y solo quedan satisfechas cuando se les presentan los artefactos del control burocrático: un director de cumplimiento, capacitación obligatoria e informes completos.
En tercer lugar, al igual que las centrales nucleares y los cohetes espaciales, las burocracias son sistemas complejos e integrados. Cada proceso está conectado con todos los demás procesos. Esta falta de modularidad hace que sea difícil cambiar una cosa sin cambiar todo. Por donde empezar, ¡esa es la paradoja del cambio! lo que parece factible no es transformador y lo transformacional no parece factible.
Cuarto, los burócratas tienden a defender el status quo, siendo este un juego multijugador masivo en el que millones de seres humanos compiten por el premio de la promoción. Estas son batallas de suma cero, para avanzar, debes dominar el arte de eludir la culpa, defender el territorio, administrar, acumular recursos, intercambiar favores, negociar objetivos y escapar del escrutinio.
En esta tesitura, es poco probable que cualquiera que haya pasado años perfeccionando estas habilidades se entusiasme con un cambio radical en las reglas. Pedirle a un burócrata experimentado que pase de manager a mentor es como pedirle a LeBron James, la estrella de Los Angeles Lakers, que abandone el baloncesto en favor del tennis.
En quinto lugar, la burocracia funciona, más o menos. Todas esas estructuras y sistemas burocráticos tienen un propósito, aunque sea deficiente. Simplemente extirparlos crearía un caos. Imagine, por ejemplo, lo que sucedería si una organización diezmara las filas de la gerencia media sin antes equipar a los empleados con las habilidades, los incentivos y la información para que se auto gestionen.
Consecuentemente, la burocracia es un baluarte contra el desorden, si llegase a desmantelarse se viene la anarquía, o eso cree la mayoría de los líderes. Subrayar, ésta no avanza independientemente de las intenciones detrás de ellas, es decir las que hacen referencia a las personas.
Llegado a este punto, el combustible que alimenta el crecimiento de la burocracia es la búsqueda del poder personal. El poder trae ventajas de supervivencia y estamos programados para buscarlo de forma consciente o inconsciente. Tener el poder para dirigir la vida es esencial, pero al igual que el deseo por la comida, el alcohol o el sexo, la lujuria por el poder puede esclavizarnos, y en quizás eso sea lo que este sucediendo hoy día en nuestra nación.
Considerando la línea de la presente conversación, se logra inferir que una adyacencia es la centralización, funciona como un trinquete, en virtud que las personas con poder generalmente no están dispuestas a renunciar a él y, a menudo, están deseosas por seguir saciándose sin meta alguna.
Al tenor de lo expuesto, la burocracia enciende nuestro deseo natural de poder, a veces hasta el punto de la caricatura. Como resultado, saca lo peor de las personas, ya sea un funcionario menor que aplica alegremente una regla insignificante, o un jefe que recibe un masaje de ego de un subordinado deferente. En otras palabras, la burocracia no es simplemente un problema organizacional, es un problema humano.
Si llego a este punto, lo esperado es tener alguna noción de cómo hacerle frente, ¡al menos ese es mi ideal!, vemos muchas modas, en el plano organizacional, que generan resultados; no obstante, una inquietud ¿Serán igualmente intrascendentes? Sí, a menos que seamos honestos acerca de por qué la burocracia es tan difícil de derrotar, y luego ajustemos nuestras tácticas en consecuencia, pongo sobre la mesa algunos hechos:
- La burocracia es parte de la dinámica organizacional: Debe existir el coraje de enfrentarla con alternativas plausibles en el corto, mediano y largo plazo. Por donde empezar, no hierva el agua tibia, busque organizaciones que hayan desafiado con éxito la ortodoxia de la gestión.
- La burocracia es compleja y sistemática: Los intentos fragmentados y a medias no servirán de nada, se requiere reemplazar todo el edificio una piedra a la vez.
- La burocracia se encuentra bien defendida: Habrá resistencia, por lo que los rebeldes administrativos deben unir fuerzas. Tienes que construir un movimiento de base que pueda abrumar o rodear a los defensores del status quo partiendo de una estrategia de cambio que sea audaz y prudente.
La burocracia se repite por sí sola, no habrán victorias fáciles. Para perseverar, necesitará un sentido de propósito que sea tan inquebrantable que trascienda los intereses propios y busque en todo momento el bien común.
Aristóteles argumentó que un individuo no puede alcanzar la felicidad sin autodirección. Creo fervientemente que una sociedad justa es aquella en la que las personas tienen la oportunidad y la libertad de convertirse en lo mejor de sí mismas, entonces no deberíamos tolerar la suave tiranía que millones de empleados enfrentan cada día en el trabajo, en otras palabras de un lunes a viernes es como morir lentamente.
Dejemos de lado nuestra propia capacidad para erradicar la burocracia, busquemos el coraje necesario en la historia, centenares de ejemplos, en cuanto a líderes se refiere, se han inmortalizado al defender la causa de la dignidad humana en los siglos pasados. Sus éxitos nos enseñan que un argumento puramente utilitario no es suficiente para desalojar un sistema social profundamente arraigado que sirve a los intereses de unos pocos más que a los de la mayoría.
A menudo, veo que las personas que parecen tener éxito están motivadas por el miedo, o en muchos casos se encuentran acostumbrados a que les digan: “haz lo que te digo o habrán consecuencias”. Estas actitudes lapidarias quedaron en la edad media, la forma que debiera prevalecer es hacerles confiar en su propia intuición y sabiduría colectiva. El éxito en la vida, tanto en el plano individual como colectivo, se encuentra determinado por cómo se maneja todo aquello que se cruce en el camino.
Para concluir, sueño con un mundo en el cual llegue a materializarse el argumento más poderoso a favor del cambio, siendo que todo ser humano merece la mayor oportunidad posible para desarrollar, aplicar y beneficiarse de sus dones naturales, y que innecesarios son los impedimentos creados por el hombre para esta búsqueda son injustos.
Por eso me opongo a la burocracia: porque los seres humanos merecen algo mejor a partir de un imperativo moral profundamente sentido y ampliamente compartido tendrá el poder de romper la indiferencia, el interés propio y las culturas del miedo que renacen para hacer callar la voz de las justicia dentro de las organizaciones.
Para eso le propongo que seamos constructores, en vez de detractores, y dónde impere la avaricia tengamos el suficiente coraje para impedir que las personas se reduzcan a simples números organizacionales.
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