Jeanette Amit: Daniel Gallegos (1930 – 2018)
Jeanette Amit.
Daniel Gallegos
Dramaturgo, novelista y director de teatro
(9 de enero 1930 – 5 de junio 2018)
Premio Nacional de Cultura Magón 1998
Esta entrevista fue parte del trabajo realizado por Jeanette Amit para su tesis de licenciatura en psicología en el año 2000, con el objetivo de indagar la forma en que las personas creativas dentro de algún ámbito de las artes o las letras se explican su proceso de trabajo particular y, de manera más general, el quehacer artístico.
La versión que aquí se publica fue editada y resumida a partir de la transcripción de la conversación con el escritor Daniel Gallegos.
El proceso de escritura creativa
En primer lugar, creo que hay una necesidad tremenda de comunicación, de comunicar todas aquellas cosas que le parecen importantes a uno. De algún modo, supongo yo que también se busca encontrar alguna solidaridad con los principios que uno tiene, estéticos o culturales. Pero qué otra cosa sería el arte si no se tiene en mente un receptor, el público o un grupo determinado. Yo creo que hay una tremenda necesidad de comunicarse.
El trabajo creativo es muy curioso. El trabajo de la comunicación artística también está cargado de emoción, de sentimiento, y por eso es que muchas veces se mueve mucho en el campo de la intuición. Yo pienso que, en primer lugar, toda manifestación artística brota más que nada de un proceso muy intuitivo. Yo creo que al hablar de intuición podríamos pensar también en el subconsciente. Creo que a nivel subconsciente se van acumulando una serie de cosas en formación, cosas que posiblemente lo impresionan a uno y van quedando ahí. Cuando viene una especie de estímulo, entonces uno busca en ese mundo y van saliendo cosas que, de alguna manera, comunican algo nuevo. Entonces, nosotros sentimos como que es la intuición, pero en realidad, cuando uno se pone a pensar cuántas cosas, después incluso al analizarlas de una manera más racional, uno puede darse cuenta de que muchas de esas cosas que sintió como que fueron intuitivas habían sido tal vez parte de un proceso del subconsciente, tal vez cosas que habían quedado ahí y después salieron, por una especie de estímulo detonante. Ese conocimiento posterior es un conocimiento analítico, racional. Creo que no se puede hacer a la inversa. El proceso es primero dejar la intuición que fluya, después puede estar sometido a un análisis y uno puede encontrar otras cosas, u otra gente puede encontrar otras cosas que ni siquiera uno pensó.
Hay un impulso inicial en que uno debe largarse, sin nada que lo limite. Una vez que usted tiene esa especie de visión de lo que hay adentro, entonces usted empieza a preocuparse ya por la forma. La forma podría decirse que es el control para que aquello no se le salga o se extralimite. Pero al inicio se parte también de una palabra muy linda, que a mí me gusta mucho, que es el entusiasmo. El entusiasmo etimológicamente es endeos: “con Dios adentro”. Usted siente ese entusiasmo por decir algo o por crear algo; entonces, uno debe dejar que ese impulso, ese entusiasmo lo lleve, le saque de adentro una serie de cosas. A mí me pasa muchas veces que escribo sobre una cosa y la guardo, dejo que pasen unos meses; entonces, ya después con otra perspectiva, no totalmente objetiva porque uno no puede objetivar totalmente lo que está haciendo, pero sí más fría, entonces ya uno empieza a controlar aquel inicio.
Después de un proceso intuitivo que produce el impulso, una vez que usted ya tiene su idea, pues naturalmente se pasa a un nivel conceptual, donde usted tiene que tener muy claro qué es lo que va a decir y cómo lo va a decir y a quién se lo va a decir. Yo creo que allí influye mucho la cultura que tiene una persona, la información que tiene. En todo caso, yo pienso que los grandes amigos de uno son las gentes, las otras gentes que están escribiendo también, porque uno aprende mucho de ellos. Nadie es único ni nadie es original tampoco, es decir, original en la medida que uno pueda decir las cosas tal vez de diferente manera, pero comenzando que los temas no son originales nunca. Para mí, el teatro especialmente, aunque la novela también, es un medio de cuestionarse uno y cuestionar a los demás sobre ciertas cosas que son importantes. En realidad, los grandes temas no son muchos, pero la variedad que hay entre ellos es inmensa.
Es tan particular y tan subjetivo, tan subjetivo el estímulo. El estímulo puede venir de una persona o de una situación… En mi primera obra hay una discusión sobre un tipo de experiencia, hay una reflexión sobre los valores religiosos, digamos, sobre la existencia de Dios y todas esas cosas. Después escribí La Colina. Hace muchos años hubo un gran movimiento para secularizar la Iglesia Católica y salió el Papa diciendo que ya las monjas no iban a usar aquellos hábitos que usaban, que iban a ser modernas y que ta y ta ta ta. Salió en Times una portada que decía “¿Ha muerto Dios?”, en la revista Times, y yo lo leí y eso fue lo que me impulsó a escribir esa obra. Precisamente, La Colina trata sobre la existencia de Dios… Aquí fue muy controversial y casi me censuran, pero el tema era un poco así como una premisa hacia el absurdo, y consistía en que el Vaticano había declarado la muerte de Dios oficialmente, entonces ¿qué era lo que pasaba en un convento? Claro, eso daba pie para una serie de reflexiones y cosas duras; no duras, pero cuestionamientos…
Otra vez, leyendo un periódico, vi que en California había una banda de muchachos jóvenes que por alguna razón detestaban a los viejitos, iban a la calle con ácido y se los tiraban a la cara de los viejitos. A mí me pareció espantoso eso y me puse a pensar, bueno, ¿qué es lo que tienen?, ¿qué es el resentimiento que tienen estos jóvenes con los viejos?, ¿qué es lo que pasa? Y eso me dio pie para escribir En el séptimo círculo, que es una obra sobre unos viejitos que están celebrando un cumpleaños cuando llegan unos jóvenes y los asaltan en la casa y les hacen un montón de cosas, los humillan; pero después los viejitos tienen una revancha, tienen un arma y se vuelven contra los jóvenes, y hay un cuestionamiento.
Yo una vez me senté y escribí una obra como en tres fines de semana. ¡Y me salió bien la obra! Pero esa obra la venía pensando como desde hacía dos años. Uno va acumulando, hay una serie de cosas a nivel subconsciente y a nivel consciente también. De repente le llama la atención una… Por ejemplo, a mí me pasó una vez con una conversación que tuve con un amigo. Estábamos hablando sobre ciertos incidentes en la vida de un niño que lo pueden dejar marcado. Yo le conté que, personalmente, de muchacho perdí una hermana que quería mucho; era niño y eso para mí fue una cosa que me marcó mucho. Pero él me contó una historia muy linda, que fue lo que me sirvió de base muchos años después para una novela. Me contó que él era hijo de una pareja, un señor que tenía muy buena posición y ella una mujer muy linda. Eran una pareja lindísima de la alta sociedad, donde iban ellos todo el mundo los tenía que ver y toda esta cosa. Y tenían este muchacho, este hijo, pero peleaban horriblemente, se tenían unos celos espantosos los dos y peleaban horriblemente, y cada vez que peleaban la madre cogía al niñito y entonces decía “su papá es un hombre horrible, solo anda con mujeres, es un hombre malo, usted es mi hombrecito”, y entonces lo chineaba y toda esta cosa. De repente se reconciliaba con el marido y el muchachito iba otra vez a la nana y ahí “hola mi hijito, ta ta”, y ya volvían otra vez y en esa se pasaban, cada vez que se peleaban era la misma cosa. Pero cuando se peleaban ella lo ponía en contra del marido. Finalmente se separaron, se divorciaron, y ella entonces le dijo que su marido era un mujeriego y era quién sabe qué, solo con mujeres malas andaba y no sé qué. El muchacho ya estaba adolescente y esto también le fue creando una dependencia tremenda con su madre (bueno, eso lo pensé yo después). Resulta que según me cuenta: “fíjate vos que un día, después de divorciados, veía yo a mi mamá muy rara, como que se arreglaba mucho y tenía citas raras, y un día se me ocurrió a mí seguirla, pensé, mi mamá debe tener un amante”. Y se fue y de veras la siguió como pudo, hasta entró al cuarto donde ella estaba y resulta que con quien se veía era con el padre. Él se sintió tremendamente traicionado y eso fue el tema de mi novela después, claro con otras cosas, pero eso fue el tema de mi novela.
Entonces, de repente, uno encuentra el momento propicio para decir eso. Incluso me parecía un lindo guion para una película. En esa época estaba yo enamorado (y todavía lo estoy) de Ingmar Bergman, y yo pensaba “¡ay, es que Ingmar Bergman se volvería loco con un tema como este!, voy a escribir una película yo”. Pero después dije “no, de aquí a que hagan ese tipo de cine aquí en Costa Rica yo ya estoy tres, cuatro metros bajo tierra”. Entonces hice la novela. Pero el tema fue un tema que quedó ahí y siempre me impresionó mucho, porque me pareció un lindo tema.
Escribir me ha dado mucha dicha, pero también angustia. Pero es el trabajo que me gusta a mí, lo que me gusta hacer, es lo que yo creo que puedo hacer. El arte es un mundo muy particular, es un mundo de constantes percepciones, de detalles. Por ejemplo, a mí se me hace muy difícil escribir de encargo, como algunas personas hacen, es decir, escriba sobre esto y lo hacen. A veces es tremendo porque paso meses y meses y no tengo nada que decir, o me siento en la computadora y nada sale. Como dicen: no hay cosa más horrible que la página en blanco. Pero tampoco es que me angustia, porque en cualquier momento hay algo y lo dice uno.
Yo no escribo para moda, eso sí se lo puedo decir, yo escribo lo que yo siento y lo que creo que puede gustarle a ese receptor ideal que yo imagino. Ese receptor ideal es mi amigo imaginario. Claro que uno está influido por las cosas que uno lee, las cosas que a uno le gustan. Yo pienso que todo es parte de un todo, a menos que exista uno de esos disque creadores que lo que quieren es estar a la moda y entonces empiezan a escribir de la manera en que el último escritor famoso escribió, con comas o sin comas, o escribió haciendo rayuela como Cortázar, entonces los otros empiezan a hacer también la misma cosa. Pues entonces ya uno ve esas consistencias, aunque otra cosa es experimentar y otra cosa es tener también el influjo maravilloso de tanta gente. Yo escribo como yo y el tiempo me colocará en el nicho que yo me merezco. El tiempo es el que lo coloca a uno donde uno debe estar, entonces mejor escribir lo que a uno le guste y que el tiempo lo coloque donde debe ser.
Por ejemplo, cada vez que leo a Shakespeare estoy enamorado de Shakespeare. Cada vez que leo, y he dado muchos cursos sobre Shakespeare, y cada vez que lo vuelvo a leer me sorprenden las cosas nuevas que encuentro. Después hay otros, también cuando leo a Federico García Lorca o a Pirandelo en el teatro. Ya sean autores contemporáneos, gente costarricense que está escribiendo buenas novelas, a mí me entusiasma lo que están escribiendo. Sin ningún espíritu de competencia, porque cada quien hace lo suyo. Como le decía, yo creo que una de las cosas que más daño le hacen a los creadores es escribir por competir, eso siempre a la larga es malo porque traiciona muchas veces los impulsos lindos primarios que hay. Es exactamente como esa gente que se pone zapatos de marca nada más para que los otros lo vean. Entonces, hay que escribir como fulano, hay que escribir como zutano, porque eso es lo que está de moda. Yo no creo en eso. Yo creo precisamente que lo grandioso en el creador es su originalidad, con comillas porque nadie es original, pero su manera de hacerlo; más que de originalidad podríamos decir su estilo.
Entonces son diferentes cosas lo que lo pueden impulsar a escribir a uno. Ahora, también estimula, digamos, que el medio sea propicio. Cuando ha habido temporadas en que la cultura del país parece estar en manos de gente que sabe más de lo que se trata. Y si hay un buen clima respecto al ambiente cultural, pues uno responde con mayor facilidad. Y yo diría, que hay épocas, como esta que estamos pasando, que son muy difíciles. Por ejemplo, en el teatro, cuando hay un público que se ha acostumbrado a ver unas obras en que el lenguaje grosero es lo que impera, obras que salen nada más, sin que el teatro sea lo que debe ser, por lo menos una reflexión sobre la realidad. Eso no quiere decir que uno vaya nada más que a filosofar, pero hay un teatro inteligente, entretenido y que, al mismo tiempo, enseña. Pero si no se da ese tipo de clima y no hay un público perceptivo, pues eso quita el estímulo.
Yo soy una persona que nunca está segura de lo que está haciendo. Muchas veces tengo que terminar esta obra porque si no voy a seguir hasta quién sabe cuándo. Es decir, llega un momento en que uno simplemente dice “bueno, ya está”. Pero yo creo que uno es muy inseguro y debe serlo así. Porque fíjese usted que, por ejemplo, Shakespeare escribió Hamlet muchas veces, y las primeras veces que escribió Hamlet no es tan bueno como las últimas veces. Aunque dicen que hay escritores que echan a perder también las obras, se les recocinan. Es algo muy especial, es como un tipo de intuición tal vez que le dice a uno que ahí está la obra, o muchas veces uno dice “sí, la rematé bien, pa”, y ya uno sabe.
Creatividad: condiciones de una realidad y talento para comunicar
Para mí, las obras que he escrito responden a determinados momentos. Eso no quiere decir que yo no me sienta cercano, siempre y cuando yo pueda relacionarme con ese momento para entenderla. Pueda que yo tenga una perspectiva diferente… Sin embargo, en mi obra, curiosamente, yo voy encontrando una serie de rasgos que se repiten, y yo no sé si eso podría ser analizado por otros como un estilo o una forma de hacer las cosas.
Un día de estos estaba leyendo algo que escribí hace tiempo. Cosa que no hago mucho, porque uno escribe y después como que, por una razón u otra, no vuelve a leer sus primeras obras. Pero estaba leyendo la primera obra de teatro que escribí, que se llama Los Profanos. Viéndola ya con muchos años de perspectiva, porque yo escribí esa obra cuando tenía 25 o 26 años, y fue una obra a la que le tengo mucho agradecimiento, porque la escribí y me la premiaron en Guatemala. Aunque es una obra que puede tener los defectos de cualquier obra primeriza, ahí pude ver que ya estaban todos los temas que yo, de una manera u otra, he venido desarrollando posteriormente. Temas sobre el arte, sobre relación de pareja, sobre visión política. Y todo eso, de una manera u otra, ha permeado con el tiempo mis obras.
Ahora bien, por otra parte, también hay condicionamientos. Porque yo no creo que uno pueda abstraerse de la realidad en que se vive. Cuando yo empecé a escribir esa obra, que era en el año 60 o algo así, pues había una rebeldía en los jóvenes y yo estaba muy impresionado por un grupo de jóvenes ingleses que se hacían llamar a sí mismos “los jóvenes iracundos”, que estaban protestando en Inglaterra sobre unas cosas que a mí también me molestaban en otros lados, es decir, en Costa Rica y en otros lados también. De alguna manera fue toda aquella inconformidad que yo pienso llegó a estallar en mayo del 68. Entonces, todo ese clima de la posguerra, que fue cuando yo era joven, de esa incertidumbre que existía sobre el futuro, de un futuro que uno veía amenazado por una guerra nuclear, además de la necesidad de cuestionar una serie de valores tradicionales que a nosotros en esa época nos parecían caducos. Nos parecía, no sé, que había cierta hipocresía al analizar ciertos valores, porque había mucho doble estándar. Esas eran las cosas que en esa época ponían a reflexionar a muchos de los escritores. Claro, uno leía esos libros y desde luego lo condicionaban a uno también, sobre todo si uno estaba de acuerdo con lo que estaban diciendo. Luego, el lugar donde se vive también. En esa época habían muchas cosas interesantes y la posición de esa juventud pues también me hizo escribir un tipo de obra particular. De modo que, ¿dónde se puede hacer la división? Como decía Ortega, es uno y sus circunstancias, la realidad de uno, como uno la vive.
Yo pienso que muchas veces la creatividad puede estar estimulada por ciertos momentos que uno está viviendo, por ciertas circunstancias. Hay gente que es muy creativa, pero en la época que les toca vivir tal vez no hay mucho estímulo para desarrollar esa creatividad. Por ejemplo, a mí me hace mucho pensar Yolanda Oreamuno, el inmenso talento que tenía esa mujer para mí es extraordinario y cómo todo le fue adverso. Yo creo que si Yolanda hubiera vivido en esta época habría sido muchísimo más creativa, podría haberse dedicado más, habría tenido incluso más confianza en ella porque habría recibido el estímulo de más lectores, pero en aquella época… Y de hecho, ¿cuántas obras famosas no habrán en gavetas, guardadas, que por alguna razón u otra no se conocen? Muchas veces es cuestión de estar en el lugar y el momento precisos y que la obra sea una obra que interese. Aunque yo creo que las obras tienen también un valor intrínseco. Muchas de esas obras que pueden ser best-sellers a los dos años están olvidadas. Entonces, ¿qué es lo que permanece?
Le voy a decir una cosa, vamos a caer en un tema muy, muy peleado. Todo el mundo puede escribir poemas (de hecho, hay un montón que escribe), y yo creo que es una necesidad tal vez afectiva, al sentirse en tal estado de ánimo para escribir un poema… Es más, muchas veces yo he leído poemas que hasta me da cierto rubor y vergüenza de meterme a leer un sentimiento tan particular. Allí está el poema, pero genio no hay. Hay una cosa que se llama talento, es decir, a mí me puede gustar la música mucho, pero si no tengo cómo pues no podré tocar piano bien. Es decir, ¿qué es lo que hace que ciertos creadores tengan esa capacidad tan particular de que sus obras penetran de una manera especial en la gente, les tocan ciertas fibras? Pero sí es cierto que existe talento y hay gente que no lo tiene. Ahora, esa gente, para mí, es gente muy necesaria, porque son los buenos receptores, aunque no lleguen a ese nivel, pero son gente sensible para la que uno escribe realmente. Y yo creo que, por ejemplo, Shakespeare se sorprendería de lo genial que el mundo cree que es él. Yo no creo que tampoco la gente esté escribiendo, la gente genial esté escribiendo para que le reconozcan el genio. Lo que pasa es que el tipo de cosas que escriben es maravilloso.
¿Hasta dónde se puede decir que el individuo no sea producto de su realidad? Porque no todas las realidades son iguales. Siempre es a través de la experiencia que uno escribe. Creo que es natural que lo que uno escribe tenga una premisa, y esa premisa es el resultado de su manera de ver la vida. Digamos, yo escribo porque veo el mundo político o el mundo de los valores de acuerdo con cómo me haya tratado la vida y cómo yo considere que sea justa.
Yo creo que escribir es un trabajo solitario, en la medida que uno no está dependiendo de los demás. Esa es una soledad que incluso uno la busca, uno no la rechaza, por esa misma intimidad que da, es decir, uno se siente acompañado… Eso no quiere decir que yo no consulte una novela con mis mejores amigos, o les lea pedazos, o reciba la crítica de ellos y pueda hasta cambiarla. Inmediatamente que yo tengo, no digamos una novela o una obra de teatro, incluso una escena, lo primero que siento es ganas de leérsela a alguien, incluso para ver cómo la entienden. Más de una vez ha habido pues, qué sé yo, sugerencias muy inteligentes que uno no las ve, y entonces las toma en cuenta. Porque, en realidad, el objetivo final de cualquier artista es la comunicación. La frase más simple y tal vez cliché que existe es que el arte es comunicación y es cierto. Si yo estuviera en la luna y no hubiera nadie, creo que yo no escribiría nunca. Es decir, yo creo que uno se siente completo cuando sabe que lo que uno escribe o lo que uno hace tiene un receptor. Yo creo que el artista se enamora de ese receptor invisible. Yo creo que el escribir y también el crear es un acto de amor con un receptor, puede ser el público, puede ser una sola persona.
Un viejo dramaturgo y un joven novelista
En primer lugar yo soy un hombre de teatro. Yo comencé a escribir teatro porque me encanta sobre todo trabajar con personajes. La creación de personajes me fascina. Es un proceso muy particular… Bueno, aunque lo mismo podría suceder en la novela, pero en la novela se describe a los personajes, en cambio, en el teatro uno los ve haciendo cosas. Entonces uno escribe para que esos personajes hagan cosas. Me gusta mucho la creación de los personajes y, muchas veces, me resulta interesante por algo mágico que los personajes se independizan. Eso que le pasa a Pirandelo, que en Seis personajes en busca de autor, de repente, los personajes se rebelan incluso con uno, quieren y buscan su propia consistencia. Una vez que uno les da la base ellos se crean y se fortalecen… ¡Es muy lindo!
Muchas veces uno le da ciertas características a un personaje y, conforme ese personaje va creciendo, como que hay que respetarlo, es decir, tiene que ser consistente con lo que él dice y con lo que él es. Y yo creo que esa es una de las cosas que uno aprecia, eso que se llama el crecimiento del personaje. Si uno tiene, en teatro o en novela, un personaje que no crece, eso no quiere decir que no se transforme, porque generalmente, sobre todo en drama, los personajes se enfrentan a un conflicto y ese conflicto los hace mejores o peores, pero no quedan iguales, porque si son iguales entonces el personaje es un personaje que no trasciende, es un personaje gris, como uno muchas veces ve personajes que bueno ¿para qué este personaje? Es decir, a uno le gusta ver crecer ese personaje ante una serie de circunstancias que tiene que enfrentar, conflictos, porque el conflicto es básicamente la esencia del drama.
Mi gran admiración en este mundo es Shakespeare, porque tiene tal cantidad de personajes y todos son tan verdaderos, realmente consistentes. No es que yo haga ninguna comparación, digamos, hay arquetipos como don Quijote y Sancho, qué sé yo. Pero cuando usted lee a Shakespeare encuentra personajes, tal cantidad de personajes y todos son diferentes y todos piensan y todos son ricos. De modo que la creación de personajes es una cosa que a mí me fascina.
El teatro es muy particular porque uno escribe para que se represente. Por eso, pienso que el autor de teatro tiene que dominar dos campos: uno es el literario, definitivamente, la vértebra de una obra es el texto, pero después tiene que dominar también el arte escénico, porque el medio que va a ocupar va a ser el escenario. Tiene también que escribir tomando en cuenta el tiempo y el espacio que ocurren en la escena, porque son dimensiones temporales y espaciales muy particulares. Usted escribe una obra y bueno, puede escribirla, pero ya si lleva cuatro horas de estar escribiendo para el teatro ya usted puede dar por seguro que va a tener que recortarla, porque la gente no se va a aguantar cuatro horas. Un texto para teatro es muy sintético. Pero usted puede escribir una gran novela… La guerra y la paz la puede usted ir leyendo poco a poco y puede tomar cuatro o cinco meses tal vez, dependerá del tiempo y las ganas que tenga de leerla.
Con el tiempo yo quería escribir una novela y escribí mi primera novela. Me di cuenta de que había pasado esa tremenda duda de si era posible que yo pudiera también escribir narrativa. Yo había escrito cuentos, pero en realidad el cuento y el teatro se parecen mucho, porque el cuento es una sola acción y el teatro también. La novela es un montón de cosas. La novela me ha interesado mucho y me interesa, es otra cosa. No sé, yo supongo que uno, y todas las gentes que estamos en esto, tratamos de encontrar nuevas cosas. Una vez dije que yo era un viejo dramaturgo y un joven novelista.
Muchas veces es odioso hacer comparaciones, porque las cosas no suceden con un rigor de negro y blanco. Pero claro, que si yo escribo una obra pues no necesito el concurso carnal, por decirlo así, de otras personas, estoy en mi escritorio escribiendo. Claro que es el resultado de relaciones personales, sociales, etc., lo que uno tiene como modelo para escribir, pero es un trabajo que uno hace solitario. En cambio, para la puesta en escena pues ya uno depende de la creatividad de otros, como el actor, de todos los que intervienen en el proceso.
El teatro no está completo hasta que no se ponga la puesta en escena. Es decir, usted escribe, entonces usted tiene una obra y la tiene metida en una gaveta ahí, pero yo no puedo decir que esa obra… ¿cómo sé que va a funcionar? Funciona cuando yo la vea en escena, la puesta en escena, y cuando yo vea la manera en que el público responde a esa obra, si se ha comunicado o no conmigo. Entonces, muchas veces, si se dan las condiciones, especialmente en el teatro, si están los actores que puedan interpretarla bien, los que uno quiere, si la producción que requiere la obra es factible, todas esas cosas, pues también son estímulos para la creatividad, desde luego. Por otra parte, está el intérprete, que es quien interpreta una obra, como el caso del director de teatro, y eso no quiere decir que no sea también creador. Cuando dirijo una obra de teatro trabajo de otra manera, interactuando, porque necesito el concurso de las personas que están trabajando conmigo, que es tremendamente importante.
En estos trabajos creativos que necesitan del concurso de varias personas, como es una puesta en escena, yo me imagino que un director o un coreógrafo incluso tal vez puede variar sus coreografías de acuerdo con la habilidad o destrezas que puede tener un bailarín, o su estilo, o belleza, o lo que sea. Cada una de esas cosas es muy creativa. Ahora, naturalmente, cuando se trata de la puesta en escena, pues un director generalmente coordina todas esas creatividades. Además, puede valorarlas e incluso algunas cosas las puede incorporar, mientras que otras tal vez las puede desechar. También puede venir un escenógrafo con una escenografía que de repente me parece muy bonita, pero desde el punto de vista práctico le voy a decir “bueno, esto no se puede hacer por esto y esto” o, simplemente, no va de acuerdo con la visión estética que tengo yo de todo.
Precisamente estoy haciendo un trabajo de dirección escénica. Por lo menos, con el método que yo utilizo, yo no llego a decirle al actor “mire, usted tiene que hacer esto y tiene que gritar aquí y tiene que llorar acá”. No, yo le voy dando al actor una serie de estímulos de modo que él pueda ir creando el personaje, y eso es lo que realmente más satisfacción me da, lograr, digamos, que el actor llegue a ser creativo en la recreación de ese personaje. Pero hay una parte que definitivamente es de él, en la manera que él interpreta ese arte.
Lo mismo puede decirse de un pianista o cualquier persona que ejecuta la obra de otro, que interpreta, realmente que es creativo. En la interpretación, quien está interpretando una obra de otro siempre tiene esa libertad de su punto de vista, de hacer la lectura que a él le parece responde a tal texto, que incluso puede estar en desacuerdo con el autor. Estoy hablando en el campo de escénico, porque uno no puede variar un cuadro, un cuadro de Picasso es el cuadro de Picasso, cuadro de Dalí o de Miguel Angel. Pero digamos, en una obra de teatro, precisamente porque entran otros factores en la puesta en escena que hacen también que la obra sea. Tal vez sea una obra que siempre está por terminarse. Es decir, Hamlet se muere todas las noches, es cierto, y cada noche continúa, vuelve otra vez, se vuelve a morir, y otros directores lo hacen morir de una manera u otra.
Por otra parte, hay algo particular cuando uno escribe una obra y se la dirige otra persona. Yo cuando dirijo mis obras las estoy poniendo de acuerdo con lo que yo pensé cuando las escribí. Pero cuando yo he visto obras mías dirigidas por otras personas… algunas veces se sorprende uno. Da sorpresa, de dos tipos: negativa o positiva. “¡Pero qué genio este tipo que hizo eso!” “¡Pero Dios santo! ¿Por qué hizo tal cosa? Me va a echar a perder la obra”.
Trabajo emocional y estético
Algunas gentes creen que dirigir bien una obra de teatro también es hacer un análisis literario. Cualquier persona puede hacer un análisis, pero poner a la gente a entender emocionalmente y estéticamente un tema y pasarlo al teatro, eso es otra cosa. Lo mismo la actuación. Yo estoy convencido cada vez más de que el buen actor es capaz de entrar en un mundo de sentimientos. Es decir, las palabras tienen un sentido, una carga emocional, y si esa carga emocional no la siente el actor nunca va a ser buen actor, por mucho que intelectualice. Y luego también hay ciertas cosas que son muy particulares, cierta percepción estética que se tiene o no se tiene. Eso es lo que hace la gran diferencia del gran artista.
Hay gente que me dice “ay fui a ver la obra, me encantó, yo no entiendo nada de teatro pero me encantó”. A ese le digo yo: “¡qué dicha que me dice eso!, que no entiende nada de teatro, porque yo escribo para usted”. ¿Qué haríamos sin personas sensibles nosotros los que hacemos ese tipo de trabajo? Ese es el receptor del cual nosotros estamos enamorados, al que le decimos las cosas nuestras para que las entienda. Por ejemplo, cuando voy a Nueva York me voy al Museo Metropolitano porque hay una pintura de Van Gogh que especialmente me gusta, que es la Noche Estrellada. Yo me siento frente de esa pintura y siento que Van Gogh pintó eso especialmente para mí, que no lo hizo para ninguna otra persona sino para mí. Yo me siento a ver ese árbol, ese ciprés que parece bambolearse con esa noche estrellada, y al rato se me salen las lágrimas. Yo siento que es un acto de amor, le doy gracias porque él murió hace años y yo todavía ando por aquí, pero sin embargo nos comunicamos a un nivel raro. ¡Eso es arte! Yo salgo muy contento y a nadie se lo digo, solo a usted. Y esa es la magia que se tiene.
Lo malo es que en esta época, yo creo que esa cosa tan gringa del triunfador y el perdedor, nada más por comercio y todas esas cosas. Yo creo que en cosas así, tan exteriores, no se puede quilatar realmente lo que es bueno para uno, para su intimidad, para uno que lo disfruta. Por ejemplo, muchas veces uno ve una gente pintando cosas primitivas y hay tanto amor y tanta cosa, y eso tiene también su valor. Claro, siempre uno tiene que buscar una excelencia en el trabajo artístico, por supuesto que sí, no es una cosa fácil.
Yo siempre creo que hay un receptor que va a entender lo que se está haciendo. Porque la realidad cambia y, digamos, aunque yo adoro a Proust reconozco que ya uno no puede escribir como Proust. Es decir, uno no puede sentarse y leer una descripción de una sala que tiene veinticinco páginas, para decir que la cortina era así y el mueble era así. Pero en esa época no tenían televisión ni tenían cine, entonces era necesario dar todo ese detalle para que el lector fuera formando esa cosa que tan fácil nos dan ahora con una imagen a través del cine y la televisión. Pero lo esencial en Proust sigue siendo el gran escritor. Los medios cambian, hay otras cosas que influyen muchísimo. El cine es un arte nuevo que influye muchísimo en la manera de contar las cosas. Entonces, pues uno no puede escribir como escribía Pérez Galdós; sin embargo, eso no le quita a Pérez Galdós su grandeza, o a Dostoievski.
Yo creo que uno debe escribir, yo creo que el arte es una cosa que está muy dentro del campo emocional y que si uno intelectualiza eso entonces no va a producir. El teatro en realidad es… o uno va al teatro y se conmueve por una serie de cosas que están pasando, después uno puede analizar por qué tuvo uno esa reacción. Pero el análisis frío se lo dejo a otras personas, que lo analicen después como quieran, pero eso no tiene nada que ver con el trabajo creativo. Yo creo que uno tiene que escribir y conocer su oficio, ser una persona preparada, en el sentido de que se debe tener una serie de conocimientos para después dejar que el corazón lo lleve. Por supuesto que hay una carga afectiva tremenda, yo no creo que sin eso pudiera funcionar. Porque el arte siempre tiene una carga emotiva tremenda. Uno quiere comunicar cosas, pero siempre a un nivel afectivo, aunque sea una cosa política. Existe la pasión digamos política, por que su discurso sea entendido en esos términos, y sale la gente furiosa, digamos, para tomar un lado u otro de lo que se plantea en la obra, hablando de obras que son tremendamente políticas. Porque si ya usted quiere nada más pasar lo conceptual, entonces usted escribe un ensayo. En el ensayo más bien usted va a rechazar cualquier cosa que pueda ser juicio de valor o usted quiere tener cosas contundentes, hechos, qué sé yo, para citar las conclusiones… Y no es que yo les quite valor a los ensayistas, también son creativos a su manera.
Una vez estaba en la universidad, en Yale, donde estudié con un famoso crítico teatral, una persona con una gran cultura y una gran bondad, y le llevé un tema para una obra de teatro. Claro, yo estaba muy jovencillo, empecé a hablarle tal vez para impresionarlo, empecé a hablarle así de teorías y no sé qué cosas, y él se volvió con una sonrisa y me dijo: “Daniel, deje de pensar en eso, vaya y viva, y después vuelve”.
La edad puede influir, desde el punto de vista de la experiencia que uno ha podido acumular en todo este tiempo. Ahora, la manera en que yo siempre he pensado, no en términos físicos, aunque incluso podría ser en términos físicos, que la edad es de cada quien. Hay personas que son viejas desde que nacieron, por alguna razón, o en cierta edad ya tienen ciertas características que se mantienen, según sus biografías. Pero sí creo que los que hemos vivido más podemos volver a ver hacia atrás y ver un montón de cosas que han sucedido, mientras que otros están haciendo cosas y esperan que les sucedan otras cosas, entonces tienen grandes expectaciones. No es que uno no las tenga, porque yo creo que uno hasta que se muere va a tener expectaciones, pero ya tiene uno mucho camino recorrido. Pero en la juventud, en primer lugar, no siempre se manejan los instrumentos con la seguridad que los pueden manejar una persona de otra edad. Luego también, los resultados no los ha tenido aún como los ha tenido una persona de edad.
Sin embargo, yo creo que muchas veces lo que sí nunca se puede anticipar es en qué manera determinado estímulo puede perturbar la psiquis de un creador. Puede ser que en los últimos años se vuelva como un niño. No lo estoy diciendo por decadencia, sino que puede enamorarse, digamos. Yo creo que el amor de una persona mayor es más complicado que el de la adolescente, tremendamente complicado, entonces eso puede traer también una serie de necesidades que hay que expresar de cierta manera u otra. Eso le pasaba a Miguel Angel mucho. Y no sé, también el medio que haya escogido tiene que ver mucho. Además hay una cosa, que el arte es algo muy dinámico. Uno nunca puede decir esto es esto, esta es la verdad. La realidad nos está enseñando constantemente que nada es fijo, todo son aproximaciones. Y eso es bonito y feo al mismo tiempo. Pero digamos que mucha gente con la edad pierde esa perspectiva y no acepta las variantes que se van presentando constantemente. En mi caso, algunas veces, no es que no las acepto, pero algunas veces no las entiendo, que es otra cosa, y trato de entenderlas, pero por eso no me voy a amargar, y hay otras que me entusiasman.
El amor por las palabras, los ideales y el juego
Vuelve uno a la necesidad total de comunicar, de comunicarse con otras personas. Yo creo que eso es lo que mueve todo, en términos afectivos. Yo sigo pensando que es un acto de amor definitivo, de otra manera no. Creo que es la base de cualquier relación.
Yo creo que las palabras es uno de los amores más lindos que hay. Bueno, a mí siempre me gustaron las palabras, pero cuando hice una obra de teatro que se llamó Emily, de la vida de Emily Dickinson, con Aidé Delev… (que tuvimos un éxito tremendo… nunca me imaginé yo). Y Emily Dickinson, esta mujer que nunca salió de su casa y que escribía su poesía ahí. Muchas veces, por la necesidad tan grande de comunicarse, escribía pequeños poemas y hacía como unos pastelitos y metía esos poemas en los pastelitos y los mandaba a los vecinos. Y salían los poemas, unos poemas bellísimos y una vida también maravillosa. Claro, eran las circunstancias de la mujer. Ella se quejaba de cómo a Walt Whitman sí todo el mundo le reconocía su talento, en cambio a ella por ser mujer… La obra es preciosa, pero decía, decía algo tan lindo de las palabras, decía por ejemplo: “circunferencia, qué cosa más linda… la veo toda, la veo luminosa”. Y en realidad, las palabras son preciosas. Cuando se escribe teatro tienen además esa maravillosa calidad de expresión que tiene la palabra dicha, que una palabra según el sentimiento con que se diga puede decir muchas cosas. Por ejemplo, en el entrenamiento que tengo yo con actores, cuando se me da esa oportunidad, una de las cosas que yo les digo es “sientan primero la carga emocional de las palabras”, entonces después la palabra viene como el resultado de ese remolino interior. Pero aquí hay muchos actores que la gente los aplaude, incluso les dan premios, por simplemente el hecho de aprenderse de memoria el papel. Y así lo dicen aaaaahhhhh!
Digamos, una de las cosas lindas es lo que yo llamo los textos rítmicos, porque cambian los tonos de acuerdo con lo que se está hablando. Y luego las palabras expresan todo un lenguaje corporal también, expresan una serie de subtextos en lo que insinúan y no se dice totalmente. Es una belleza, puede ser con la interpretación escénica de las palabras. Ahora, en la narrativa las palabras también… Es precioso pensar así, con toda la alevosía, lo que voy a hacer, voy a poner a mi lector a sentir, lo voy a jorobar, lo voy a poner triste con esta cosa, ojalá se sienta tan triste como yo que lo estoy escribiendo.
Siempre está el peligro de interpretación, digamos. Las palabras también tienen mayor o menor efecto según las relaciones que puedan tener con el individuo que las recibe. Pero hay cierto tipo de expresión con el que uno confía que lleguen exactamente, o que produzcan en la persona que las recibe el mismo efecto con que uno las escribió o las engarzó con otras. Todo eso es una de las finalidades del escritor, en cualquier campo, la narrativa o en el teatro o en la poesía. A mí me pasa muchas veces, digamos, cuando estoy estudiando a un gran escritor, como Shakespeare, por ejemplo, de repente, a pesar de haberlo leído muchas veces, alguna obra, digamos Hamlet, encuentro cosas nuevas y digo “no me había dado cuenta de esto”. En el plano afectivo, por ejemplo, yo creo que Shakespeare escribió sus sonetos como una venganza. Y le decía a la persona que se los dedicaba “al fin y al cabo vos pasarás, pero los sonetos no, yo te voy a inmortalizar y gracias a mí te estoy inmortalizando a vos”… así lo dice, más o menos, en un bellísimo poema.
En la novela que espero que salga este año hago muchas reflexiones sobre eso, porque uno de los personajes está escribiendo el guion sobre un cuento o una novela pequeña que se basa en una experiencia real sublimada hasta cierto punto, la hace arte. Y está todo el proceso también de cómo él está viendo su obra siendo interpretada, siendo dirigida por el director. Entonces, él hace reflexiones sobre lo que él escribió, de lo que son los personajes que él escribió y lo que fueron las personas que se los inspiraron, y ahí hay toda una gran diferencia. Muchas veces son personajes reales, otras veces son personajes de los que empezaron reales y uno se enamora de ellos, y se enamora de ellos precisamente porque no son reales, son ideales. Y gran parte del amor es la idealización que uno hace de personajes. Y uno muchas veces comete la torpeza de enamorarse de ellos, cuando sabe perfectamente que esos personajes no existen; existen porque uno los crea y los proyecta, para desgracia de la otra persona, en la otra persona. Yo creo que todo esto tiene mucho que ver en la creatividad.
Siempre hay, digamos, a otro nivel, ciertos valores que el escritor tiene y que quiere reflejar en su trabajo. Yo siempre he tenido una preocupación por cierto tipo de valores, digamos, políticos. Yo quiero decir lo que yo siento, lo que yo creo que es injusto y lo que yo creo que debe ser. De alguna manera uno se vuelve filósofo, porque habla uno de las cosas, de lo que uno piensa que deberían ser. Y también la forma en que uno quiere decir eso, también implica sus valores estéticos. Por eso, hay gente que escribe generalmente un tipo de obra. Para mí, las obras que yo he escrito, aunque hay mucha, mucha relación entre ellas, porque siempre tratan de cosas que han salido en otras obras previas… ¡Qué le voy a decir!
También el escritor, algunas veces, se siente así como una especie de profeta, hay veces que quiere decir cosas, aun a sabiendas de que tal vez no van a ser escuchadas, como la voz que clama en el desierto o lo que yo llamo el complejo de Casandra. Yo me imagino todo el tiempo que pasó para que la gente se diera cuenta del genio de Kafka. En realidad debe haber sido muy difícil para la gente entrar en ese mundo tan particular y tan rico y tan loco. Imagínese lo que puede haber sido para la gente que empezó a leer El castillo de Kafka o La metamorfosis o todas esas cosas. Hablo de Kafka porque es tan mágica la relación… Yo cuántas veces me imagino que a todos nos pasa, estando solos en la noche y de repente siente uno ganas de leer algo y ya uno sabe dónde encontrarlo, ya abre un libro de poesía de tal fulano o zutano, y empieza uno a leerlo, se siente como un alivio… ¿No le pasa a usted? Y yo siempre he creído que las relaciones físicas son mejores cuando producen una intimidad, por eso en esta época que vivimos así como de propaganda y de tanta cosa, y que de los best-sellers, se pierde todo eso.
Ahí viene la riqueza de la participación del escritor con ese receptor desconocido, ese acto de amor del que yo le he hablado. Que para mí si no hay ese amor…
Hay además un aspecto lúdico en la creatividad. Yo creo que el primer personaje que uno tiene muchas veces es ese niño imaginario que juega con uno a ratos cuando uno es pequeño, ya sean muñecas con las mujeres o un personaje que uno idealiza de niño, o que uno quiere ser de niño, que uno lo ve… Sí, es raro, verdad, porque sin llegar digamos a la esquizofrenia son como dos realidades que uno está viviendo, esa del juego y la de aquí y ahora, pero de repente uno está aquí y ahora y ssshhhh se va. Y uno se pone a pensar, y si está uno manejando y tiene que ir a Heredia de repente pasó por Santo Domingo y no se dio cuenta, está uno pensando en algo que va a escribir…
Yo creo que hay que tener también un control de esas realidades. El actor puede vivir su papel, pero cuando sale del escenario no puede seguir viviendo el papel que interpretó, ahí se terminó, hasta la otra noche que lo vuelve a interpretar. Pero claro que el artista, el artista muchas veces sigue viviendo ese mundo que le produce toda esa creatividad, y yo creo que muchas veces es difícil salir de él.
Algún día tal vez la ciencia lo podría explicar, pero ciertamente yo creo que hay una diferencia, hay seres que son muchísimo más perceptivos que otros y esa percepción les permite tener contacto o ver un mundo de una manera diferente. Como cuando uno ve, como le decía antes, para mí Van Gogh es un ejemplo patente, verdad, esa cosa tan increíble… Bueno, y esa locura del pobre Van Gogh todo el tiempo, pero sin esa locura no hubiera creado lo que creó. Además, ¿es locura o es una percepción particular de la realidad? ¿Y qué es lo que uno muchas veces quiere? Tal vez que esos receptores participen de un estado de ánimo particular, y tal vez de diez hay dos que lo logran, y esos dos son los que van a salir pegando gritos diciendo que es una maravilla esa obra.
Una de las cosas que encuentro yo increíbles es esta capacidad que tenemos nosotros los seres humanos, no sé si habrá en otros seres, de tener conciencia. Para mí, tener conciencia también es la capacidad de exteriorizar cosas o vernos desde afuera, y ver las cosas, pensarlas. Creo que esa es una calidad, debe ser una calidad universal. Las piedras no ven ni tienen conciencia, u otras cosas, y los grados de conciencia los vamos viendo en los seres vivientes hasta que llega el ser humano, que tiene una increíble percepción de la realidad y de combinarla, de llegar a conclusiones, de concluirse… Esa calidad de hecho existe, es algo que por razones particulares se da como se da la vida, aunque la vida todavía no adquiere ese grado de evolución que es la conciencia. Pero la gente habla de que habrá vida tal vez en otros planetas, y hablan porque la combinación de ciertos átomos y no sé qué producen unas moléculas y esas producen la vida. Bueno, esa es la capacidad de organización, esa capacidad de inteligencia que organiza cosas. Para mí, eso es una cosa tan real como lo es el oxígeno, como son los elementos en el universo.
Es cierto tipo de organización, digamos, de moléculas que producen la vida. Y cierto tipo también de organización que produce la conciencia. Quiere decir que tanto la vida como la conciencia existen, la conciencia es algo que existe, es una cosa que también debería ubicarse como parte de la realidad cósmica, esa cosa rara que organiza cosas, las organiza con fines determinados. Y eso lo encuentra uno en todas partes, esa es una calidad que me parece a mí extraordinaria, por encima de todo… Claro que primero es necesario que haya vida. Una de las cosas que leí, en realidad, que esa capacidad, esa inteligencia no necesita ni siquiera del cerebro, porque hay cierto tipo de moléculas que tienen una capacidad de organizarse y no necesitan cerebro para organizarlas, eso lo leí el otro día en un libro científico. Entonces, eso me parece todavía más maravilloso… Estaba leyendo a un famoso científico chileno, Maturana y otro que no sé cómo se llama, que tienen esa teoría de la organización. La inteligencia existía antes de las moléculas, hay algo que es esa cosa o existe como fuerza que organiza, envuelve todo. Eso para mí es tan real como son las galaxias, a un nivel no sé dónde, pero existe. De otra manera, es lo que nosotros vivimos mientras tenemos vida, lo que palpamos y definimos todo el tiempo.
Yo creo que también, volviendo al arte, que el arte es la necesidad de comunicar una conciencia. No se me había ocurrido pensar en eso, pero es cierto, de manifestarla. Hay un impulso de organización siempre, y esa organización es lo que, por ejemplo, organiza un personaje diferente a otro en una novela o en el teatro. Eso es una inteligencia que existe aparte de uno. Y también la capacidad de percibirla es esta maravillosa cosa que es la conciencia. Lo que me pareció todavía más excitante es el hecho de que en realidad no es el cerebro lo que produce esa conciencia, el cerebro es el medio. ¡Es una abstracción total! Pensaríamos que toda esa conciencia solamente el ser humano la puede inventar, lo que me parece totalmente absurdo, porque el universo es muchísimo más grande. Entonces el ser humano es un pequeño producto, pero esa conciencia está en todas partes.
Autenticidad, sencillez y la experiencia de la felicidad
El arte para mí es una cosa dinámica. Es decir, en el momento que un artista le dice “esto es así”, ya yo creo que está liquidado. Porque el arte es una cosa que está constantemente cambiando. La experiencia humana siempre depende de otra serie de factores que condicionan al individuo, como historia de los conjuntos. Con el tiempo va cambiando la manera de ver las cosas y lo hace a uno más tolerante, lo hace a uno entender mejor la vida, por lo menos mientras dura. Cuando pasan los años uno se da cuenta de que hay una parte en uno que cambia y hay otra parte que permanece igual, una parte que se relaciona con el chiquillo que uno fue. De repente, uno se encuentra haciendo las mismas cosas, de repente lo agarra usted en un momento privado y hace castillitos en la playa.
Creo que muchas veces uno se satura, que tiene grados de saturación en lo que está haciendo. Digamos, yo he dejado el teatro, hace seis años que no hago teatro y ya tengo ganas de volverlo a hacer. Pero fue un momento en que estaba ya absolutamente cansado; además, quería probar otras cosas. Me dio por la novela y quería hacer la novela. La novela es un proceso muy lento, pero lo quería hacer. Y bueno, el tiempo que tiene un ser humano es tan corto. Yo, por lo menos, quisiera tener más tiempo… quisiera haber tenido más tiempo y mejor criterio para hacer con el tiempo lo que yo debí haber hecho. Que muchas veces uno anda mariposeando demasiado, pero tal vez eso también es bueno.
La vida no es una sola cosa, la vida es un conjunto de cosas y uno está inmerso en todo ese conjunto. Cada vez me convenzo más de que cuando uno piensa en función de conjunto, de que uno es parte de otras cosas, eso lo ayuda a comprender mejor la vida. Empieza uno a desprenderse de una serie de cosas a las que no le ve ya ninguna utilidad. En realidad, yo creo que uno cuando va madurando se da cuenta de que realmente las cosas en la vida no son tan complicadas, uno es el que se las complica. Creo que en las cosas simples es donde está la contestación a muchas cosas, en las cosas más simples, en las cosas más sencillas. Cuando uno empieza a complicarse la vida… Incluso, bueno, hay experiencias personales que uno se las complica demasiado… Hay una cosa que es maravillosa, que es tal vez lo que más me gusta de la Biblia, en el Eclesiastés: siempre hay un tiempo para tal cosa y un tiempo para otra cosa, creo que así es. El otro día me preguntaron por esa cosa de los premios, porque yo no creo mucho en el premio, sí, en los premios, porque creo que el gran premio que a uno le pueden dar en una vida es hacer lo que uno quiere y obtener el placer en eso. Una de las cosas que más, más valoro es su autenticidad. Y la autenticidad creo que consiste en ser lo que, con honradez por supuesto, lo que a uno le gusta. No pensando que se van a hacer famosos y les van a dar premios, sino porque son felices y le van a dar felicidad a los otros seres humanos, en la medida de lo que pueden hacer. Y eso es simple, verdad, no es tan complicado.
En el momento en que uno se da demasiada importancia es cuando pierde la perspectiva de la simplicidad. Tampoco es que uno vaya a ser así como una violeta de modesto. Uno trabaja y le gusta que se lo reconozcan, pero eso está bien, eso está bien. Pero no eso de vivir así desesperado por esto o por lo otro.
A mí una de las cosas que más me conmueven son las catedrales, porque eran anónimas. Uno no puede decir yo soy esto, yo soy el otro, porque yo soy el resultado de muchas cosas. El día que yo me muera no van a dejar las cosas de producirse, siguen produciéndose a través de otros. ¡Y qué dicha! Una de las cosas que más mata al artista, muchas veces, es el ego. Yo creo que uno es un medio perceptivo, tal vez un poquito más fino que el común, que le permite a uno ver y realizar cosas. Y tal vez ese aparato entre más fino sea produce mejores cosas. Y hay ciertos aparatos que son verdaderamente increíbles, como digamos Mozart, los grandes genios. Es una dicha poderlos escuchar. Es una dicha también poder uno hacer lo que uno puede hacer. Lo hace uno lo mejor que puede.
Ayer, por ejemplo, estaba yo allá arriba, en mi casa, y alquilé un caballo. Me fui con el señor que me alquiló el caballo, él en el otro caballo (porque yo no soy así como el jinete solitario). Y hacía una tarde muy linda, verdad, y el señor me dijo: “es que mire, yo no cambiaría el lugar donde vivo por nada del mundo…”. Empezó a hacer observaciones del campo y de las cosas que veíamos. Yo oyéndolo y él dice: “yo soy feliz aquí, esto es lo más lindo del mundo”. Y era un tipo de esos campesinos. Paramos ahí el caballo y hacía un atardecer precioso, entonces me dice: “se fija, ¿adónde va a conseguir una cosa tan linda como esto?”
Yo a veces pienso “¡qué afortunado que soy yo!” Cuando voy al banco y hago una cola y está el cajero todos los días haciendo la misma cosa, “ay, si yo tuviera que ser cajero, ¡qué horror!” Por dicha que no soy cajero. A lo mejor le gusta a él, siente una gran alegría, ¡ojalá! Ahora sí, siempre hay un montón de cosas que uno hubiera querido hacer. Yo, por ejemplo, por encima de todas las cosas, me habría encantado ser un cineasta. ¡Qué habría dado yo por haber sido un director de cine en mi tiempo! Tuve posibilidad de hacerlo pero no pude quedarme donde yo quería quedarme, por razones de familia. Mi madre estaba muy enferma, tuve que venirme aquí a Costa Rica, y aquí nada, nada, nada. Por eso fue que yo me hice de teatro. Bueno, pues no lo fui, pero hay otras cosas… Ahí están otros haciendo también muy buen cine. Yo voy y lo veo y lo disfruto.
Últimamente, sobre todo en esta época que estoy pasando en mi vida, uno hace un inventario de su tiempo. Entonces viene una cosa maldita que es lo que yo llamo los subjuntivos: si tal cosa hubiera sido así o si tal cosa hubiera sido asá. Lo que yo llamo el mundo de las especulaciones. Como dice un poema de T.S. Elliot: es tan solo una abstracción que nos lleva únicamente al tiempo presente. Eso es de un poema de T.S. Elliot que me gusta mucho, dice “tiempo presente y tiempo pasado”, no, “time past and time present…”, una serie de reflexiones sobre el tiempo bellísimo que habla sobre un camino a un jardín que nunca se abrió, la puerta del jardín que nunca se abrió. Yo creo que ese es el mundo de las especulaciones. Lo que pasa es que uno siempre tiene opciones, y son aquellas que uno no toma las que se quedan dándole vuelta en la cabeza… Entonces esa es una de las grandes fuentes dramáticas. En la ficción uno trata de abrir esas otras puertas. Esa es la sublimación. Especular viene de una lindísima raíz que es espejismo.
Pienso en el creador como un individuo muy sensible que tiene que cuidarse muchas veces de ciertas cosas que le pueden bloquear su creatividad. Así como uno es sensible a descubrir cosas lindas, la belleza y una serie de cosas, también uno es sensible cuando hay (y tiene que cuidarse de) cosas que puedan causarle a uno dolor… Digamos, uno debe aceptar que el trabajo de uno deba ser criticado, y debe, creo yo, mantener una actitud sana. Y bueno, si no están de acuerdo con uno, aceptarlo y, sin amargura, ver qué es lo que hay de cierto, qué es lo que no hay de cierto. Y si hay algo de cierto, pues eso puede resultar una gran ayuda. Ahora, si es una cuestión puramente hepática de una persona por h, b o c, no, quiere hacerle a uno un daño nada más, pues también uno debe protegerse contra eso. Y también tener confianza en uno mismo, porque muchas veces los medios de comunicación que uno está utilizando son medios difíciles.
También he creído algunas veces que el artista es un poco un visionario, que muchas veces le puede pasar lo del complejo de Casandra, que dice cosas y no se las entienden, pero con el tiempo le van a entender. Es decir, imagínese cuando los impresionistas empezaron a pintar, imagínese lo que debe haber sido para los otros pintores; no, si se quedan ahí estaríamos pintando otras cosas. También hay mucha prostitución en el arte, de eso debe cuidarse uno también, sobre todo en estas épocas que le hablaba yo de la comercialización. Ahora todo el mundo vive una época de propaganda, de comercialización del arte, o qué sé yo, y entonces hay otros factores que muchas veces van a detener tal vez la apreciación. Pero bueno, yo creo que para eso estará otra gente muy valiosa que les va a tocar redescubrir ese tipo de cosas. Pero sí, de repente se encuentra uno tanto creador que ni siquiera ha sido gente de una gran erudición, cultura…
Por ejemplo, me doy cuenta de estos novelistas nuevos que salen porque han escrito un buen libro. Escriben un buen libro realmente, firman para una editorial y enseguida siguen escribiendo un libro al mes. Y escriben y escriben y escriben, y uno empieza: el primer libro es bueno, el segundo menos bueno, el tercero… Y cuando llega al quinto es pura basura. Y uno dice, pero bueno, ¿qué pasó con aquel que escribió aquello? Por eso yo siempre he creído que el tiempo lo pone a uno donde uno se merece. Claro, que si uno vive en otros países, donde hay muchísimo más estímulo y más medios, pues es posible que le entiendan a uno mejor la obra, pero sino, si la obra es buena ahí llegará a algún estudiante dentro de cincuenta años y “mirá qué bien que escribía este señor”. El pobre Bizet que escribió Carmen y se lo criticaron, un señor ahí se la criticó y le dijo horrores, y él se murió de pena, pero ahí andan hoy poniendo Carmen en todas partes del mundo.
Una de las cosas que influyen en mí tiene que ver mucho tal vez con una visión budista de lo transitorio de todas las cosas. Todo está en tránsito. Entonces para qué, para qué ponerse uno con esas ganas de buscar la inmortalidad en términos no transitorios. Todo está en tránsito. Hasta la tierra terminará un día. Y uno se pone a pensar, uno se muere, verdad, cuenta diez años de muerto, veinte años de muerto, le ponen una tarjeta en la Nación, después se las dejan de poner, después, después el tiempo no cuenta. Se borra toda esta cosa. Todo está en tránsito. Por ejemplo, Shakespeare es hoy solo un pensamiento humano, porque lo que sabemos de Shakespeare la persona es tan poco y, aunque hagamos especulaciones, ¿a quién le importa? Shakespeare son muchas personas. Entonces ahí se le viene a uno el ego abajo. Y hay otra cosa que es más linda, que es lo que queda: el espíritu de las cosas, y eso es universal. Eso lo hace a uno reflexionar.
Hay algo mágico, diría yo. Yo siempre he creído que el creador es como una especie de finísimo instrumento que le permite expresar la realidad, o cierto tipo de realidad, pero él es como el medio, como si a través de él (y por ser un instrumento de mayor fineza, tal vez, que otros), lo que sale de ese instrumento, suponiendo, comparándolo con una flauta, es un sonido bellísimo. Es decir, hay gentes que de repente tienen ese don. Claro que yo pienso que una persona que es culta, y además de eso tiene talento, pues eso lo ayuda muchísimo, porque se está aprovechando también del trabajo de otros, en el sentido del influjo de otras gentes que creo es muy importante. La verdad es que toda creación debería ser eso, verlo tal vez en términos holísticos, toda aquella belleza que es capaz de expresar el ser humano. Por eso le digo que a mí me encanta ver las catedrales góticas que son anónimas, pero que uno ve aquella belleza y lo que queda es la catedral. De todas maneras, ese proceso para mí es mágico, es interesante, es apasionante. Creo que una de las cosas maravillosas del arte es que siempre se está interpretando y se está renovando, no se agota. Precisamente eso es lo maravilloso del arte, que siempre da cabida a que se renueve… Suena un poco extraño decirlo, pero es una cosa inconclusa que se está formando siempre.
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