Jeanette Amit.
El mago
Viste de negro para indicar
que el ámbito específico
de sus estudios es la noche.
Thomas Mann
Él tenía ese don
de tocar transparencias,
de llegar hasta el filo
de la humedad cayendo
y despertar el cuerpo que aún duerme
y que es el mismo cuerpo de la noche.
Él es el mago,
dueño del sol y sus banderas,
tributario de todos los crepúsculos,
conspirador del tacto
entre el pétalo del viento
que dibuja las sombras
con texturas de arena,
guerrero azul del canto
que aún sostiene la luna
al final de sus batallas prohibidas
y al final de su sangre.
Todo lo nombra aquí,
todo lo miente ahora.
Cuando sus manos anclan
su columna de arena entre mis pechos,
y mi sexo abandona
su beso entre sus besos
y su nombre se vuelve
un canto sin espinas.
Él es el mago
y este es su rastro en mi memoria,
todo su cuerpo me hiere
como un colmillo antiguo
que no ha saciado el hambre.
Y miro entre su ausencia y no lo miro,
artífice del sueño inagotable;
y miro sus palabras acechándome
como anillos de fuego,
con conjuros violentos
de escarcha que se quema.
Miro a través de las ciudades,
ahí donde se esconde
el trigo visceral de sus graneros rojos,
donde toda la humedad reúne
las manadas brillantes en la espuma
-cuerpo a cuerpo- en la espuma…
Él es el mago.
El que tira el sombrero
con un golpe de sed
ante el rostro del mundo,
y saca de sus mangas
animales que huyen
del deseo en sus ojos,
y hace girar la estrella
sobre sus dedos blancos
que son navajas súbitas del aire,
y al final simplemente se diluye en la arena
tras la oscura cortina que tejió junto al tiempo
su pasión por la noche.
Él es el mago, sí,
pero yo soy la magia
que se oculta desnuda detrás de su silueta.
Porque él se fue,
pero yo permanezco
inventando su huida a través del poema.
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